La debacle de Ciudadanos, en Cataluña, y el tamayazo a la murciana sitúa a la formación naranja al filo de la muerte. Y si muere, morirá el multipartidismo. Volveremos a la España bipartidista. A la misma que gobernaron Felipe y José María con la mano de los partidos nacionalistas. Esa Hispania, de rodillos rojos y azules, no fue tan buena como parecía. Y no lo fue, queridísimos lectores, porque las mayorías absolutas, salvo algunas excepciones, barren para los suyos. La derecha barre para la Iglesia, los terratenientes y los burgueses. Y la izquierda, la izquierda barre para los seculares y los obreros. Tanto es así que, según reza el dicho popular, no hay nada más inverosímil que "un obrero de derechas". Desde la irrupción de Podemos y Ciudadanos, y tras "el nuevo tiempo" anunciado por S.M. en su discurso de investidura, el multipartidismo cambió los rodillos por las brochas y pinceles. Entramos, la verdad sea dicha, en un terreno desconocido. En un prado inexplorado para una democracia acomodada en el turnismo de los años galdosianos.
El bipartidismo, salvo raras excepciones, siempre necesitó a los partidos nacionalistas. Tanto que algunos líderes que dijeron "digo" luego dijeron "Diego" tras el resultado de las urnas. Y todos, rojos y azules, bailaron con la fea. Y todos, y disculpen por la redundancia, le regalaron flores y le dijeron "te quiero" aunque fuera mentira. Ese tripartidismo se mantuvo casi treinta años. Y se mantuvo porque los límites de cada partido estaban muy bien delimitados. Los partidos nacionalistas nunca fueron partidos "atrapalotodo". Y ese factor no suponía grandes riesgos para los pactos. Cada partido pescaba en sus caladeros. Y era muy raro que un andaluz de pura cepa, por ejemplo, votara en contra de su sentimiento socialista. Los pactos, de aquellos tiempos, no se truncaban por mociones de censura ni elecciones anticipadas. Aquellos pactos eran entre partidos autolimitados por sus imperativos ideológicos. Los cambios de gobierno eran fruto del desgaste o la abstención electoral que servía como castigo.
Hoy, las tornas han cambiado. El multipartidismo ya no va de partidos autolimitados sino de partidos atrapalotodo. Partidos que pescan en caladeros desideologizados. Caladeros de votantes desorientados, desarraigados de las antiguas militancias y susceptibles de seducción por los nuevos sofistas. Estamos ante un votante que vota porque se siente demócrata pero que no cree en la política. Y esa contradicción, entre sentimientos y creencias, es la que enciende la mecha de los nuevos populismos. Populismos que se manifiestan mediante discursos derrotistas, pesimistas y alarmistas que conectan con ese analfabetismo político que deambula por las calles. Un analfabetismo que cree en el cuento de "los duros por pesetas". Y un analfabetismo que crece como la espuma en pleno siglo XXI. Esa actitud se sirve en blanco y negro. Estamos ante relatos políticos huérfanos de grises. Y esa privación de los matices, incisos y detalles ha asesinado a la reflexión. Estamos ante un país de eslóganes y titulares. Un país de pseudointelectuales, de columnistas a sueldo de sus líneas editoriales. Un país, de brochas y pinceles, que espera con entusiasmo el regreso de los rodillos.
Juan Antonio
/ 20 marzo, 2021Ay, los sorpassos que todos pregonaban y nunca llegaron. Creció el analfabetismo político y si hubo el sorpasso que algunos querían el del ala low cost del PP y sus votantes pobres. Engañados por todos y aferrándose a la nada. Estamos dando pasos de gigante hacia el pasado.