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Las cloacas

Los ERE de Andalucía, lo decía esta mañana en una red social, suponen algo más que dos políticos de renombre entrando en un furgón policial. Detrás de la corrupción existe un presunto sistema que la organiza, dirige y mantiene. Sin ese supuesto entramado sería muy poco probable que algunos fondos públicos corrieran por las cloacas de la política. Para que exista corrupción se necesita complicidad y cadena de favores. Y en esa cadena de favores, queridísimos lectores, circula el silencio. Un silencio, manchado por el dinero, que se convierte en un volcán. Dentro de la malla del secreto, los corruptos gozan de espacios clandestinos. Espacios como restaurantes, apartamentos o retiros donde se tratan acuerdos y repartos. Es en esos contextos donde los canales se convierten en los peores enemigos. Siempre existe el riesgo de que un caballo de Troya sea introducido con micrófonos, teléfonos o cámaras indiscretas.

Las tramas de la corrupción son destapadas, en muchas ocasiones, por la traición. La percepción de una injusticia social, dentro del entramado, saca a la luz aquello que la corrupción esconde. Es precisamente el chivatazo al periodista de turno, o la investigación de oficio por parte de este, quien levanta las alarmas. Casi siempre se produce el mismo modus operandi, un delator deja en paños menores a una serie de hombres y/o mujeres que, durante un tiempo (meses o años), han atentado contra las reglas de juego. Una vez destapada la caja de Pandora, los mismos señalados – por sustraer "el carrito del helado" – es cuando tiran de la manta. Una manta que deja desnudos a gente insospechada que trabaja para los de arriba a cambio de prebendas y otros menesteres. Toda esta miseria, que ocurre en España y cualquier lugar del mundo, es complicada de desarticular sin la presencia de daños a terceros. Dentro de las mallas de la corrupción hay testaferros, encubridores e incluso "hombres de paja" que sirve de puente entre casos, en apariencia, dispares.

Cuando la presunción de inocencia se pierde por la firmeza de una sentencia, la corrupción se pone en evidencia. Es cuando lo que parecía ser verdad, es verdad. Y es cuando se produce el desencanto y desengaño con aquellos que, en su día, se convirtieron en encantadores de serpientes. Para evitar que se articulen redes de corrupción política se deben poner en valor los servicios de control y auditoría. Hace falta que las cuentas públicas sean revisadas por auditores externos a los ayuntamientos o cualquier institución democrática. Hace falta que el portal de transparencia no se convierta en un bunker acorazado por la Ley de Protección de Datos. Es necesario que los cargos políticos no pasen el umbral de los ocho años. Es necesario que haya más periodistas dedicados a la investigación política. Y también es urgente que existan sentencias ejemplares que sirvan de vehículo disuasorio ante posibles corruptelas. La corrupción mancha la ética políitca y hace que se juzguen – por la opinión pública – a justos por pecadores. Se pone en duda el funcionamiento del sistema e insufla sentimientos de desprecio hacia los elegidos.

Fraudes democráticos

Desde que escribo en el blog, hace más de una década, he recibido ofertas de diversos medios de comunicación. En ocasiones, la verdad sea dicha, he estado a punto de colaborar con ellos. He estado a punto, como les digo, por la visibilidad que me otorga ser firma de opinión. Y también por los contactos que conseguiría escribiendo en un periódico de renombre. Aún así, siempre les he dicho que no. Y les he dicho que no por varias razones. La primera porque perdería libertad y, en ocasiones, faltaría a la verdad moral. Una verdad, que decía Aristóteles, definida como la coherencia entre lo que uno dice y piensa. Y la segunda porque me sentiría como una manzana en el balda de un mercado. Me convertiría en un escritor al servicio de líneas editoriales. Líneas, alineadas a cánones y corsés ideológicos, que escriben para una comunidad lectora previamente definida. Así las cosas, la prensa se convierte en un cúmulo de textos previsibles y aburridos. Textos escritos por un rebaño de escribas al servicio de intereses económicos.

