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El PP en la encrucijada

Fuente: Populares de Madrid. Licencia (CC BY 2.0)

El otro día, escribía en los pergaminos de este blog: "lucha de egos", un artículo que reflexionaba sobre las elecciones castellanoleonesas. Decía que más allá del resultado electoral subyacía un interés por recomponer el orgullo herido del líder popular. La cita en Castilla y León no era otra cosa que la corroboración, o no, de "la hipótesis de Casado". Y la hipótesis, como diría Popper si levantara la cabeza, quedó refutada. Los resultados en Madrid fueron causados, entre otros motivos, por el liderazgo de Ayuso; una líder que puso en evidencia su gancho electoral frente a Casado. Los celos entre hermanos siempre han sido el pan de cada día. Celos que emergen por los agravios comparativos que existen en un sistema competitivo como lo es el capitalismo. Y celos que ciegan la razón y dan rienda suelta al caballo desbocado de la emoción. Y algo así, queridísimos amigos, ha ocurrido en el partido de la gaviota. Celos que han puesto en praxis el arsenal de política barata en el seno del Pepé. Celos cuya única finalidad no ha sido otra que el desprestigio, y destrucción política, del adversario.

El problema, como decía el otro día en una red social, no es que Ayuso haya encargado la gestión, para la adquisición de mascarillas, a su hermano sino si esa gestión cumple – o no – con la legalidad vigente. Estamos ante un cúmulo de acusaciones. Y tales acusaciones deben cursar, en un Estado de Derecho, con la carga de la prueba. Y, tal y como se desprende de las informaciones arrojadas al vertedero, tales indicios son ambiguos, blandos y dudosos. Y en esa ambigüedad es donde se vislumbran las grietas del jarrón. Grietas, basadas en insinuaciones, que guardan similitud con la época de la Guerra Fría. Con la confianza rota en el liderazgo de Ayuso y Casado, asistimos ante un partido descosido. Descosido, en Madrid, por quienes creen en la honestidad de su presidenta y quienes dudan de la misma. Y roto, en España, por quienes están a favor de Casado  y quienes lo perciben como un "mal perdedor" del campeonato. Así las cosas, hay razones para que se convoque un Congreso inmediato del Partido Popular. Un congreso nacional que decida quién es el líder oficial del partido de cara a las próximas elecciones.

El PP esta roto. Roto porque carece de un líder auténtico más allá de lo formal. Roto porque tiene una hemorragia de votantes hacia los aposentos de Vox. Roto porque ha perdido la unidad de los tiempos aznarianos. Y roto porque su electorado está escindido entre ayusistas y casadistas. Ahora es el momento de que Pedro Sánchez mueva ficha. Momento para que convoque elecciones y aproveche la debilidad de los populares. Momento para la puesta en escena de la unidad del PSOE frente a un Pepé agrietado por casos y casos de corrupción. Si no lo hace, si Pedro espera a que el temporal amaine, es posible que corra el riesgo de que el inminente Congreso del PP exija la cabeza de Casado y proclame – si sale impoluta de las acusaciones – a Ayuso como rival en la contienda nacional. Y en ese supuesto, Ayuso se convertiría en un hueso duro de roer para la izquierda. Duro porque ella consiguió movilizar a los barrios obreros de Madrid hacia los caladeros de su partido. Y duro, porque consiguió que Pablo Iglesias abandonase el Titanic en medio de la tragedia. Isabel sería la única que podría frenar el influjo de Vox, atenuar el "efecto Yolanda Díaz"  y reabrir la senda del bipartidismo.

Lucha de egos

La "hipótesis de Casado", como titulan los pergaminos del vertedero, no ha sido corroborada. Al parecer, el efecto Ayuso sí tuvo algo que ver en la victoria madrileña. Y tuvo, estimados amigos, porque el Pepé, como partido, no ha salido agraciado en las elecciones castellanoleonesas. Aunque haya ganado la batalla. Aunque haya sido el partido más votado, la "aritmética parlamentaria" lo sitúa entre "Pinto y Valdemoro". Lo sitúa, como les digo, en la encrucijada. Una encrucijada que se debate entre pactar con la extrema derecha o pactar a la alemana. Contra todo pronóstico,  Vox ha recogido los "cadáveres" de Ciudadanos. Los exvotantes de la "nueva derecha" – término acuñado por Sánchez – han radicalizado su voto. Estamos ante una derecha rota que, a día de hoy, carece de un liderazgo a la altura de las circunstancias. La victoria de Casado reproduce el mismo trance que Salvador Illa sufrió en las elecciones catalanas.

