Desde que escribo en el blog, hace más de una década, he recibido ofertas de diversos medios de comunicación. En ocasiones, la verdad sea dicha, he estado a punto de colaborar con ellos. He estado a punto, como les digo, por la visibilidad que me otorga ser firma de opinión. Y también por los contactos que conseguiría escribiendo en un periódico de renombre. Aún así, siempre les he dicho que no. Y les he dicho que no por varias razones. La primera porque perdería libertad y, en ocasiones, faltaría a la verdad moral. Una verdad, que decía Aristóteles, definida como la coherencia entre lo que uno dice y piensa. Y la segunda porque me sentiría como una manzana en el balda de un mercado. Me convertiría en un escritor al servicio de líneas editoriales. Líneas, alineadas a cánones y corsés ideológicos, que escriben para una comunidad lectora previamente definida. Así las cosas, la prensa se convierte en un cúmulo de textos previsibles y aburridos. Textos escritos por un rebaño de escribas al servicio de intereses económicos.
Lo de Ferreras, tal y como lo define Évole, saca a la luz lo que la verdad esconde. Asistimos ante un supuesto uso maquiavélico de la espiral del silencio. Si se corroboran los datos, nos daríamos cuenta de que estamos ante un fraude democrático. Y lo estaríamos, queridísimos lectores, porque habríamos consumido información de mala calidad de una forma torticera y falaz. Un fraude, como les digo, que rompería la confianza mediática. Las grietas del cuarto poder son la primera señal de que existen cloacas informativas. El periodista no es un líder político. Su función no consiste en influir en los electores para que voten a un partido u otro sino en mostrar. Mostrar la actualidad – seleccionada y contada desde el prisma ideológico de su línea editorial – a una audiencia libre e independiente. Cuando se fuerza el relato mediático y se insertan ingredientes presuntamente ficticios, el periodista realiza una "prevaricación informativa". Estaríamos ante la elaboración de una postverdad, semimentira o como la queramos llamar. Una postverdad que, a su vez, construye una opinión pública sesgada. Una "opinión inocente" que construye su narrativa con mimbres de hojalata.
Hoy, en España, asistimos ante una crisis de ética periodística. Una crisis que pide a gritos un pacto entre todos los colegios profesionales para que se elabore un código profesional con carácter "ex lege". No, no es bueno para la democracia, que periodistas con "mala praxis" sigan delante de cámaras, micrófonos o taquígrafos. Tales pseudoprofesionales de la información deberían ser despedidos hasta que una comisión de investigación resolviera sus expedientes. Mientras no se haga, estamos ante un manto de sospecha que se expande como la pólvora. Y esa sospecha es tóxica para la democracia. El derecho a una información veraz, libre e independiente es un derecho consagrado en la Constitución. Dicho derecho es importante que se ejerza de una forma honesta. Es cierto que existe una clara guerra por las audiencias. Es cierto que los medios son como panaderías que venden su pan a los vecinos del barrio. Pero, amigas y amigos, no se debe jugar – llegados a ciertos niveles de seguridad y salud – con la calidad del producto. Por ello, es urgente que se despierte el espíritu crítico. Un espíritu necesario para sancionar los fraudes democráticos.
Juan Antonio Luque
/ 19 julio, 2022Estos periodistas o seudoperiodistas no son ni más ni menos que sicarios a sueldo del poder económico y de los ganadores de la guerra que nunca han aceptado una España democrática ni quieren aceptarla, se piensan que España es de ellos.
Carmiña Carmela
/ 20 julio, 2022Totalmente de acuerdo contigo 😊