Lo de Ferreras, tal y como lo define Évole, saca a la luz lo que la verdad esconde. Asistimos ante un supuesto uso maquiavélico de la espiral del silencio. Si se corroboran los datos, nos daríamos cuenta de que estamos ante un fraude democrático. Y lo estaríamos, queridísimos lectores, porque habríamos consumido información de mala calidad de una forma torticera y falaz. Un fraude, como les digo, que rompería la confianza mediática. Las grietas del cuarto poder son la primera señal de que existen cloacas informativas. El periodista no es un líder político. Su función no consiste en influir en los electores para que voten a un partido u otro sino en mostrar. Mostrar la actualidad – seleccionada y contada desde el prisma ideológico de su línea editorial – a una audiencia libre e independiente. Cuando se fuerza el relato mediático y se insertan ingredientes presuntamente ficticios, el periodista realiza una "prevaricación informativa". Estaríamos ante la elaboración de una postverdad, semimentira o como la queramos llamar. Una postverdad que, a su vez, construye una opinión pública sesgada. Una "opinión inocente" que construye su narrativa con mimbres de hojalata.

Hoy, en España, asistimos ante una crisis de ética periodística. Una crisis que pide a gritos un pacto entre todos los colegios profesionales para que se elabore un código profesional con carácter "ex lege". No, no es bueno para la democracia, que periodistas con "mala praxis" sigan delante de cámaras, micrófonos o taquígrafos. Tales pseudoprofesionales de la información deberían ser despedidos hasta que una comisión de investigación resolviera sus expedientes. Mientras no se haga, estamos ante un manto de sospecha que se expande como la pólvora. Y esa sospecha es tóxica para la democracia. El derecho a una información veraz, libre e independiente es un derecho consagrado en la Constitución. Dicho derecho es importante que se ejerza de una forma honesta. Es cierto que existe una clara guerra por las audiencias. Es cierto que los medios son como panaderías que venden su pan a los vecinos del barrio. Pero, amigas y amigos, no se debe jugar – llegados a ciertos niveles de seguridad y salud – con la calidad del producto. Por ello, es urgente que se despierte el espíritu crítico. Un espíritu necesario para sancionar los fraudes democráticos.

ETA y los logros de ZP

Corría el año 1997 cuando ETA asesinaba a Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en el ayuntamiento de Ermua. Recuerdo que en aquellos tiempos, gobernaba la derecha con José María Aznar a la cabeza. Tiempos, como les digo, donde la marca PSOE estaba por los suelos y el Partido Popular ganaba las elecciones por mayoría simple. Y tiempos donde la banda terrorista nos traía por el camino de la amargura. Una banda que tambaleaba los cimientos del Estado de Derecho y que, a golpe de gatillo, clamaba – entre otros menesteres – el acercamiento de sus presos al País Vasco. Un País Vasco que se convertía en una "zona peligrosa" para el turismo nacional e internacional. Los atentados sacaban los colores al Acuerdo de Madrid sobre Terrorismo, firmado en noviembre de 1987, y al Pacto para la Normalización y Pacificación de Euskadi; más conocido como el Pacto de Ajuria Enea. El buenísimo de los pactos antiterroristas pronto cayó en pozo negro de los partidos.

Durante el periplo de la derecha, la banda terrorista ETA continúo con el hacha y la serpiente. Fue precisamente, José Luis Rodríguez Zapatero – un recién elegido secretario general del PSOE – cuando en el año 2000 propuso el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, más conocido como el Pacto Antiterrorista. Un pacto cuyo objetivo no era otro que la lucha conjunta del bipartidismo contra el terrorismo de ETA. Un pacto que no gozó, en un primer momento, con el beneplácito de Mariano Rajoy pero que finalmente se firmó. El artículo 1 del pacto, decía así: "“El terrorismo es un problema de Estado. Al gobierno de España corresponde dirigir la lucha antiterrorista, pero combatir el terrorismo es una tarea que corresponde a todos los partidos políticos democráticos, estén en el gobierno o en la oposición. Manifestamos nuestra voluntad de eliminar del ámbito de la legítima confrontación política o electoral entre nuestros dos partidos las políticas para acabar con el terrorismo”. El 20 de octubre de 2011, ETA anunciaba el cese definitivo de la actividad armada. Anuncio que se producía dentro de una España gobernada por José Luis Rodríguez Zapatero.