Tras el declive del suarismo, en este país no habido una visión de Estado. Lejos de los Pactos de la Moncloa y el talante conciliador de la Transición, en la España del ahora se ha instaurado la partidocracia. Se ha instaurado una política de trincheras donde los "pactos antinatura" son percibidos como maniobras arriesgadas para los intereses de los partidos. Así las cosas, estamos lejos – muy lejos – de que el PP o el PSOE bailen juntos el día de disfraces. Y lo estamos, a pesar de que esta cultura de "rojos" y "azules" caracterizó a la Segunda República; un periodo histórico que finalizó con una lucha entre patriotas; cuarenta años de rombos, curas y tricornios. El PP debe decidir si abrazar a la extrema derecha o pactar con la socialdemocracia. Al fin y al cabo, las filas de Casado y Sánchez no están tan lejos como parece. Y no lo están, claro que no, porque ambas están enmarcadas en el cuartel del neoliberalismo. Y porque tanto la una como la otra están unidas por el Estado del Bienestar.

Más allá de la aritmética electoral, el resultado de Castilla y León supone el certificado de defunción de Ciudadanos y el liderazgo de Casado. Tal y como pinta el panorama, las voces críticas del Pepé deberían entonar el "váyase señor Casado". Y váyase porque su implicación en la campaña no ha tenido el efecto deseado. Ayuso, mientras no se demuestre lo contrario, ha demostrado que es la "nueva promesa" de la derecha. Y lo es, salvando mis discrepancias ideológicas, porque ha conseguido que su relato incomode a La Moncloa. Ayuso pescó en los caladeros de la izquierda. Precipitó la dimisión de Pablo Iglesias y consiguió que miles de obreros votaran a la derecha. Estamos ante una lucha de egos que perjudica al partido. El Pepé de nuestros días necesita un líder que entusiasme a la gente y paralice el crecimiento de la extrema derecha. Necesita, y valga la redundancia, un programa claro que delimite sus fronteras ideológicas. Y necesita, un partido que vaya más allá de la mudanza de Génova.

Platón, Plotino y Metaverso

Tras varios meses sin saber de él, ayer hablé con Platón. Le dije que Plotino convirtió su mundo inteligible en el Nous; un mundo determinado por el Uno, o mejor dicho, por Dios. El Cristianismo reconstruyó los platonismos. Una reconstrucción que sirvió para que el "más allá" explicara los acontecimientos del "más acá". Esa invención, de ultramundos inmateriales, ha insuflado anestesia para afrontar las tres verdades de la vida: saber que envejeceremos, enfermaremos y moriremos. El desarrollo de la razón ha hecho que el Homo Sapiens sea consciente de la mortalidad; algo que no sucede a otros animales como el perro o el gato, por ejemplo. Ante esta triple verdad, las religiones han construido relatos que ponen en valor otros paraísos celestiales. Paraísos idílicos donde reina la eternidad, el bien, la paz y la concordia. Tales narrativas fueron criticadas por Nietzsche. Tanto que diagnosticó la muerte de Dios como fin de la "filosofía momia". Fin, como les digo, de los ultramundos, de los mundos inteligibles y de todos los residuos metafísicos.

