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Felipismo

Después de leer los Artículos de Larra, bajé al Capri. Necesitaba enjuagar mis recuerdos con las burbujas de la Coca Cola. Mientras leía El Marca, en la televisión ponían imágenes de Felipe González. Me vinieron a la mente, los olores de aquella España convaleciente tras cuarenta años de Nodos, curas y tricornios. Era un país de contrastes. Por un lado, la gente saborea el dulzor de la libertad. Por otro, sentía la losa de los rombos en el seno de sus vidas. El fallido golpe de Estado, por parte de Tejero y los suyos, todavía estaba presente en el miedo colectivo. Así, y para sorpresa de muchos, Isidoro – aquel político de la chaqueta marrón que hablaba de España en los barrios parisinos – se alzó con la mayoría absoluta. Atrás quedaban los discursos de La Pasionaria y las pancartas con la hoz y el martillo. Esa victoria marcó la política bipartidista que tanto criticó Galdós. España asistió a una guerra interna entre "atenienses" y "espartanos". Hoy, varias décadas después del triunfo socialista, Felipe no es el mismo hombre de ayer.

González, le dije a un colega en la barra de El Capri, ya no es aquel político de la chaqueta de pana que tocaba a las vísperas y levantaba pasiones en la Maestranza de Sevilla. Hoy, es un "colombiano" adinerado que habla de negocios y atesora, en su haber,  cinco años de experiencia como miembro del Consejo de Administración de Gas Natural FENOSA. Algo, faltaría más, completamente legal pero paradójico para alguien que, durante más de una década, defendió por activa y por pasiva los intereses de "los de abajo". El "felipismo" sirvió, entre otros menesteres, para que España se distanciara del letargo franquista. Felipe fue algo así como un semillero de progreso. Un progreso fácil si tenemos en cuenta que el desarrollismo – iniciado en los últimos años del caudillo – culminaba con la entrada de miles de francos provenientes de españoles exiliados.  El felipismo estuvo marcado por las grietas de una derecha dividida entre franquistas resignados, fraguistas y centristas. Esa derecha rota arrojó líderes débiles al hemiciclo. A un hemiciclo, como les digo, agujereado en el techo. Unos agujeros que ponían en vilo los cimientos democráticos.

La corrupción, destapada por el desaparecido Diario 16 – fue la punta del iceberg de la caída del felipismo. Una corrupción galopante que puso en valor el poder de los medios en el andamiaje político. Los famosos "contratos basura", por su parte, no fueron una buena idea. Y no lo fueron, queridísimos lectores, porque ellos supusieron la primera piedra de la dualidad actual de nuestro mercado laboral. Una primera piedra que desembocó en el "precariado" juvenil y en una incipiente derechización del PSOE. Hoy, el juicio histórico deberá situar a Felipe en el lugar que se merece. Desde una oratoria magistral, movilizó a las masas y hundió los sueños de Carrillo. Universalizó el sistema de la Seguridad Social, modernizó la infraestructura del país mediante la construcción de autovías. E inauguró el tramo, Sevilla a Madrid, del AVE. Mantuvo a raya la cuestión territorial mediante alianzas puntuales. Introdujo a España en los foros europeos y abrió el debate acalorado de la OTAN. Hoy, González es un "sabio" de la vida. Un señor de puertos como lo fue Descartes en su día. Y alguien incomprendido por parte de los suyos. Según él, "nunca ha sido una izquierda funcional a la derecha". Aún así, hay quienes lo tildan de "facha".

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1 COMENTARIO

  1. Ramón

     /  30 octubre, 2022

    Demasiados «colores» para un país en blanco y negro.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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