Hoy, veinticinco años después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, se rompe – una vez más – con el sentir general del artículo primero de aquel pacto antiterrorista, orquestado por ZP. Según reza el editorial de ABC – 10 de julio 2022 – "…la presencia de Pedro Sánchez en el homenaje de Ermua provoca muchos sentimientos en las víctimas de ETA. Tiene que asumirlo el presidente del Gobierno, porque viene de pactar con quienes todavía hoy, no han pedido perdón expresamente por cada víctima, ni han repudiado el terrorismo ni condenado los más de novecientos asesinatos cometidos por ETA…". Fue precisamente, el pacto antiterrorista – propuesto por Zapatero – quien sentó las bases sobre la reforma de la Ley de Partidos, que hizo posible la ilegalización de Batasuna. Una ley apta para la ilegalización de cualquier partido que no cumpla con las reglas de juego. Y fue, el gobierno del PSOE, como decíamos atrás, quien puso fin al desarme de la banda terrorista y sembró la paz  en Euskadi. Por ética democrática, se debería respetar – salvo que se demuestre judicialmente lo contrario – la legalidad de los pactos de Gobierno. Pactos surgidos, en última instancia, de la soberanía popular.

De angustias y tragedias

Tras un mes encerrado en la soledad de mi despacho, ayer me dejé caer por El Capri. Estaba tiempo sin saber nada de Peter y, la verdad, necesitaba oxigenar mis neuronas con la espuma de la cerveza. Allí, en el taburete del fondo, quemé los últimos cartuchos de la tarde. Una tarde calurosa como aquellas que sufrieron los prisioneros que levantaron el Valle de los Caídos. Mientras leía los titulares de un periódico caducado, llegó al garito un señor de tierras desconocidas. De aspecto parisino y pelo canoso, me preguntó por una calle de mi pueblo. Le dije que en esa calle fue asesinado con dos disparos en la nuca Manolo, un sindicalista de los tiempos republicanos. Tras hablar de los palos actuales – la guerra de Ucrania, el gasto en defensa y la cumbre de la OTAN -, la conversación giró por otros derroteros. Le dije que tenía un blog y que era profesor de filosofía. Me dijo que él, aunque ahora jubilado, trabajó como periodista para un diario francés de corte progresista.

Me comentaba que el periodismo es un oficio rastrero. Los periodistas se han convertido en un rebaño de ovejas al servicio de intereses económicos. Ovejas que cubren ruedas de prensa y reflejan, en sus escritos, el pensamiento de los lectores. Salvo algún valiente que se hace relevante, la mayoría de periodistas son "chalecos amarillos". Peter, de vez en cuando, se acercaba y aportaba su granito de arena a la conversación. En la entrada del garito, Alejandro fundía su salario por la ranura de las máquinas tragaperras. El Cadillac de Loquillo ambientaba el crepúsculo de la barra. La gente, me decía este señor, busca la felicidad en libros de autoayuda. Libros que sirven de recetas de cocina para conseguir la pseudofelicidad. Una pseudofelicidad en forma de éxito efímero, coches caros y turismo de quirófano. Detrás de selfies, con dientes blancos y relucientes, se esconde un vacío existencial que inunda nuestras vidas. Hay un mal que atraviesa a las sociedades avanzadas. Y ese mal se llama angustia.

