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Tributo a Ibáñez

Corrían los años ochenta, cuando gané un concurso de cómic. Recuerdo que con las diez mil pesetas del premio, compré el "Wonder Boy", un videojuego para mi Amstrad CPC. En aquellos años, Mortadelo y Filemón, Rompetechos y el botones Sacarino formaban parte de mi vida. Hoy, en el trastero, guardo pilastras de tebeos. Pilastras que dibujan la silueta de la caricatura histórica de nuestro país. Gracias a ellas, entendí lo complicado que resulta la crítica cuando se ejerce a golpe de viñeta. Ibáñez se convirtió en mi maestro. A través de sus historietas, aprendí a dibujar personajes de la calle. Aprendí a dibujar a Jacinto, el fontanero del pueblo. A Manuela, la amiga del chatarrero y a “Micu”, el gato del barrendero. Nunca llegué a dominar la técnica. Ni siquiera a mirar entre líneas como miraba Ibáñez. El cómic, la novela negra y el jazz siempre han sido los segundones en la industria de la cultura. Leer tebeos nunca fue un oficio de cultos sino un pasatiempo de frikis aburridos. Hoy, los cómics han quedado para nostálgicos de una época donde el humor cursaba por otros derroteros.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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