Hoy, la muerte de Dios o secularización, como dicen los sociológicos, no es un hecho consumado. Y no lo es, queridísimos lectores, porque brotan con fuerza los fundamentalismos religiosos; porque la gente necesita la fe cuando pierde la esperanza en la ciencia. Y porque, en momentos de ansiedad, la creencia en el destino sirve de anestesia para el espíritu. Los dualismos ontológicos, epistemológicos y antropológicos – en términos platónicos – han sido criticados por los monistas; por aquellos que piensan que el único mundo que existe, y por tanto verdadero, es el que percibimos con los sentidos. El monismo, que tuvo sus raíces en Aristóteles, fue defendido por Nietzsche, Sartre y la corriente existencialista. Fue defendido por la doctrina ateísta; por quienes creen que el ser humano es un "para sí", o dicho en otros términos, un proyecto de vida; único e irrepetible. El ser humano es, en palabra de Heidegger, "arrojado al mundo". Y una vez arrojado vive entre dos orillas: la nada, anterior a su nacimiento. Y la  nada, posterior a su muerte. De tal modo que la vida es una "nadea", un paréntesis en el vacío; un grito en el silencio.

Hoy, el péndulo de Foucault se inclina hacia los dualismos. Ahora, las vidas transitan entre el mundo sensible y el mundo digital. Dos vidas que se traducen, a su vez, en dos identidades: la real y la digital. Por un lado interactuamos con personas en nuestro espacio geográfico. Y por otro, dialogamos con seres en un espacio metafísico; un espacio global y sin contrato social que nos sitúa en estado salvaje.  Y es en ese mundo paralelo, al estilo de Matrix, donde construimos autoestimas e imágenes personales que pueden, o no, estar en sintonía con las presenciales. Metaverso se convierte en el nuevo mundo inteligible de Platón. Allí, en una dimensión creada por un señor llamado Zuckerberg, viviremos atrapados entre dos vidas que supondrán el final del subconsciente. En la vida terrenal seguiremos siendo víctimas del malestar de la cultura. En la digital, sin embargo, daremos rienda suelta al Ello; a los placeres y pulsiones reprimidas. Seremos más epicúreos y menos kantianos y correremos el riesgo de que, en la ciudad salvaje, aflore lo peor de nosotros. En ese estado salvaje, del "todo vale" será cuando – muy probablemente – nos acordemos de Montesquieu y Rousseau.

Apuntes en sucio

Tras una semana, encerrado en los intramuros de mi despacho, ayer deambulé por las calles del vertedero. Encontré cientos de columnas sobre Rigoberta Bandini y pocos fustes dedicados al conflicto entre Ucrania y Rusia; un conflicto que abre el debate sobre el devenir histórico. Un devenir que comulga, según algunos historiadores, con las teorías del péndulo y las doctrinas historicistas. Como saben, Marx predijo el sistema comunista como fin del liberalismo. Y Fukuyama, por su parte, predijo el neoliberalismo como fin de las ideologías. Ambos se equivocaron. Fracasó la URSS y fracasó la utopía neoliberal con los atentados del 11-S.  Hoy, en pleno siglo XXI, existe un buen catálogo de formas de Estado. En el tablero internacional, convergen monarquías, repúblicas y autocracias. Si sumamos todos los Estados del mundo, abundan – por desgracia – las dictaduras y, si me apuran, las pseudodemocracias. Las democracias son, por tanto, la excepción a la regla. Kant y Popper criticaron los determinismos históricos. Y los criticaron porque la Historia, a diferencia de la Biología, no es un sistema fácil – por su complejidad – de reducir, modelar y predecir.

Aunque el conflicto entre Ucrania y Rusia se remonte a la Edad Media. Aunque haya tenido varios repuntes y el más cercano fuera en el año 2014, lo cierto y verdad, es que las fichas del ajedrez no guardan la misma posición en todas las ocasiones. Y esta realidad, queridísimos lectores, debería servir para no incurrir en paralogismos. Lo mismo que la Primera y la Segunda República española no son las caras de una misma moneda. Lo mismo ocurre, y disculpen por la insistencia, con las monarquías. El concepto de "monarquía" ha cambiado a lo largo de la historia. Tanto es así que no son lo mismo las monarquías absolutas que las parlamentarias. Sí que es cierto que tanto los reyes del medievo como los del ahora son legitimados por "la soberanía genética". Pero existe, entre sendas monarquías, un giro copernicano. Mientras en las primeras, el rey era un representante de Dios en la ciudad terrenal. Mientras disponía en su figura de todos los poderes habidos y por haber. En las coronas actuales – de las democracias avanzadas – el rey reina pero no gobierna.