Vivimos, me comentaba este señor, en una sociedad angustiada. Angustiada por el agravio comparativo y constante que suscita el sino capitalista. Angustiada por los frutos de lo efímero. Se ha perdido la paciencia y las luces largas de antaño. Se nos ha olvidado que las mejores vistas son aquellas que se avistan desde lo alto de la cima. Son aquellas que necesitan gotas de sudor y dolor. Un dolor, que diría Nietzsche, para devorar la moral de esclavos y atesorar los beneficios del "superhombre". Vivimos dentro de una angustia que se manifiesta con brotes de ansiedad y depresión. Ansiedad por el "querer y no poder". La gente quiere tener casa en propiedad y no puede. Quiere estabilidad laboral y recibe precariedad. Quiere llegar al final de mes y hace malabarismo para pagar la factura de la luz. Ante esta situación, de frustración colectiva y pesimismo estructural, es necesario que aprendamos a vivir con la tragedia. Una tragedia que carece de la nostalgia del romanticismo. Se ha perdido la mirada perdida al horizonte, el gusto por la poesía y el sueño con lo bucólico. El burgués del siglo XXI es el nuevo tiburón que naufraga desorientado y malherido por playas clandestinas.

La OTAN, Zelenski y la Segunda Guera Fría

Tras un mes apartado de las calles del vertedero, el otro día compré el periódico. Necesitaba, la verdad sea dicha, papel para limpiar los cristales del coche. Antes, leí los artículos que se cocían en los fogones de ABC. Artículos que versaban sobre la cumbre de la OTAN y la marca España. Una marca que se vio reforzada por los selfies de los altos dirigentes deambulando por los pasillos del Museo del Prado. Me recordó, la verdad sea dicha, a las panorámicas de París cuando el Tour, y su pelotón multicolor, pasa por los Campos Elíseos. Y es que, queridísimos lectores, la política y el espectáculo van cogidos de la mano. Los congresos, las inauguraciones y los mítines ponen en valor la estética del poder. Una estética que sirve de metamorfosis para que la humildad de los recién llegados se transforme en la vanidad de los veteranos. Asistimos a una cumbre, la de Madrid, de políticos canosos que utilizan estos encuentros, entre otros menesteres, para ganar popularidad en el ranking internacional. Una popularidad que eclipsa a la oposición y empodera a los cetros y coronas.

Más allá de la parafernalia del otro día, la cumbre de Madrid ha servido para recordar a Putin que la Alianza Atlántica no es una reliquia de la Guerra Fría, sino que guarda la esencia de su primer día. La OTAN pone en valor el poder de la unión occidental ante la amenaza rusa. Una amenaza que, más allá del comunismo de la URSS, se percibe como un pulso entre titanes para ver quién ostenta el poder mundial en el siglo XXI. Un pulso que refresca los miedos fantasmagóricos de las dos potencias del ayer. Y un pulso que sitúa a Ucrania como un rehén internacional. Si antes era la desconfianza ante la posible posesión de armas nucleares. Ahora es la tensión internacional por la incertidumbre que genera el desenlace de la guerra. Una guerra que se atisba como interminable por su carácter estructural y geopolítico. El miedo a una Tercera Guerra Mundial, por parte de la OTAN, invita a la realización de cumbres. De cumbres para que Putin visualice los costes y oportunidades que le supondría la entreda en un conflicto global.

La victoria de Ucrania en Eurovisión, su futura pertenencia a la Unión Europea y el testimonio de Zelenski en la cumbre de la OTAN son condición necesaria, pero no suficiente, para que se decrete el alto el fuego. La OTAN, más allá de esta cumbre, no se convertirá en el "Zorro justiciero" que algunos desean. Y no lo hará porque sería un suicidio internacional. Estaríamos ante un escenario bélico global que supondría una hecatombe para el establishment mundial. Por ello la estrategia pasa, y no será de otra manera, porque la OTAN se convierta en un staff de apoyo al pueblo ucraniano. Un staff – y disculpen por el término – económico, armamentístico y humanitario que sirva de ayuda paliativa mientras dure el conflicto. Aún así, la cuerda tendrá momentos de tensión y distensión. Asistimos ante una Segunda Guerra Fría de resistencia y desgaste contra el enemigo. Una contienda que traerá encarecimiento de materias primas y corrientes inflacionistas. Dos efectos colaterales que traeran, a su vez, cambios de gobiernos.

