Más allá del rifirrafe entre Ayuso y Casado, existen otros males mayores. Males, como les digo, que pasan de puntillas por las calles del vertedero. Tales males no son otros que el riesgo inminente de reestructura social. Asistimos, y hay motivos para un nuevo 15-M, a un empobrecimiento agudo de la clase media. Un empobrecimiento, queridísimos lectores, que viene causado por la subida exacerbada del precio de la luz, la gasolina y el carro de la compra. En el último trimestre, el recibo de la luz ha crecido a cifras anómalas; tanto que para un mileurista supone alrededor de cien euros al mes. A esta subida, debemos sumarle alrededor de un treinta por ciento que se destina al pago del alquiler. Un cinco por ciento a la factura del agua. Y, casi ochenta euros que cuesta llenar el depósito del coche. Con estos números sobre la mesa, la inmensa mayoría de los españoles hacen malabarismos para llegar a fin de mes.
España pierde poder adquisitivo. Compramos menos con el mismo dinero y casi no queda excedente para el ahorro. Este empobrecimiento lento, pero real, desincentiva el consumo y activa el low cost. Un low cost – o producciones a bajo coste – que se nutre del precariado para sobrevivir en la selva del capitalismo. Un capitalismo, que a su vez, juega en liga mundial. Y en esa liga existen reglas de juego desiguales en función de los países. Así las cosas, hay motivos para que los jóvenes, y no tan jóvenes, salgan a las calles. Salgan para hacer visible el riesgo inminente, que decíamos atrás, de que muera la clase media. Es necesario que los españoles nos pongamos, como en Francia, los chalecos amarillos. Es urgente que reclamemos nuevas fuentes de energía. Fuentes como la energía solar, la biomasa y otras que sirvan de sustituto a las tradicionales. El Gobierno debe intervenir en el precio de los recursos energéticos. Las subidas abusivas del precio de los combustibles impiden el progreso y la supervivencia de la clase media.
La crítica no debe abandonar este tema. Un tema que preocupa y determina el futuro de este país. No, no es normal, que los españoles se lo piensen dos veces antes de poner la lavadora. No es normal que, para algunos trabajadores, el desplazamiento en coche al lugar de trabajo suponga más de un diez por ciento de su salario. No es normal, y disculpen por la repetición, que la gente no se pueda permitir enchufar la calefacción en los meses invernales. Estamos ante las puertas de que los consumos básicos de una sociedad se conviertan en un lujo al alcance de unos pocos. Por ello, porque es un asunto de igualdad, se deben activar políticas que ensanchen la acción protectora. El Gobierno debe intervenir ante las incorrecciones del mercado. Un Estado mínimo, en estos momentos, supone un suicidio colectivo. Es el momento de poner en valor los dictámenes de Keynes. Momento de releer la crítica que Marx hizo al capitalismo. Y momento de reconsiderar la importancia de un Estado del Bienestar fuerte y con color socialdemócrata. Lo demás, un exceso de neoliberalismo, podría suponer la deriva hacia una sociedad bipolar de corte sudamericano.