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La deriva educativa

Hace una semana, el Informe PISA arrojaba una radiografía alarmante sobre el estado de la educación en España. Al parecer, nuestros alumnos son peores – que antes – en matemáticas y comprensión, por ejemplo. Tras estos resultados, leo – por las páginas de vertedero – noticias atrevidas y, en parte, tóxicas al respecto. Escucho voces que culpan a los alumnos de los resultados, otras a los docentes e incluso a la diversidad. Más allá de "problemas de aprendizaje", deberíamos hablar de motivación. Tanto en el mundo empresarial como en el personal, el entorno cambia. Lo que antes eran aguas tranquilas, ahora son turbulentas y embrutecidas. Un entorno que, lejos de cambiarlo, nos debemos adaptar a él. Una adaptación que pasa por estrategias de reorientación. Así las cosas, la España de nuestra adolescencia no es la misma que la de nuestros hijos. Aunque las comunidades y provincias sigan en el mismo lugar geográfico, la idiosincrasia de las mismas ha cambiado. Ahora, las nuevas generaciones cuentan con nuevos modelos familiares, tecnológicos y relacionales.

Antes, el cuerpo docente atesoraba buena parte del saber. No existía Internet y la única alternativa, que contrastaba el argumento de autoridad, eran las bibliotecas. En ellas, los alumnos extraían los libros de las baldas, hacían dobladillos en sus páginas y componían sus trabajos. Hoy, la cosa es bien distinta. Las bibliotecas ya no ostentan la cultura. Ahora son, y perdonen mi osadía "museos de libros". Museos que visitan una minoría de nostálgicos del papel y del silencio. Estamos ante nuevas formas de obtener sabiduría. Ni siquiera se consumen – al menos de forma mayoritaria – enciclopedias digitales sino que millones de usuarios recurren a la Wikipedia. Existe un acceso cómodo a la cultura. "Todo está en Internet" y, en ese "todo", el usuario de a pie encuentra un confort que, en ocasiones, cuestiona el mensaje del profesor, del médico y de cualquier profesional. Así las cosas, existe una relajación de la atención en las aulas. Una relajación que cursa con distracción, aburrimiento y ganas de que llegue la hora del recreo. El otro día, sin ir más lejos, hice la siguiente reflexión en X (el antiguo Twitter): "¿Es productivo mantener a treinta alumnos sentados, en un aula, durante treinta y tres horas semanales?".

Más allá de las metodologías; la debacle de la comprensión atiende a otras razones. Vivimos en un sistema marcado por un overbooking informativo. Ahora bien, ese exceso de información no es otra cosa que un cúmulo de miles de titulares que se reciclan, en el aquí y ahora, en un eterno retorno. No hay tiempo para la digestión. No hay minutos para la profundización. Todo es efímero. De ahí que mucha gente se informa solo, y exclusivamente, mediante frases que sintetizan realidades muy complejas. Esta praxis informativa choca – y disculpen por el verbo – con el análisis que se exige en a las aulas. La comprensión de un texto – o de una película, por ejemplo – requiere concentración. Y esa concentración, a su vez, necesita un adiestramiento. Hoy, la fugacidad de las noticias, no permite desarrollar dosis altas de atención. Y esa carencia se palpa en las aulas. Estamos, por tanto, ante una utopía. La sociedad cabalga hacia más tormenta informativa, mayores dosis de emoción y poca reflexión. El sistema educativo requiere más lentitud y racionalidad. El problema se presenta con difícil solución. La única forma, no es otra, que una revolución educativa que ponga su ojo en el pensamiento crítico. Un pensamiento necesario para que este deterioro de la comprensión, no desemboque en manipulación.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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