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Sobre crítica y gregarismo

Durante más de diez años, he juntado letras en los pergaminos de este blog. Alejado de los tigres de papel, he querido construir un medio que pusiera en valor la crítica como herramienta democrática. Para ello, como saben, he librado una batalla en solitario. Una batalla donde he aprendido acerca de las reglas de juego. Más allá de mi condición de sociólogo y politólogo, siempre he sido un romántico empedernido. Un soñador de sociedades utópicas y de paces universales; tal y como defendía Kant. Esos sueños han caído, año tras año, en el saco roto de desilusiones y desengaños. Desilusiones porque estamos ante una democracia de trincheras digitales. Y desengaños porque los lectores, en su mayoría, prefieren leer textos previsibles y acordes con sus clichés ideológicos. Así las cosas, esta bitácora se ha convertido en un servicio de lectura al servicio de unos pocos. Unos pocos, como les digo, que siguen la actualidad desde lugares incómodos.

Esos lugares – incómodos, contradictorios, oscuros y abstractos – son incomprendidos. Y esa incomprensión es la que hace que este blog produzca sensaciones agridulces en sus seguidores. Es por ello que, en las últimas semanas, he estado a punto de tirar la toalla. Una toalla con gotas de sudor, lágrimas de cocodrilo y olor a chamusquina. Aún así, con el cuerpo herido de tanta crítica destructiva, he decidido que debo seguir. Seguir, y cuanta razón tenía mi abuelo, es sinónimo de esperanza. Y esa esperanza se convierte en el aliento necesario para naufragar contracorriente. Naufragar contra quienes piensan que escribo a sueldo de partidos nacionales. Naufragar contra quienes desean que sea una oveja más de las miles del rebaño. Y naufragar, y disculpen por la redundancia, contra un modelo periodístico que enmarca sus columna dentro de recintos ideológicos. Hoy, queridísimos lectores, vuelvo al campo de batalla. Vuelvo a combatir contra aquellos gigantes del Quijote. Y vuelvo a convertirme en ese loco que se asoma al prado desde su torre de marfil.

En esta nueva andadura, escribiré sobre aquellos asuntos que muevan mis cimientos interiores. Escribiré para poner en valor la crisis conceptual que atraviesa el conocimiento. Una crisis, como les digo, que afecta a los argumentos de autoridad e infecta la voz de los expertos. Estamos rodeados de todólogos. De gente que habla de cualquier tema como lo hacían los sofistas en la democracia de Pericles. Existe un exceso de verborrea vacía que se apoya en titulares efímeros y efectos especiales. Asistimos a la cultura de lo inmediato, de lo superficial y lo aparente. El ser de Parménides ha sido asesinado por el devenir de Heráclito. Los filósofos de la Jonia han ganado la batalla a los itálicos. Estamos ante un resurgimiento de la Doxa en contraposición con la Episteme. Esta situación – de conocimientos blandos, saberes "útiles" y mercantilización de la "praxis" – provoca una pérdida de sentido que nos arroja al vacío. Un vacío que se manifiesta en tecnodependencia, depresiones, ansiedades y libros de autoayuda. Unos factores que enferman el espíritu, debilitan a la especie y entorpecen el progreso.

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1 COMENTARIO

  1. Juan Antonio

     /  8 octubre, 2022

    Pienso que un blog es, en efecto, una cruzada en solitario y en este mundo de las redes sociales donde se esconden muchos cobardes hacen que se tengan ganas de tirar la toalla. Pero ganar estas batallas es lo que tu has decidido seguir adelante y denunciar las injusticias y las mentiras diarias de la caverna informativa.
    ¡Mucho ánimo, Abel!

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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