El efecto andaluz

La victoria de Moreno Bonilla invita a varias lecturas. Y esa es la tarea de nosotros, los politólogos. Nuestra tarea, no es otra, que realizar un análisis multivariable de los resultados electorales. Un análisis, como les digo, que vaya más allá de los sesgos mediáticos. Existen, por tanto, diversas explicaciones sobre la pérdida electoral del bastión socialista. La primera, y no por ello preferente, sería la crisis de liderazgo del partido socialista. Un liderazgo – el de Espadas – que no ha contrarrestado la popularidad de Susana Díaz, ni tampoco ha estado a la altura de Moreno. Ante esta lectura, el PSOE-A debería abrir un proceso de primarias que ponga sobre la mesa nuevas caras frente a las tradicionales. Otra interpretación de la victoria del PP pasa por la desaparición de Ciudadanos. El descalabro del que fuera el partido de Albert Rivera ha sido en beneficio de la marca original. Moreno Bonilla ha recogido a los desencantados del naranja; una organización política que se desangra a lo largo y ancho de toda España.

El PSOE no ha conquistado al votante moderado. Sus pactos con la extrema izquierda – tanto a nivel nacional como en diversos feudos regionales – ha suscitado que el votante indeciso inclinara su sino hacia una derecha descafeinada. Y digo descafeinada porque el "efecto Feijóo" ha hecho mella en la identidad del partido. El nuevo inquilino de Génova ha conseguido, en muy poco tiempo, construir un relato moderado y reformista frente al radicalismo de las fuerzas extremistas. Esa nueva percepción ha jugado a favor de Moreno. Tanto que ha orillado a Vox y lo ha expulsado de los cuadros de mando. Así las cosas, el PP ha hecho leña del árbol caído. Ha recogido a los náufragos de Ciudadanos y los exiliados del PP, los mismos que se fueron a las tierras de Abascal. Este resultado – de victoria histórica del PP – abre un nuevo ciclo político regional con altas probabilidades de extrapolación a la parrilla nacional. Se abre un regreso a los rodillos. Una vuelta al sistema bipartidista de los tiempos felipistas. Estamos, una vez más, ante la España del turnismo que tanto criticó Galdós.

Y la última lectura, y no por ello menos importante, es la caída del PSOE-A. Cae el partido de Sánchez y cae, por si fuera poco, en el buque insignia del socialismo español. Cae en Andalucía. Y cae, entre otras razones, por el desgaste del gobierno central, la crisis de liderazgo en Andalucía y la herida de los tiempos de Chávez y Griñán. El partido del puño y la rosa no ha sabido conquistar a la clase media andaluza. Una clase media que ha percibido un mejor horizonte en las políticas liberales en detrimento de las socialdemócratas. Y lo ha percibido, entre otras cosas, por la crisis económica que atraviesa la nación. Una crisis que se manifiesta en una alta inflación, déficit de materias primas y unas relaciones internacionales tensas y complicadas por la guerra de Putin. Así las cosas, el sanchismo queda muy tocado por la victoria de Moreno. Un golpe que se magnifica con la dimisión de Mónica Oltra, y por tanto la crisis inmediata del pacto de gobierno, en la Comunidad Valenciana. Estamos ante un tablero político donde sus fichas se ponen de cara para la derecha. No obstante, todavía queda un año y medio para las elecciones generales. Durante este periodo, es muy probable, que la derecha articule el mantra de "la culpa – de todos los males – es de Sánchez". Lo mismo que hizo con ZP y tanto beneficio le reportó. Atentos.

Parece que fue ayer

Muy buenas tardes a todos. Muy buenas tardes a todas.

Es para mí un honor, como profesor de este instituto, compartir este momento, tan importante, con mis alumnos, sus familiares y allegados. Así como, con mis compañeros de trabajo y todos los aquí presentes. Quiero agradecer a Cristina y a todo el equipo directivo por la confianza que han depositado en mí para dar este discurso. Un discurso especial por varias razones. Especial porque hoy se gradúa un grupo de alumnos que cursó bachillerato en el seno de una pandemia. Una pandemia que les obligó a llevar mascarilla, desinfectar las mesas y respetar la distancia de seguridad.  Y especial porque hoy se gradúan los primeros alumnos que conocí cuando llegué a este centro. Un centro, el IES Jaime de Sant Ángel, que lo siento como una gran familia a la que admiro y respeto.

