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Ayuso, Madrid y la falacia comunista

Con el eslogan: "Comunismo o libertad", Isabel Díaz Ayuso prepara toda su artillería pesada contra las izquierdas. Así las cosas, la presidenta de la Comunidad de Madrid se proclama como la salvadora de la libertad frente al comunismo. Frente a un "Madrid soviético", liderado – al parecer – por leninistas y marxistas. Un Madrid, como les digo, dirigido por creyentes de la dictadura del proletariado. Así las cosas, el debate electoral no es otro que decidir entre prisión – comunismo – o libertad – neoliberalismo -. Un debate que se aleja, por tanto, de los asuntos que, de verdad, preocupan a los madrileños. Y un debate que parte de una frase que adolece de sentido. Y adolece, queridísimos lectores, porque en la España del siglo XXI existe el Estado del Bienestar. Un Estado compatible con la economía de mercado. La Hispania, que recoge la Carta Magna, responde a un modelo híbrido que aglutina el mercado y el Estado.

Decidir entre "libertad o comunismo" sería algo así como elegir entre Adam Smith y Lenin. Dos extremos difíciles de encajar en la complejidad geopolítica del presente. Este debate, que proclama Ayuso, resucita las secuelas de la Guerra Fría. Una guerra que se libró, como todos sabemos, entre EEUU – buque insignia del capitalismo salvaje – y la URSS – baluarte del socialismo con mayúsculas -. Y una guerra que finalizó con la caída del muro de Berlín y la "capitalización" de Rusia. El neoliberalismo extremo tuvo lugar en la Inglaterra de la Revolución Industrial. En aquella Inglaterra – sin Estado del Bienestar – surgió la cuestión social y, con ella, la sociología. En esa Inglaterra – injusta por antonomasia – existía una desigualdad exacerbada entre los propietarios de los medios de producción – el tejido empresarial – y los proletarios. Fueron los segundos quienes, influenciados por el pensamiento marxista – tomaron conciencia de clase y consiguieron – después de que corriera mucha sangre – que se llevara a las constituciones, y dignificara, el derecho del trabajo. Y dicha constitucionalización inició lo que hoy conocemos como socialdemocracia. La misma que Ayuso, al parecer, confunde con comunismo.

El comunismo fracasó, entre otras cosas, porque se llevó a cabo en el lugar equivocado. Y fracasó porque se desarrolló el Estado del Bienestar, un elaborado social que sirvió para que surgiera, en Europa,  la clase media. Hoy, en un mundo interconectado y organizado por sistemas económicos híbridos, el comunismo no tiene cabida. Y no la tiene en ninguna democracia avanzada y menos, todavía, en Madrid. Por ello, el eslogan "Comunismo o libertad" se presenta como un insulto a la inteligencia política. Si por comunismo se entiende la articulación de un "Madrid Soviético", no hemos entendido nada de política. Y si por libertad entendemos "lo contrario a dictadura", el mensaje de Ayuso deja mucho que desear. Y lo deja porque su sinónimo sería algo así como "Liberalismo o dictadura". Y este eslogan, amigas y amigos, no tendría cabida en la España constitucional. Estaríamos ante un mensaje irreal, provocador y poco respetuoso con nuestras instituciones. El mensaje de Ayuso resulta engañoso, polarizador e incendiario. Tres adjetivos que retratan la baja calidad de nuestra democracia.

De motos y garitos

Aquella noche, El Capri estaba abarrotado. El Cadillac de Loquillo sonaba con fuerza en los altavoces del fondo. Peter estaba pletórico. Lucía una camiseta de los Rolling y un pantalón descosido por los tobillos. Compartía barra con Gabriela, una mujer de esas que dicen "bacalado", usan perfumes baratos y lucen tatuajes en la ranura del escote. Rondaba el año 1992, un año malo para los míos. Un año donde el negocio familiar hacia aguas. Y un año donde terminé como vendedor ambulante por los mercadillos de Alicante. Allí, debajo de la lona, aprendí más que cientos de horas en un grado de Psicología. Aprendí que las cosas no son bonitas ni feas sino que todo depende del cristal con que se miran. Aprendí que la Ley de la Demanda se cumple como las leyes de Newton. Y aprendí que la vida se parece mucho a las tortillas. Refugiado en el alcohol, en las mujeres y en el juego; mi vida se convirtió en un callejón sin salida.