El otro día, me decía Gonzalo – un politólogo de las tierras extremeñas – que los medios presuntamente "prevarican" con la lengua. Tanto que ponen calificativos que tergiversan y confunden a la gente. Adjetivos como "comunistas", "terroristas" y "separatistas", entre otros; sirven de muletilla para descalificar e identificar a los socios del Gobierno. No olvidemos que tales socios son representantes democráticos. Representantes de partidos legales y legítimos salvo que una sentencia de la Audiencia Nacional determinase lo contrario. Y como representantes de una parte de la soberanía nacional deben gozar del mismo respeto que los otros. Estamos ante una sociedad con una grave crisis de respeto. Y esa falta de respeto se convierte en el peor contaminante para el Estado de Derecho. Un respeto que, en la mayoría de las ocasiones, desemboca en intolerancia y violencia  política. Es necesario que nos creamos la democracia. Y creerse la democracia pasa por ser respetuoso con el veredicto de las urnas. Un veredicto que se debe acatar con deportividad y bondad. Solo los malos jugadores boicotean los resultados y ningunean al adversario.

Once años

Esta semana, el blog cumple once años. Corría el año 2011 cuando decidí emprender este viaje hacia lo desconocido. En ese año,  el terrorismo, la crisis económica y el fin del zapaterismo, entre otros acontecimientos, acaparaban las cabeceras del vertedero. En ese momento, soñaba con crear un altavoz social que sirviera de alternativa al modelo periodístico español. Un modelo, como saben, ideologizado, predecible y aburrido. Nadie dijo que la actividad de bloguero fuera fácil. Nadie dijo que los lectores llegaran de la noche a la mañana. El blog – lo he escrito en alguna que otra ocasión – se convierte en una planta que necesita agua y luz para su vida. Y ese "agua y luz" no es otra que la constancia. Una constancia acompañada de sueños y frustraciones. Sueños porque cualquier escritor necesita el calor de sus lectores. Y frustraciones porque escribir es como lanzar piedras al vacío. Piedras que nunca sabes, a ciencia cierta, cómo serán interpretadas.

Hoy, once años después, miro por el retrovisor del Rincón y veo la perspectiva. Veo un testimonio vivo de la última década. Un testimonio que contribuye a la memoria histórica de este país. Y un testimonio, queridísimos lectores, que no siempre refleja el pensamiento actual del cronista que lo suscribe. Y no lo refleja porque el pensamiento se mueve como las aguas de Heráclito. Y esa contradicción, que diría Unamuno si levantara la cabeza, forma parte de la esencia intelectual. Tanto es así que Descartes, por ejemplo, defendió la existencia de un "genio maligno" que tergiversaba su razón y luego, tras la demostración de la existencia de Dios, lo borró de su pensamiento. Solo quienes escriben a sueldo de líneas editoriales caen en el dogmatismo. Un dogmatismo determinado por la dictadura del mercado y que choca – y disculpen por el verbo – con la libertad democrática. Una libertad que, gracias a este blog, he ejercido durante los últimos once años. Y una libertad ejercida sin temer que un director o directora tosa en tus escritos.

Tras once años, tomo aliento y sigo en la batalla. Sigo, queridísimos lectores, con una mochila cargada de frustraciones, sueños e ilusiones. Una mochila que atesora la experiencia del veterano y la angustia del anciano. Ahora sé, con acierto, lo que gusta y no gusta a la gente. Sé las teclas que debo tocar para confertirme en un escritor populista. Y ello se consigue con demagogia y dogmatismo. Se consigue mediante letras radicales que atesoren clientela afín a ciertas ideologías. Y esas teclas son las que no pienso tocar en los próximos años. Escribiré para quienes toleren mis contradicciones. Para quienes respeten la libertad de opinión y se crean la democracia. Esta escritura, ajena a los mercados, hará que el blog crezca a fuego lento. Hará que se convierta en algo auténtico, sin intereses ni mentiras. Hará que el día de mañana, la huella del escritor perdure en el pensamiento colectivo. Continúo, claro que sí, en el ring de boxeo y sin tirar la toalla. "Tocado pero – como decía mi abuelo – no hundido". Tocado porque las letras son muy desagradecidas. Y con vitalidad hasta que se apaguen los violines.

