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De angustias y tragedias

Tras un mes encerrado en la soledad de mi despacho, ayer me dejé caer por El Capri. Estaba tiempo sin saber nada de Peter y, la verdad, necesitaba oxigenar mis neuronas con la espuma de la cerveza. Allí, en el taburete del fondo, quemé los últimos cartuchos de la tarde. Una tarde calurosa como aquellas que sufrieron los prisioneros que levantaron el Valle de los Caídos. Mientras leía los titulares de un periódico caducado, llegó al garito un señor de tierras desconocidas. De aspecto parisino y pelo canoso, me preguntó por una calle de mi pueblo. Le dije que en esa calle fue asesinado con dos disparos en la nuca Manolo, un sindicalista de los tiempos republicanos. Tras hablar de los palos actuales – la guerra de Ucrania, el gasto en defensa y la cumbre de la OTAN -, la conversación giró por otros derroteros. Le dije que tenía un blog y que era profesor de filosofía. Me dijo que él, aunque ahora jubilado, trabajó como periodista para un diario francés de corte progresista.

Me comentaba que el periodismo es un oficio rastrero. Los periodistas se han convertido en un rebaño de ovejas al servicio de intereses económicos. Ovejas que cubren ruedas de prensa y reflejan, en sus escritos, el pensamiento de los lectores. Salvo algún valiente que se hace relevante, la mayoría de periodistas son "chalecos amarillos". Peter, de vez en cuando, se acercaba y aportaba su granito de arena a la conversación. En la entrada del garito, Alejandro fundía su salario por la ranura de las máquinas tragaperras. El Cadillac de Loquillo ambientaba el crepúsculo de la barra. La gente, me decía este señor, busca la felicidad en libros de autoayuda. Libros que sirven de recetas de cocina para conseguir la pseudofelicidad. Una pseudofelicidad en forma de éxito efímero, coches caros y turismo de quirófano. Detrás de selfies, con dientes blancos y relucientes, se esconde un vacío existencial que inunda nuestras vidas. Hay un mal que atraviesa a las sociedades avanzadas. Y ese mal se llama angustia.

Vivimos, me comentaba este señor, en una sociedad angustiada. Angustiada por el agravio comparativo y constante que suscita el sino capitalista. Angustiada por los frutos de lo efímero. Se ha perdido la paciencia y las luces largas de antaño. Se nos ha olvidado que las mejores vistas son aquellas que se avistan desde lo alto de la cima. Son aquellas que necesitan gotas de sudor y dolor. Un dolor, que diría Nietzsche, para devorar la moral de esclavos y atesorar los beneficios del "superhombre". Vivimos dentro de una angustia que se manifiesta con brotes de ansiedad y depresión. Ansiedad por el "querer y no poder". La gente quiere tener casa en propiedad y no puede. Quiere estabilidad laboral y recibe precariedad. Quiere llegar al final de mes y hace malabarismo para pagar la factura de la luz. Ante esta situación, de frustración colectiva y pesimismo estructural, es necesario que aprendamos a vivir con la tragedia. Una tragedia que carece de la nostalgia del romanticismo. Se ha perdido la mirada perdida al horizonte, el gusto por la poesía y el sueño con lo bucólico. El burgués del siglo XXI es el nuevo tiburón que naufraga desorientado y malherido por playas clandestinas.

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2 COMENTARIOS

  1. Miguel Muñoz

     /  7 julio, 2022

    Me hizo acordar la mención de la palabra: Garito. Muy joven vi algunos sitios que me atemorizaban y la gente mayor hablaba que un garito era del bajo mundo. Luego de 60 años recordé esos lugares.

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  2. Juan Antonio Luque

     /  3 agosto, 2022

    Y el obrero del siglo XXI es ese al que le arrebataron el pensamiento y se cree lo que los que quieren machacarlos les cuentan. Es necesario o más bien urgente cambiar el sistema educativo infantil, adolescente y de mayores. Necesitamos que millones de seres humanos vuelvan a pensar.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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