Mientras envolvía mis penas con las burbujas del Gintonic, una señora se sentó a mi vera. Era una señora madura, de unos cincuenta y tantos cumplidos. Lucía un pantalón desgastado, unos tacones baratos y un bolso de los chinos. El olor a carmín ensuciaba de lujuria mi mente turbulenta. Me preguntó si bailaba. Le dije que no, que lo mío no era el baile. Que no sabía ni bailar la jota. Y que la última vez que baile fue en las fiestas del pueblo. Tanto que al otro día terminé con agujetas. El humo del tabaco inundaba los diálogos de tentaciones y pecados. Me dijo que estaba recién divorciada. Divorciada de su Manolo. Y divorciada de la vida. Le dije que yo había roto con mi pareja. Y que había roto por traiciones y mentiras. Tanto que estaba roto. Roto porque no me esperaba los reveses de la vida. Y roto porque el desengaño forma parte de las heridas del alma. Le dije que era un hombre apagado. Apagado como una bombilla fundida en medio de un cumpleaños.

En la pista, Jacinto tonteaba con Manuela, la mujer del chatarrero. Miradas y susurros se entremezclaban con el ritmo de la lambada. Era un baile sucio. Un baile de secretos entre adultos y casados. En las máquinas tragaperras, Antonio arrojaba su nómina por el hueco de las monedas. En los sillones del lado oscuro, las busconas se dejaban querer por los hombres de paso. Por los hombres que entraban y salían del aseo. Hombres de aspecto desaliñado, con zapatos de mercadillo y camisas desabrochadas. Hombres casados, viudos y separados. Y hombres que buscaban, al fin y al cabo, a mujeres a deshoras para pasar el rato. A las cuatro de la madrugada, Peter solía sacar rebanadas de pan con queso y sobrasada. Era todo un detalle por gentileza de la casa. En la calle, el ruido de las motos atraía a las urracas. Eran motos gordas. Motos de tíos forasteros que se dejaban caer por el garito. De tíos con chupas de cuero, patillas pobladas y pantalones vaqueros. Tíos, con brazos tatuados, que se llevaban de calle a las rubias de bote.

Cisnes, pavos y vacunas

Después de un año sin saber de ellos, ayer quedé con Russell, Nietzsche y Popper. Quedamos en la terraza de El Capri. Provistos de mascarilla y cansados por el viaje, hablamos del coronavirus. Les dije que necesitaba sus testimonios para un artículo sobre ciencia y vacunas. Les conté todo el revuelo que se ha montado con AstraZeneca. Entre cafés y manzanillas, Popper intervino. Según él – el padre del racionalismo crítico – la ciencia no va sobre verificaciones sino refutaciones. Y para ello, puso el ejemplo del cisne negro. Aunque hayamos visto miles de cisnes y todos sean blancos, siempre nos quedará la duda de que en un tiempo muy lejano haya existido un cisne negro. Por mucho, añadió, que se hayan inoculado millones de vacunas siempre estará la duda de algún efecto inesperado. Y lo estará, concluía, porque la ciencia no entiende de certezas sino de probabilidades.

Acto seguido, Bertrand puso como ejemplo "el pavo inductivista". El pavo se muestra feliz porque todos los días le dan de comer a la misma hora. Un día no ocurre así. Es Navidad y el pavo termina, desgraciadamente, descuartizado en la olla del cocido. Siempre, concluyó Russell, estará la excepción a la regla. De tal manera que nada es para siempre. Ningún mal dura cien años y hasta las mejores tortillas terminan dándose la vuelta. Las hipótesis, por tanto, no proceden por verificaciones sino por refutaciones. Y si no que se lo pregunten a Newton. Sus Leyes estuvieron vigentes hasta que fueron falsadas por la teoría de la relatividad de Einstein. Estamos, como diría Kuhn ante una ciencia que se mueve mediante paradigmas. Los paradigmas son "el conjunto de conceptos, datos, experiencias, procedimientos, etc., en los que se desarrolla el trabajo de los científicos". Estos paradigmas están vigentes durante un tiempo – ciencia normal – hasta que tiene lugar una revolución científica, o dicho de otra manera, un cambio de paradigma. Así, la ciencia no es estática sino dinámica.

Nietzsche, muy callado hasta el momento, intervino en la tertulia. "La cultura occidental – queridos amigos – es como aquel pavo satisfecho de su belleza que mueve sus plumas con orgullo y ostentación, sin sospechar, que se acerca el día de Navidad". La confianza en la razón ha sido el virus que ha enfermado a Occidente. Creíamos que el progreso técnico nos salvaría de la miseria moral y, sin embargo, no ha sido así. Sabemos mucho de medicina, geografía y tecnología pero estamos verdes como humanos. Cada vez hay más desigualdad, envidias, recelos y conjuras de los esclavos contra los amos. Es hora de que la moral natural – la inmoralidad – venza a la moral artificial. Estamos ante el crepúsculo de los ídolos. Y ese crepúsculo lo hemos visto con las vacunas. La gente sospecha del juicio de autoridad y se refugia en sus sentimientos. Así las cosas, hay quienes no saben, a ciencia cierta, si hacen bien o mal poniéndose la vacuna. Y no lo saben porque la razón ha perdido su función en los paraninfos de la ética.

