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Las sombras del deseo

Estamos inmersos en la sociedad del deseo. Nos hemos vuelto esclavos del capricho. Deseamos triunfar, agradar, amar, trabajar y escalar en la pirámide social. Esa necesidad, nos sitúa en una dimensión temporal irreal. Nos ubica, como les digo, en una proyección mental, o dicho de otro modo, en una ensoñación. En esa vida mental, encontramos una felicidad súbita y frágil que nos invita a la vigilia. El deseo infecta las Redes Sociales con frases motivadoras y postales oníricas. Ahí, en esos paraísos mentales, hallamos una identidad construida para un jardín imaginario. En esos escenarios mentales, es donde crecen las semillas de la ansiedad y la depresión. El capitalismo nos convierte en seres autoexigentes. La vida transcurre dentro de una competición constante. En esa competición nos autoevaluamos en relación con los otros. Ahí, en la cancha de juego, medimos nuestras fortalezas y debilidades. Y ahí, y disculpen por la redundancia, es donde nos identificamos con leones o ratones.

En una sociedad de corte materialista, los grados de confort espiritual se miden por el coche que uno tiene o la casa donde vive. El conocimiento se convierte en un medio para el ascenso material. Casi nadie estudia por el amor a la sabiduría. Se ha perdido el cultivo de la razón como trampolín a la felicidad aristotélica. Ahora, la gente sueña con vivir. Y vivir es sinónimo de experiencias relacionadas con lo material. Estamos ante una sociedad que hace "más con más", en lugar de "más con menos". Una sociedad que vive en lo complejo. Y una sociedad que vive en lo dual. Estamos ante una transmutación de las personalidades. La gente cabalga por la vida con el doble rostro presencial y digital. Con el primero, la gente se relaciona con sus familiares, allegados y compañeros de trabajo de forma tradicional. Con el segundo, esa misma gente se transforma en su avatar. Y ese avatar encarna la materialización de sus deseos. Ahí es donde, Manolo o Manolita – por citar algún ejemplo – muestran su mejor perfil. Ahí es donde se cuelgan los selfis de viajes "low cost", cenas en restaurantes y celebraciones de cumpleaños. Ahí, en la dimensión del postureo, habita la cara idílica – y cuasiperfecta – de cada uno. Estamos ante una reversión del mundo de la ideas de Platón.

En la dimensión digital triunfa la radicalidad. Triunfan los saltos desde balcones, los adelantamientos arriesgados y todo aquello que sea transgresor con la moral tradicional. Se retuitea el insulto barato, la barbaridad y lo obsceno. Se regalan "likes" a los comentarios polémicos, las ocurrencias groseras y todo aquello que destaque en el día a día de la mediocridad. Entre un mundo y otro mundo existe una zona de inseguridades, miedos y temores. Delante de cualquier post, se halla la desnudez del autor. Se encuentra, como les digo, el rubor de un niño ante la desaprobación de sus maestros. Y se hallan, claro que sí, decenas de minutos de gloria para un mundo de miserias. Es ahí, en la estimulación de la radicalidad por parte de las Redes Sociales, donde surgen las semillas del odio. Semillas que, a su vez, son regadas por el periodismo amarillo. Y semillas que sirven a ciertos partidos para articular sus relatos políticos. Relatos que reproducen la radicalidad digital y enfrentan a la sociedad. Hemos caído en la trampa de las aparencias tóxicas. Estamos inmersos en una aeronave de carroña informativa. Una aeronave que algún día, no muy lejano, aterrizará en el desierto de lo estúpido. ¡Sálvese quien pueda!

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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