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Tributo a Marías

El otro día, como saben, falleció Javier Marías. En alguna que otra ocasión critiqué el contenido de sus columnas por su falta de rigor. Aún así se notaba, la verdad sea dicha, que era un gran literato. Era, como dije en una red social, un malabarista de las palabras o, dicho de otra manera, un sofista del mensaje. Desde hace muchísimos años, siempre fui un fiel lector de la columna que publicaba en el suplemento dominical de El País. Escribía de cualquier tema. De vez en cuando hablaba sobre política. Hacia una crítica más general que concreta sobre la actualidad del momento. Se notaba que no era un experto en política sino una persona con criterio que opinaba desde lo alto de su tribuna. Cuando leí, hace años, La desfachatez intelectual, un ensayo de Sánchez Cuenca, supe que Marías estaba dentro de ese catálogo de novelistas que, por su renombre en el mundillo de los libros, formaba parte del columnismo español.

Javier tenía un estilo claro y sencillo. Más cercano a Azorín que Galdós, no era – desde mi punto de vista – un gran constructor de metáforas y aforismos. Describía lo que veía y lo hacía en el lienzo blanco de su imaginación. Más retratista que paisajística, Marías era capaz de encarnar a cualquier personaje, ya fuera niño o mujer. Aún así, desde mi humilde opinión como lector, le faltaba pulir a sus criaturas. Faltaba la conexión con la autenticidad del personaje. Una autenticidad que sí la conseguía Unamuno en libros como San Manuel Bueno Mártir, por ejemplo. El valor de un escritor, me dijo una vez un señor que sabía mucho de libros, no se lo otorga los libros que vende sino la calidad de su prosa. La venta de libros – en su mayoría – viene determinada por el ruido mediático de las novelas. Un ruido causado por el poder económico de la editorial. Las editoriales son empresas. Y como cualquier empresa su finalidad no es otra que ganar dinero. Si un libro no se vende suscita malas caras y relaciones tensas entre el autor y su editor.

Hace años, cuando escribí El Pensamiento Atrapado, supe como funcionaba la industria de la cultura. Nunca pagué por la edición del mismo. Ni tampoco por la edición de mi segundo libro. Aún así, por mi baja implicación en la comercialización de los mismos, se vendieron muy pocos ejemplares. Desde aquel momento, me di cuenta que lo mío no era el mundillo de las casetas y ferias de libros sino juntar letras en los pergaminos de este blog. Cada día, tengo menos ganas de difundir los artículos. A veces siento que la finalidad del conocimiento no es su divulgación sino dejar constancia de un pensamiento por escrito, tal y como creía Marías. Por ello cada día, menos gente se asoma al blog. Aún así, y en eso coincido con Javier, el escritor debe seguir ahí. Debe seguir sin esperar el aplauso de la gente. Sin esperar el abucheo. Y sin anhelar la fama ni el reconocimiento efímero. El escritor debe disfrutar con lo que hace. Son los lectores, quienes corresponde divulgar y compartir, entre sus amigos y conocidos, la obra leída. Los lectores son quienes deben emitir el juicio sobre lo leído. Un juicio que no tiene por qué coincidir con la intención del autor.

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1 COMENTARIO

  1. El Decano

     /  15 septiembre, 2022

    Totalmente de acuerdo con tu valoración sobre Javier Marías y sobre la actitud del escritor de raza. No cabe duda que él lo era y disfrutaba con lo que hacía, no obstante siempre me pareció que estaba encantado de conocerse.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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