Volverá la primavera

Tal día como hoy, pero hace un año, el pijama se convirtía en el atuendo de cada día. El confinamiento nos robaba la primavera, las flores y el cambio de hora. Nos robaba los abrazos, los olores a jazmín y los besos en la mejilla. Era el maldito coronavirus, un bicho invisible que azotaba nuestras vidas. Un bicho que activaba, de un plumazo, nuestros miedos a lo desconocido, a la enfermedad y a la muerte. El Covid nos robó la libertad. Y nos la robó por primavera. Nos robó los paseos en la playa, la cerveza en la terraza y el despertador de la mañana. El bicho nos pilló desprevenidos. Nos pilló con las neveras vacías, sin chanclas de estar por casa y sin ropa ligera. El virus nos robó la feromonas. Y con ellas, la Semana Santa, el 1 de mayo y todas las fiestas juntas. Desde los balcones, aplaudimos. Aplaudimos a la salud, a la esperanza y a los sanitarios. Aplaudimos a la vida. A esa vida que teníamos y que el virus nos la robó por primavera.

Artículo completo en Levante-EMV

El regreso de los rodillos

La debacle de Ciudadanos, en Cataluña, y el tamayazo a la murciana sitúa a la formación naranja al filo de la muerte. Y si muere, morirá el multipartidismo. Volveremos a la España bipartidista. A la misma que gobernaron Felipe y José María con la mano de los partidos nacionalistas. Esa Hispania, de rodillos rojos y azules, no fue tan buena como parecía. Y no lo fue, queridísimos lectores, porque las mayorías absolutas, salvo algunas excepciones, barren para los suyos. La derecha barre para la Iglesia, los terratenientes y los burgueses. Y la izquierda, la izquierda barre para los seculares y los obreros. Tanto es así que, según reza el dicho popular, no hay nada más inverosímil que "un obrero de derechas". Desde la irrupción de Podemos y Ciudadanos, y tras "el nuevo tiempo" anunciado por S.M. en su discurso de investidura, el multipartidismo cambió los rodillos por las brochas y pinceles. Entramos, la verdad sea dicha, en un terreno desconocido. En un prado inexplorado para una democracia acomodada en el turnismo de los años galdosianos.

El bipartidismo, salvo raras excepciones, siempre necesitó a los partidos nacionalistas. Tanto que algunos líderes que dijeron "digo" luego dijeron "Diego" tras el resultado de las urnas. Y todos, rojos y azules, bailaron con la fea. Y todos, y disculpen por la redundancia, le regalaron flores y le dijeron "te quiero" aunque fuera mentira. Ese tripartidismo se mantuvo casi treinta años. Y se mantuvo porque los límites de cada partido estaban muy bien delimitados. Los partidos nacionalistas nunca fueron partidos "atrapalotodo". Y ese factor no suponía grandes riesgos para los pactos. Cada partido pescaba en sus caladeros. Y era muy raro que un andaluz de pura cepa, por ejemplo, votara en contra de su sentimiento socialista. Los pactos, de aquellos tiempos, no se truncaban por mociones de censura ni elecciones anticipadas. Aquellos pactos eran entre partidos autolimitados por sus imperativos ideológicos. Los cambios de gobierno eran fruto del desgaste o la abstención electoral que servía como castigo.

Hoy, las tornas han cambiado. El multipartidismo ya no va de partidos autolimitados sino de partidos atrapalotodo. Partidos que pescan en caladeros desideologizados. Caladeros de votantes desorientados, desarraigados de las antiguas militancias y susceptibles de seducción por los nuevos sofistas. Estamos ante un votante que vota porque se siente demócrata pero que no cree en la política. Y esa contradicción, entre sentimientos y creencias, es la que enciende la mecha de los nuevos populismos. Populismos que se manifiestan mediante discursos derrotistas, pesimistas y alarmistas que conectan con ese analfabetismo político que deambula por las calles. Un analfabetismo que cree en el cuento de "los duros por pesetas". Y un analfabetismo que crece como la espuma en pleno siglo XXI. Esa actitud se sirve en blanco y negro. Estamos ante relatos políticos huérfanos de grises. Y esa privación de los matices, incisos y detalles ha asesinado a la reflexión. Estamos ante un país de eslóganes y titulares. Un país de pseudointelectuales, de columnistas a sueldo de sus líneas editoriales. Un país, de brochas y pinceles,  que espera con entusiasmo el regreso de los rodillos.

