Muy buenas tardes a todos. Muy buenas tardes a todas.
Es para mí un honor, como profesor de este instituto, compartir este momento, tan importante, con mis alumnos, sus familiares y allegados. Así como, con mis compañeros de trabajo y todos los aquí presentes. Quiero agradecer a Cristina y a todo el equipo directivo por la confianza que han depositado en mí para dar este discurso. Un discurso especial por varias razones. Especial porque hoy se gradúa un grupo de alumnos que cursó bachillerato en el seno de una pandemia. Una pandemia que les obligó a llevar mascarilla, desinfectar las mesas y respetar la distancia de seguridad. Y especial porque hoy se gradúan los primeros alumnos que conocí cuando llegué a este centro. Un centro, el IES Jaime de Sant Ángel, que lo siento como una gran familia a la que admiro y respeto.
Si tuviera que poner un titular a este discurso, le pondría “parece que fue ayer”. Parece que fue ayer, y han pasado ya más de treinta años, cuando aquella tarde del 17 de junio de 1988; un chaval – de catorce años – se quedaba en casa, triste y cabizbajo, mientras sus compañeros se graduaban de 8º de EGB. Ese chaval, rebelde y disruptivo, por el que nadie daba un duro, abandonó los estudios. Durante cuatro años, la única escuela que recibió fue la escuela de la calle. Aún así, tenía una gran inquietud por el conocimiento. Leyó, por su cuenta, a los clásicos del pensamiento. Y descubrió a Sartre y Nietzsche, dos filósofos que cambiaron su vida para siempre. Del primero aprendió que somos el producto de nuestras propias decisiones. Del segundo, que más allá de la razón, se necesita pasión para la vida. Aquel chaval volvió, con 18 años, a las aulas del instituto. Luchó por sus sueños y finalizó el bachillerato con todo sobresaliente y matrículas de honor. Por las dificultades económicas que atravesaba su familia, no pudo estudiar la carrera de sus sueños. Ejerció como profesor, enseñando una asignatura que no le gustaba lo suficiente. Y decidió, con casi cuarenta años, reinventarse y quitarse la espina que tenía clavada desde sus años del instituto. Volvió a la universidad, estudió dos carreras más, aparte de la que tenía. Y obtuvo la plaza como profesor de Filosofía. Ese chaval con gafas de pasta, granos en la cara y pelo a lo afro, hoy les habla desde esta tribuna.
Decía Sartre, el filósofo que despertó mi pasión por la Filosofía, que las personas somos un “para sí”. Somos un proyecto de vida que construimos, día a día, mediante la toma de decisiones. De tal modo que nuestra identidad es el fruto de nuestros aciertos y errores. Ahora, vosotros – queridos alumnos – tenéis que crear vuestro proyecto. Tenéis que crear vuestro “para sí”. Tenéis que decidir a qué os vais a dedicar el día de mañana. Y para ello, necesitáis soñar. Soñar como ese chaval que leía y devoraba libros de Filosofía. Soñar como ese chaval que persiguió sus sueños contra vientos y mareas. Necesitáis encontrar ese sueño, o proyecto de vida, que os apasione y merezca la pena luchar por él. Necesitáis que la llama de la motivación nunca pare de prender. Y para ello tenéis que ser fuertes. Tenéis que hacer frente a la adversidad y visualizar el éxito. Tenéis que ser constantes y perseverantes. Tenéis que tener tolerancia al fracaso. Solo así conseguiréis ser abogados, médicos o cualquiera otra profesión que deambule por vuestras mentes. Y en esa persecución de vuestros sueños es clave que disfrutéis del paisaje. Importante que cada minuto de vuestro camino sea vivido con alegría y entusiasmo. Importante que cada día sea vivido como si fuese el último de vuestra vida.
Hoy, estimados alumnos, me despido de vosotros. Me despido con una mochila llena de recuerdos, anécdotas y momentos vividos. Recuerdos como el día que pasé lista y os nombré por primera vez. Recuerdos como aquellos debates que hacíamos al final de cada tema. Debates que ponían en valor el contraste de ideas; siempre desde la tolerancia y el respeto. Y recuerdos como ese chaleco que me ponía y que tanta gracia os hacía. Momentos, queridos alumnos, que siempre llevaré conmigo y recordaré con orgullo. Hoy, me despido con la satisfacción de que, durante un periodo de vuestras vidas, os transmití “el amor a la sabiduría” y el espíritu crítico ante la vida. Me despido con la esperanza de que algún día, no muy lejano, seáis el producto de vuestros sueños. Seáis como ese chaval, que no tuvo acto de graduación, pero aún así luchó para ser profesor de Filosofía. Y me despido, y cierro este discurso, con una frase del dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht: “El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida”.
Muchísimas gracias.
PD: Discurso pronunciado por Abel Ros – profesor de Filosofía – el 17 de junio de 2022, a las 21:00 horas, en el IES Jaime de Sant Ángel de Redován (Alicante), con motivo de la graduación de sus alumnos de 2º de Bachillerato.
El Decano
/ 18 junio, 2022Abel, estoy seguro de que tus alumnos se sienten privilegiados por haber tenido un profesor como tu, y tu, orgulloso de haber podido lograr lo mejor de cada uno de ellos.
Enhorabuena por tu discurso y felicidades a los alumnos por haber finalizado esta etapa de la carrera de la vida.
M. José
/ 19 junio, 2022Abel, enhorabuena por ese discurso.
José Alfonso
/ 19 junio, 2022Gracias por tu ejemplo Abel, buen compañero y mejor persona.
Jordi
/ 19 junio, 2022Felicidades