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Platón, Plotino y Metaverso

Tras varios meses sin saber de él, ayer hablé con Platón. Le dije que Plotino convirtió su mundo inteligible en el Nous; un mundo determinado por el Uno, o mejor dicho, por Dios. El Cristianismo reconstruyó los platonismos. Una reconstrucción que sirvió para que el "más allá" explicara los acontecimientos del "más acá". Esa invención, de ultramundos inmateriales, ha insuflado anestesia para afrontar las tres verdades de la vida: saber que envejeceremos, enfermaremos y moriremos. El desarrollo de la razón ha hecho que el Homo Sapiens sea consciente de la mortalidad; algo que no sucede a otros animales como el perro o el gato, por ejemplo. Ante esta triple verdad, las religiones han construido relatos que ponen en valor otros paraísos celestiales. Paraísos idílicos donde reina la eternidad, el bien, la paz y la concordia. Tales narrativas fueron criticadas por Nietzsche. Tanto que diagnosticó la muerte de Dios como fin de la "filosofía momia". Fin, como les digo, de los ultramundos, de los mundos inteligibles y de todos los residuos metafísicos.

Hoy, la muerte de Dios o secularización, como dicen los sociológicos, no es un hecho consumado. Y no lo es, queridísimos lectores, porque brotan con fuerza los fundamentalismos religiosos; porque la gente necesita la fe cuando pierde la esperanza en la ciencia. Y porque, en momentos de ansiedad, la creencia en el destino sirve de anestesia para el espíritu. Los dualismos ontológicos, epistemológicos y antropológicos – en términos platónicos – han sido criticados por los monistas; por aquellos que piensan que el único mundo que existe, y por tanto verdadero, es el que percibimos con los sentidos. El monismo, que tuvo sus raíces en Aristóteles, fue defendido por Nietzsche, Sartre y la corriente existencialista. Fue defendido por la doctrina ateísta; por quienes creen que el ser humano es un "para sí", o dicho en otros términos, un proyecto de vida; único e irrepetible. El ser humano es, en palabra de Heidegger, "arrojado al mundo". Y una vez arrojado vive entre dos orillas: la nada, anterior a su nacimiento. Y la  nada, posterior a su muerte. De tal modo que la vida es una "nadea", un paréntesis en el vacío; un grito en el silencio.

Hoy, el péndulo de Foucault se inclina hacia los dualismos. Ahora, las vidas transitan entre el mundo sensible y el mundo digital. Dos vidas que se traducen, a su vez, en dos identidades: la real y la digital. Por un lado interactuamos con personas en nuestro espacio geográfico. Y por otro, dialogamos con seres en un espacio metafísico; un espacio global y sin contrato social que nos sitúa en estado salvaje.  Y es en ese mundo paralelo, al estilo de Matrix, donde construimos autoestimas e imágenes personales que pueden, o no, estar en sintonía con las presenciales. Metaverso se convierte en el nuevo mundo inteligible de Platón. Allí, en una dimensión creada por un señor llamado Zuckerberg, viviremos atrapados entre dos vidas que supondrán el final del subconsciente. En la vida terrenal seguiremos siendo víctimas del malestar de la cultura. En la digital, sin embargo, daremos rienda suelta al Ello; a los placeres y pulsiones reprimidas. Seremos más epicúreos y menos kantianos y correremos el riesgo de que, en la ciudad salvaje, aflore lo peor de nosotros. En ese estado salvaje, del "todo vale" será cuando – muy probablemente – nos acordemos de Montesquieu y Rousseau.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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