De elecciones y tamayazos

El tamayazo "made in Murcia" deja muy tocado a Ciudadanos. Y lo deja, queridísimos amigos, porque las traiciones en política – como en cualquier aspecto de la vida – tienen los días contados. Aunque cualquier diputado sea soberano en la gestión de su cartera. Aunque el voto de cualquier representante político sea individual e intransferible, el transfuguismo no está bien visto por los ojos de la ética. Y no lo está porque se rompe la confianza ideológica entre votantes y votados. Y la confianza es como un hilo que una vez roto es muy difícil de soldar. Así las cosas, estamos – como anuncié hace unas semanas tras la debacle en Cataluña – ante el funeral de Ciudadanos. Un funeral que abre la senda hacia el bipartidismo. Y la abre porque, aparte de este entierro, estamos a las puertas de otro difunto en el campo de batalla.

La convocatoria de elecciones en la Comunidad de Madrid puede ser el principio del fin del bipartidismo. Y puede ser, y digo bien, porque un fracaso de Gabilondo, Errejón e Iglesias supondría una hemorragia profunda para las izquierdas. Una hemorragia, como les digo, que afectaría a las arterias de Podemos.Y las afectaría porque la formación morada perdería a su líder en el Consejo de Ministros. Y afectaría, y disculpen por la redundancia, porque estaríamos ante el preludio de una reunificación de las derechas. Una reunificación, a la madrileña, que insuflaría oxígeno a Pablo Casado y neutralizaría, de alguna manera, el fracaso en Cataluña. Así las cosas, la clave para que esto no suceda es que la izquierda se mueva. Es necesario, aunque el virus juega en contra, que la izquierda movilice a todos sus votantes. Y para ello, para que la gente vote progresismo en lugar de conservadurismo, se necesita que las izquierdas vayan al unísono.

Solo con una participación electoral elevada, los votantes frenarían el carro de una derecha envuelta con lazos radicales. De una derecha que pescará peces en el caladero de Ciudadanos. Y de una derecha que intentará, por activa y pasiva, construir un relato en clave nacional. Es muy probable que estemos ante un maquillaje electoral. Es muy probable que estas elecciones sean la encuesta perfecta para desalojar, o no, a Sánchez de La Moncloa. El liderazgo fuerte, de Pablo Iglesias, contrasta con el perfil bajo de Gabilondo. El "efecto Iglesias" no será igual que el efecto Illa en Cataluña. Y no lo será, queridísimos lectores, porque la cartera de Iglesias está alejada de los réditos de la pandemia. Estamos ante una campaña difícil. Ayuso es muy probable que acuse al Gobierno de todos sus fracasos al frente de los madriles. Lanzará, sin duda alguna, la pelota al balcón de La Moncloa. Y esa pelota rebotará, tras romper varios cristales, en los jardines de Pablo.

De epicentros y terremotos

Hoy se ha producido un terremoto (político) en Madrid con epicentro en Murcia. Un terremoto, como les digo, provocado por la convocatoria de elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid. Y epicentro, en Murcia, por la moción de censura presentada por C's y PSOE contra López Miras. Dos hechos que recuerdan a la acción-reacción de las leyes newtonianas. El detonante de este temblor ha sido, entre otras complejidades, el escándalo de las vacunas y el pin parental. Un pin que cumplía con el beneplácito de Vox y el PP y el desacuerdo de la formación naranja. Así las cosas, en el huracán de la pandemia, la crisis del gobierno madrileño y murciano eclipsan a la Covid como titular de la mañana. Por primera vez, en más de un cuarto de siglo, Murcia será un bastión de centro izquierda. Un bastión con sus puntos fuertes y débiles de cara al corto y medio plazo.

El nuevo gobierno de Murcia, en caso de que prospere la moción, será efímero en el tiempo. Y lo será, queridísimos amigos, porque el giro de Ciudadanos hacia la izquierda supondrá costes electorales de cara a las próximas elecciones. Entre sus costes, asistiremos al voto de castigo. Un castigo que se materializará en el tránsito de papeletas naranjas al nido de la gaviota. Papeletas, como les digo, de votantes que consideran el pacto de PSOE con Ciudadanos como un pacto antinatura. Ese éxodo, en caso de que suceda, vaciaría los depósitos del naranja y otorgaría oxígeno a un futuro gobierno del PP con Vox. Un gobierno que supondría el camino hacia la reunificación de la derecha. Así las cosas, la misión del PSOE, durante su periplo con el cetro, no es otra que atraer a sus orillas al votante de Ciudadanos. Un reto que arrojaría datos similares a los obtenidos en las elecciones catalanas. Estaríamos, por tanto, ante el cadáver de C's.

