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Repensar el feminismo

Más allá de los lazos violetas, de las manifestaciones en el asfalto y del debate filosófico; el principal reto del feminismo es proteger lo conseguido. Y lo conseguido, queridísimos amigos, no es ni más ni menos que la constitucionalización de sus proclamas. El feminismo, se lo decía el otro día a Peter, no es una cuestión de feminidades ni masculinidades sino de cumplimiento estricto de los preceptos constitucionales. En la Carta Magna aparecen reconocidos los derechos de la lucha femenina por la igualdad. Una igualdad que se incumple, un día sí y otro también, en los escenarios laborales y familiares. Todavía las nóminas masculinas pesan más que las femeninas y todavía, y disculpen por la frase,  "hay mujeres que friegan más platos que los hombres". Todavía existen prejuicios acerca de las "mujeres mineras". Y todavía hay quienes miran con malos  ojos el empoderamiento del "segundo sexo" en la judicatura.

El feminismo blanco, con todos sus avances, no está tan fortalecido como parece. Su tendón de Aquiles radica en una crisis de conceptos. Conceptos como el trabajo y la violencia, entre otros, no son tan evidentes. Y esa oscuridad es el lastre que entorpece, buena parte, de la lucha feminista. El término "trabajo" no está, como debería, desligado del factor remuneración. Tanto es así que, para algunos hombres, las tareas del hogar no entran dentro del ámbito del trabajo. Este malentendido somete a miles de mujeres a la doble jornada. Una doble jornada que merma la autoestima y atenta contra la dignidad femenina. Los medios pueden, y deberían, hacer algo para que este concepto ampliase sus horizontes. La violencia, como concepto, tampoco está bien delimitada. Hay muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que en sus relaciones de pareja cruzan las líneas grises del respeto. Líneas que cursan con desplantes y desvaloraciones. Y líneas que no son bien trazadas desde el minuto número uno. Es necesario que se delimiten los conceptos y se inserte en la comunidad educativa y mediática el lenguaje inclusivo.

La lucha contra el feminismo corre el riesgo de deconstrucción. El principal problema del movimiento es su falta de cohesión. Ante la homogeneidad del lazo violeta se esconden muchas vertientes y matices ideológicos. Tantos que, en muchas ocasiones, entran en conflicto. Esos conflictos, si no se establecen cauces de entendimiento, pueden desembocar en una amalgama de pequeños colectivos. Pequeños colectivos que serían incapaces de articular, por separado, una masa crítica para alcanzar sus objetivos. Otro riesgo añadido que tiene el movimiento es su sesgo ideológico. Hay un riesgo mayúsculo de que el feminismo sea identificado como un patrimonio de la izquierda y el patriarcado de la derecha. El movimiento debe luchar por salvaguardar su transversalidad. Una transversalidad que sirva como grupo de presión ante el parlamentarismo. El feminismo debería seguir como grupo de presión y evitar su politización. Y esa presión toma fuerza con simbolismo y organización. Se necesita un liderazgo feminista, que no lo hay, que reoriente el movimiento y unifique sus proclamas. Un liderazgo fuerte que inyecte su energía en la sangre de los partidos.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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