De ómicron y metafísica

Hace un par de días, recibí un wasap de Jacinto, un viejo periodista de las tripas alicantinas. Harto de que nadie le contratara, me confesó que tenía una entrevista en exclusiva. Le pregunté por el entrevistado. Me dijo que era uno de los seres más odiados del planeta; un ser invisible que impide que la gente se bese, abrace y dialogue con tranquilidad. Un bicho omnipresente que atemoriza a los mortales y que no discrimina por razón de raza, edad, sexo o cualquier condición social. Una criatura amorfa, resistente y camaleónica. Una criatura, me decía, difícil de conocer y, hasta ahora, complicada de vencer. Una criatura, de descendencia cóvica, que se llama Ómicron. Ómicron, u "o" pequeña, que significa – tal como reza en la RAE –  "decimoquinta letra del alfabeto griego". Este ser temible amenaza las estructuras sanitarias, económicas y sociales de un lugar llamado Tierra. Y, en estos momentos, acapara los discursos mediáticos y los corrillos de la calle. Tiene en jaque a las instituciones sanitarias. Y ha servido para que los políticos se arrojen los trastos a la cabeza.

Con la pauta de vacunación completa, una PCR negativa, distancia de seguridad y mascarilla FPP2, Jacinto se metió en la boca del lobo. Dentro de la cavidad, sintió los mismos escalofríos que sentían los herejes antes de morir. Sintió náuseas, malestar general, dolor de garganta, tos y picor en la nariz. En la oscuridad, oyó el diálogo de los murciélagos, la lengua de las serpientes y el llanto desgarrado del Bien. Un Bien desplomado, por la tiranía de Ómicron, y malherido por el derrumbe del mundo inteligible de Platón. Allí, Jacinto vislumbró la metafísica del mal. Desde la linterna, avistó como las fuerzas de Leibniz se convertían en ráfagas de odio hacia el mundo de los humanos. Allí, colocó su pancarta y esperó a la orilla de un lago. De un lago con agua maloliente y lleno de cocodrilos. Un lago que reflejaba la verdad de nuestra especie, la única verdad que todos sabemos y muy pocos reconocemos. En la soledad de la caverna, Jacinto leyó dos pasajes de la Peste de Camus. Y visionó, en la pantalla de su tableta, el final de Contagio. Envuelto en los recuerdos, envío un wasap a Martina, una lechuza que conoció en su viaje por Desértica, una ciudad de tintes medievales y nubes parisinas.

Jacinto observó que en esa cavidad, de coordenadas ultramundanas, no existían las ventanas. El aire vivía preso en una cárcel de los tiempos cadavéricos. Una cárcel construida con palos de pino y tornillos de hojalata. Una prisión diseñada por arquitectos del destino y enemigos de Sartre. Allí, ante la penumbra del fuego, yacía el espíritu de los hombres. Un espíritu cabizbajo y deprimido por la impotencia que supone la lucha contra lo invisible. Entre celda y celda, corrían surcos de agua sucia. Surcos que transportaban los lodos de la felicidad. De una felicidad que agoniza ante la expansión del espíritu maligno por la sociedad. Entre los lodos, flotaban los recuerdos de familiares y conocidos. Flotaban las anécdotas de millones de vidas rotas. Vidas que fueron construidas por Demiurgo, por ese alfarero que diseñó nuestro mundo a imagen y semejanza del mundo inteligible. Derrumbado el muro de las ideas. Destruidas las esencias, el Bien viaja en una barca a la deriva. Una barca que, tarde o temprano, llegará a alguna orilla, imperfecta  e injusta como la vida.

¿Feliz Navidad?