Si tuviera que poner un titular a este discurso, le pondría “parece que fue ayer”. Parece que fue ayer, y han pasado ya más de treinta años, cuando aquella tarde del 17 de junio de 1988; un chaval – de catorce años –  se quedaba en casa, triste y cabizbajo, mientras sus compañeros se graduaban de 8º de EGB. Ese chaval, rebelde y disruptivo, por el que nadie daba un duro, abandonó los estudios. Durante cuatro años, la única escuela que recibió fue la escuela de la calle. Aún así, tenía una gran inquietud por el conocimiento. Leyó, por su cuenta, a los clásicos del pensamiento. Y descubrió a Sartre y Nietzsche, dos filósofos que cambiaron su vida para siempre. Del primero aprendió que somos el producto de nuestras propias decisiones. Del segundo, que más allá de la razón, se necesita pasión para la vida. Aquel chaval volvió, con 18 años, a las aulas del instituto. Luchó por sus sueños y finalizó el bachillerato con todo sobresaliente y matrículas de honor. Por las dificultades económicas que atravesaba su familia, no pudo estudiar la carrera de sus sueños. Ejerció como profesor, enseñando una asignatura que no le gustaba lo suficiente. Y decidió, con casi cuarenta años, reinventarse y quitarse la espina que tenía clavada desde sus años del instituto. Volvió a la universidad, estudió dos carreras más, aparte de la que tenía. Y obtuvo la plaza como profesor de Filosofía. Ese chaval con gafas de pasta, granos en la cara y pelo a lo afro, hoy les habla desde esta tribuna.

Decía Sartre, el filósofo que despertó mi pasión por la Filosofía, que las personas somos un “para sí”. Somos un proyecto de vida que construimos, día a día, mediante la toma de decisiones. De tal modo que nuestra identidad es el fruto de nuestros aciertos y errores. Ahora, vosotros – queridos alumnos – tenéis que crear vuestro proyecto. Tenéis que crear vuestro “para sí”. Tenéis que decidir a qué os vais a dedicar el día de mañana. Y  para ello, necesitáis soñar. Soñar como ese chaval que leía y devoraba libros de Filosofía. Soñar como ese chaval que persiguió sus sueños contra vientos y mareas. Necesitáis encontrar ese sueño, o proyecto de vida, que os apasione y merezca  la pena luchar por él. Necesitáis que la llama de la motivación nunca pare de prender. Y para ello tenéis que ser fuertes. Tenéis que hacer frente a la adversidad y visualizar el éxito. Tenéis que ser constantes y perseverantes. Tenéis que tener tolerancia al fracaso. Solo así conseguiréis ser abogados, médicos o cualquiera otra profesión que deambule por vuestras mentes. Y en esa persecución de vuestros sueños es clave que disfrutéis del paisaje. Importante que cada minuto de vuestro camino sea vivido con alegría  y entusiasmo. Importante que cada día sea vivido como si fuese el último de vuestra vida.

Hoy, estimados alumnos, me despido de vosotros. Me despido con una mochila llena de recuerdos, anécdotas y momentos vividos. Recuerdos como el día que pasé lista y os nombré por primera vez. Recuerdos como aquellos debates que hacíamos al final de cada tema. Debates que ponían en valor el contraste de ideas; siempre desde la tolerancia y el respeto. Y recuerdos como ese chaleco que me ponía y que tanta gracia os hacía. Momentos, queridos alumnos, que siempre llevaré conmigo y recordaré con orgullo. Hoy, me despido con la satisfacción de que, durante un periodo de vuestras vidas, os transmití “el amor a la sabiduría” y el espíritu crítico ante la vida. Me despido con la esperanza de que algún día, no muy lejano, seáis el producto de vuestros sueños. Seáis como ese chaval, que no tuvo acto de graduación, pero aún así luchó para ser profesor de Filosofía. Y me despido, y cierro este discurso, con una frase del dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht: “El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida”.

