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Recuerdos de Navidad

Tras la cena de Nochebuena, le puse el collar a Diana y salí, como de costumbre, a dar una vuelta a la manzana. En la soledad del paseo, me perdí por las callejuelas de la nostalgia. Allí, sin una brújula a la mano, deambulé por las aceras de mi infancia. Me venía a la mente, la imagen de mis padres en casa de mis abuelos. A eso de las nueve, todos veíamos el mensaje de S.M. Y lo veíamos "en color", en la Telefunken que había junto a la chimenea. Allí, entre troncos y batines, mis tías cantaban villancicos al calor de las panderetas. Recuerdo que mi abuelo, que en paz descanse, invitaba a cenar a alguien muy necesitado. "¡Manolo – decía mi abuela – come hasta que quede porque hoy es Nochebuena y mañana, Dios dirá!". No existían móviles, ni gente cabizbaja mirando las pantallas. A eso de las once, llamaban – desde París – mi tío Antonio y su mujer. Era un momento mágico, todos callados en torno al diálogo. Un diálogo lleno de afecto y sentimiento. Un diálogo que finalizaba con un villancico al unísono y lágrimas, muchas lágrimas de nostalgia y alegría.

Mis tías preparaban, por tradición, "pavo a la naranja" y "bacalao meneao". Éramos tantos en la mesa que, los últimos años, teníamos que cenar en dos turnos. Primero, los niños y, después, los mayores. Es cierto que no faltaba, entre los cuñados, el tema de la política. Mi abuelo estuvo preso durante el régimen de Franco. Años duros para los suyos que fortalecieron su espíritu y su sabiduría ante la vida. Entonces, en aquellos años, gobernaba Felipe. Eran los ochenta, años del destape, de las películas de Andrés Pajares y Fernando Esteso. Años, y disculpen por la redundancia, de Mocedades y sin ira libertad. Existía una creencia firme por el "interés general". Tanto que el bipartidismo encontraba puntos de unión que se traducían en grandes pactos de Estado. Hoy, no queda ni su sombra de aquellos troncos calcinados. Hoy, existe crispación, toxicidad y desafección por la política. Después de la cena, mi abuelo sacaba la guitarra y todo el mundo a cantar. Cantábamos siempre el mismo repertorio.

A eso de la una, mi tío – vestido de Papá Noel, tocaba la puerta. Era un momento único e irrepetible. Allí, cargado de regalos, repartía a cada uno el suyo. Y cuando digo a cada uno, también incluyo a tíos, tías, cuñados, cuñadas y sobrinos. Al final, el salón se inundaba de papel de regalo, alegría y brindis. Brindis por la salud. Recuerdo que mi abuela decía: "¡Salud que tengamos para otro año!". Hoy, se lo decía el otro día a mi mujer, los buenos momentos hay que disfrutarlos. Hay que vivir cada instante como si fuera el último de nuestra vida. Hay que vivirlos porque aunque vengan otros momentos nunca serán esos que se marchitaron en aquel mismo presente. Por ello, la Navidad es bonita cuando todavía la vida no te ha enseñado su verdad. Cuando viven todos los seres queridos – la abuela, el abuelo, el tío, los suegros y demás -, la alegría inunda el entorno de sosiego. Pero cuando faltan, la cosa no pinta igual. Ante esta presncia del vacío, el ser humano debe tomar conciencia de la vida. Debe acariciar los pequeños detalles y olvidar, por un instante, los temores. Solo así conseguiremos que cada día sea, de nuevo, Navidad.

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1 COMENTARIO

  1. Ramón

     /  2 enero, 2024

    Ninguna otra celebración hacé tan evidente lo efímero de la vida. Por eso, una vez superado el trauma de reconocer que nunca más habrá Navidades «cómo aquellas», sólo nos queda vivir y disfrutar de las qué nos quedan.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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