Tras la derrota de Ciudadanos en las elecciones catalanas, un periodista – de un medio de renombre – me preguntaba acerca de lo sucedido. Quería saber por qué las filas de Inés habían perdido 30 escaños en los últimos cuatro años. Por qué Ciudadanos había pasado de ser la fuerza más votada en 2017 a la séptima en 2021. Y por qué Carrizosa levantaba tan pocas simpatías. Más allá de la baja participación electoral, argumento esgrimido por Arrimadas, la derrota de Ciudadanos invita a otras narrativas. La primera, y la deberíamos subrayar con amarillo, es el cambio de las circunstancias sociopolíticas. El procés ha perdido fuelle en los últimos años. Ciudadanos ya no es el refugio para los votantes cabreados de izquierdas y derechas. Ya no es un partido con anclaje en Cataluña sino una opción, como otra cualquiera, dentro del espectro nacional. Esta pérdida de identidad con "lo catalán" ha suscitado un éxodo de votantes hacia otros partidos más definidos.
Otro motivo, de la debacle del naranja, ha sido la crisis de liderazgo. La dimisión de Rivera ha calado en el electorado catalán. La derrota de Rivera fue el síntoma del cáncer terminal que azota a Ciudadanos. La ambigüedad de su discurso, la imprecisión de su ubicación dentro del espectro político y sus contradictorios pactos de gobierno en diferentes comunidades autonómicas justifican, de alguna manera, el deterioro de sus siglas. Unas siglas que no representan, en términos nítidos, una ideología precisa. Para unos Ciudadanos representó, en sus inicios, a la burguesía constitucionalista de las tripas catalanas. Para otros a la "nueva derecha", en palabras de Sánchez. A una derecha reformada y alejada del marianismo. A una derecha de rostros jóvenes que recordaba a los tiempos aznarianos. Ciudadanos también representó el sentir general de los tiempos suaristas. Se proclamó como un justiciero ante los casos de corrupción y perfeccionó "la renovación democrática" de UPyD.
Hoy, Ciudadanos agoniza. Agoniza por la incertidumbre que produce su indeterminación. Y agoniza porque se ha producido un reajuste de las identidades políticas en Cataluña. El PSC se ha desmarcado del rifirrafe nacionalista para ubicar su discurso en las políticas sociales. Los socialistas catalanes han insuflado más socialdemocracia a su discurso. Y han recuperado, faltaría más, la identidad ideológica de los tiempos maragales. El electorado socialista ha votado ante las nuevas credenciales. La irrupción de Vox explica, en buena parte, la derrota de Ciudadanos. El votante constitucionalista, aquel que se proclama catalán y español se ha dejado seducir por el extremismo de derechas. Y se ha dejado seducir, como les digo, fruto del hartazgo que supone la parálisis, y fracaso, de la lucha nacionalista. Una lucha enquistada desde el procés, la huida de Puigdemont y el encarcelamiento de sus protagonistas. Gran parte del electorado de Vox proviene de los caladeros de Casado y Arrimadas. Así las cosas, el fracaso de Ciudadanos va más allá de la abstención. Hoy, el partido de Arrimadas debería hacer autocrítica y no lanzar balones fuera. Esperemos que lo haga.