Muchísimas gracias.


PD: Discurso pronunciado por Abel Ros – profesor de Filosofía – el 17 de junio de 2022, a las 21:00 horas, en el IES Jaime de Sant Ángel de Redován (Alicante), con motivo de la graduación de sus alumnos de 2º de Bachillerato.

Las sombras del deseo

Estamos inmersos en la sociedad del deseo. Nos hemos vuelto esclavos del capricho. Deseamos triunfar, agradar, amar, trabajar y escalar en la pirámide social. Esa necesidad, nos sitúa en una dimensión temporal irreal. Nos ubica, como les digo, en una proyección mental, o dicho de otro modo, en una ensoñación. En esa vida mental, encontramos una felicidad súbita y frágil que nos invita a la vigilia. El deseo infecta las Redes Sociales con frases motivadoras y postales oníricas. Ahí, en esos paraísos mentales, hallamos una identidad construida para un jardín imaginario. En esos escenarios mentales, es donde crecen las semillas de la ansiedad y la depresión. El capitalismo nos convierte en seres autoexigentes. La vida transcurre dentro de una competición constante. En esa competición nos autoevaluamos en relación con los otros. Ahí, en la cancha de juego, medimos nuestras fortalezas y debilidades. Y ahí, y disculpen por la redundancia, es donde nos identificamos con leones o ratones.

En una sociedad de corte materialista, los grados de confort espiritual se miden por el coche que uno tiene o la casa donde vive. El conocimiento se convierte en un medio para el ascenso material. Casi nadie estudia por el amor a la sabiduría. Se ha perdido el cultivo de la razón como trampolín a la felicidad aristotélica. Ahora, la gente sueña con vivir. Y vivir es sinónimo de experiencias relacionadas con lo material. Estamos ante una sociedad que hace "más con más", en lugar de "más con menos". Una sociedad que vive en lo complejo. Y una sociedad que vive en lo dual. Estamos ante una transmutación de las personalidades. La gente cabalga por la vida con el doble rostro presencial y digital. Con el primero, la gente se relaciona con sus familiares, allegados y compañeros de trabajo de forma tradicional. Con el segundo, esa misma gente se transforma en su avatar. Y ese avatar encarna la materialización de sus deseos. Ahí es donde, Manolo o Manolita – por citar algún ejemplo – muestran su mejor perfil. Ahí es donde se cuelgan los selfis de viajes "low cost", cenas en restaurantes y celebraciones de cumpleaños. Ahí, en la dimensión del postureo, habita la cara idílica – y cuasiperfecta – de cada uno. Estamos ante una reversión del mundo de la ideas de Platón.

En la dimensión digital triunfa la radicalidad. Triunfan los saltos desde balcones, los adelantamientos arriesgados y todo aquello que sea transgresor con la moral tradicional. Se retuitea el insulto barato, la barbaridad y lo obsceno. Se regalan "likes" a los comentarios polémicos, las ocurrencias groseras y todo aquello que destaque en el día a día de la mediocridad. Entre un mundo y otro mundo existe una zona de inseguridades, miedos y temores. Delante de cualquier post, se halla la desnudez del autor. Se encuentra, como les digo, el rubor de un niño ante la desaprobación de sus maestros. Y se hallan, claro que sí, decenas de minutos de gloria para un mundo de miserias. Es ahí, en la estimulación de la radicalidad por parte de las Redes Sociales, donde surgen las semillas del odio. Semillas que, a su vez, son regadas por el periodismo amarillo. Y semillas que sirven a ciertos partidos para articular sus relatos políticos. Relatos que reproducen la radicalidad digital y enfrentan a la sociedad. Hemos caído en la trampa de las aparencias tóxicas. Estamos inmersos en una aeronave de carroña informativa. Una aeronave que algún día, no muy lejano, aterrizará en el desierto de lo estúpido. ¡Sálvese quien pueda!

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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