En la comunidad de Madrid, por su parte, la estrategia correría por senderos similares. El PSOE necesitaría un líder a lo Macron. Un líder, más neoliberal que socialdemócrata, que supiera atraer a sus orillas a los peces díscolos del centro. Peces, que, temerosos ante el riesgo del radicalismo, buscasen refugio en caladeros moderados. Un candidato que reuniría esta condición sería, y disculpen por mi apuesta, Miguel Sebastián. Miguel guarda similitudes con Salvador Illa. Ambos han sido ministros de ejecutivos socialistas. Y ambos han sido líderes en el tema de la pandemia. Sebastián, mediante sus análisis en la Sexta, ha demostrado su valía para abordar la Covid-19 sin el sesgo ideológico de su partido. Ha abordado el tema sin barrer para, en exceso, para los suyos. Y lo ha hecho como un tecnócrata que analiza, y propone medidas, de conformidad con el interés general. El PSOE necesita un líder neutral que atraiga al neoliberal blando. A ese votante de centro que, ante el temor a un posible pacto del PP con Vox, prefiera cambiar de bando.

Repensar el feminismo

Más allá de los lazos violetas, de las manifestaciones en el asfalto y del debate filosófico; el principal reto del feminismo es proteger lo conseguido. Y lo conseguido, queridísimos amigos, no es ni más ni menos que la constitucionalización de sus proclamas. El feminismo, se lo decía el otro día a Peter, no es una cuestión de feminidades ni masculinidades sino de cumplimiento estricto de los preceptos constitucionales. En la Carta Magna aparecen reconocidos los derechos de la lucha femenina por la igualdad. Una igualdad que se incumple, un día sí y otro también, en los escenarios laborales y familiares. Todavía las nóminas masculinas pesan más que las femeninas y todavía, y disculpen por la frase,  "hay mujeres que friegan más platos que los hombres". Todavía existen prejuicios acerca de las "mujeres mineras". Y todavía hay quienes miran con malos  ojos el empoderamiento del "segundo sexo" en la judicatura.

El feminismo blanco, con todos sus avances, no está tan fortalecido como parece. Su tendón de Aquiles radica en una crisis de conceptos. Conceptos como el trabajo y la violencia, entre otros, no son tan evidentes. Y esa oscuridad es el lastre que entorpece, buena parte, de la lucha feminista. El término "trabajo" no está, como debería, desligado del factor remuneración. Tanto es así que, para algunos hombres, las tareas del hogar no entran dentro del ámbito del trabajo. Este malentendido somete a miles de mujeres a la doble jornada. Una doble jornada que merma la autoestima y atenta contra la dignidad femenina. Los medios pueden, y deberían, hacer algo para que este concepto ampliase sus horizontes. La violencia, como concepto, tampoco está bien delimitada. Hay muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que en sus relaciones de pareja cruzan las líneas grises del respeto. Líneas que cursan con desplantes y desvaloraciones. Y líneas que no son bien trazadas desde el minuto número uno. Es necesario que se delimiten los conceptos y se inserte en la comunidad educativa y mediática el lenguaje inclusivo.

La lucha contra el feminismo corre el riesgo de deconstrucción. El principal problema del movimiento es su falta de cohesión. Ante la homogeneidad del lazo violeta se esconden muchas vertientes y matices ideológicos. Tantos que, en muchas ocasiones, entran en conflicto. Esos conflictos, si no se establecen cauces de entendimiento, pueden desembocar en una amalgama de pequeños colectivos. Pequeños colectivos que serían incapaces de articular, por separado, una masa crítica para alcanzar sus objetivos. Otro riesgo añadido que tiene el movimiento es su sesgo ideológico. Hay un riesgo mayúsculo de que el feminismo sea identificado como un patrimonio de la izquierda y el patriarcado de la derecha. El movimiento debe luchar por salvaguardar su transversalidad. Una transversalidad que sirva como grupo de presión ante el parlamentarismo. El feminismo debería seguir como grupo de presión y evitar su politización. Y esa presión toma fuerza con simbolismo y organización. Se necesita un liderazgo feminista, que no lo hay, que reoriente el movimiento y unifique sus proclamas. Un liderazgo fuerte que inyecte su energía en la sangre de los partidos.

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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