En pleno confinamiento, allá por abril del 2020, escribía en los pergaminos de esta casa: "El efecto coronavirus". En aquella columna reflexionaba sobre las consecuencias sociales de la Covid-19 y decía, entre otras cosas, que en el ADN valenciano tenemos la cultura de bares, los corrillos en las calles y nuestro gusto por las aglomeraciones. El silencio de las plazas, la ausencia de los abrazos y el robo de las sonrisas, por culpa de las mascarillas; nos situó ante una cultura de distancia social y conversaciones por wasap. Tantos enfermos y fallecidos, tanto miedo a la enfermedad; nos hizo pensar que nuestra idiosincrasia cambiaría con la "nueva normalidad". Hoy, a toro pasado, seguimos con los mismos estribillos de hace dos años. Las vacunas han suscitado un doble efecto. Por un lado, nos han hecho más fuertes contra el bicho. Por otro, nos han relajado frente al enemigo.

Artículo completo en Levante-EMV

Incoherencias ideológicas

El otro día, escribía en una red social sobre ideología y partidos. Decía que la ideología es una abstracción del pasado que no se corresponde con la realidad del presente. El liberalismo, por ejemplo, exalta los valores del mérito y el esfuerzo, la libertad económica y el individualismo. Dicho de otro modo, un liberal sería algo así como aquel que defiende el Estado mínimo. Aquel que exalta la supremacía de la libertad en detrimento de la igualdad. Este paradigma no guarda relación con el espectro de partidos que se hacen llamar "liberales". En España, contamos con el Estado del Bienestar. Un Estado – garantizado por la Constitución – que no concuerda con el liberalismo radical. Por mucho que se encoja el Estado y se ensanche el mercado; siempre existirá un intervencionismo estatal residual que garantice la protección social. Y esa garantía mínima contiene el ADN de la socialdemocracia. Así las cosas, en las democracias avanzadas, existe una socialdemocracia omnipresente que tira por la borda las utopías neoliberales.

Esa pérdida de coherencia entre ideología y partidos políticos se manifiesta en el Partido Popular. El Pepé se proclama, en su argumentario, como partido liberal y cristiano. Estamos, si lo examinan con atención, ante una contradicción ideológica. Por un lado se defiende el "credo americano" – individualismo, autonomía personal y el "tanto tienes, tanto vales" – y por otro el conservadurismo católico – austeridad, comunitarismo y espiritualidad -. Esa incoherencia pone en evidencia una crisis de verdad ontológica, lógica y moral. Esta incoherencia se solucionaría con un partido democristiano al más puro estilo alemán. Ese partido aglutinaría el voto eclesiástico. Un voto representado por quienes comulgan con los diez mandamientos, asisten los domingos a misa, critican la fecundación artificial, defienden el derecho a la vida y condenan el aborto. Ese votante no tiene, en estos momento, un partido afín a sus demandas ideológicas. Vota a un PP, liberal en lo económico y comunitario en lo familiar, que en su pedigrí arrastra el tradicionalismo cristiano de regímenes cadavéricos.

Estamos ante una crisis de la sociología política causada por la incoherencia entre ideología y partidocracia. Una incoherencia que pone en valor la politología. En días como hoy, más allá de la ideología, la soberanía popular se mueve por el relato sociopolítico. Un relato, sesgado por los partidos y, respaldado por la propaganda mediática. Estamos ante una forma de hacer política que cuestiona e infravalora las ideologías. La búsqueda del voto desideologizado activa las turbinas de la sofística. Tanto es así que ya no se habla, como antes, de partidos sino de lo que han dicho unos y otros: "Sánchez ha dicho…", "Casado ha dicho.." y "Yolanda Díaz ha dicho".  La palabra se convierte en la herramienta para atraer a obreros a caladeros de la derecha y empresarios a las orillas del puño y la rosa. La palabra no se presenta transparente e impoluta sino sucia y confusa. Asistimos ante un renacimiento de Maquiavelo. Asistimos ante un "todo vale" en la pugna por el cetro. Ante este panorama desolador se necesita, más que nunca, la Filosofía. Una filosofía que despierte el espíritu crítico, que busque las tres patas al gato y que vea la paja en el ojo ajeno.

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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