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Tributo a la socialdemocracia

El comunismo se llevó a cabo en el lugar equivocado. Se fraguó, maldita sea, lejos de las penurias londinenses. Lejos, como les digo, de una sociedad muy desigual donde los cuellos blancos eran cada vez más ricos y los azules cada vez más pobres. Marx lo denunció en El Capital. Hizo una crítica audaz sobre la cuestión social. Una cuestión que dio lugar a la sociología como ciencia social y emancipada de la filosofía. Engels, en uno de los prólogos del Manifiesto dejó escrito que la revolución no debía ser en Rusia. Rusia era una sociedad agrícola y arcaica en lo político. El éxodo rural, los inventos y la explosión de la Nueva Ciencia estaban en Inglaterra. La sociedad de clases sustituía a la estamental. Y fue precisamente allí donde se instauró el credo liberal. Un credo basado en el mérito y el esfuerzo como ascensor social. Hoy se ha demostrado que la cuna determina buena parte del éxito vital. Son muy pocos los hijos de la pobreza que llegan a la riqueza. En ese entorno de desigualdad social, de Estado mínimo y angustia existencial es donde se debieron activar las proclamas de Marx.

Marx no habló casi nada de la sociedad comunista. Si leen su Manifiesto, comprobarán que su crítica iba dirigida al determinismo social de la alta burguesía. Son ellos, maldita sea, quienes establecen las reglas de juego. Los de abajo, como diría Shakira, "mastican y tragan" ante su situación de desventaja social. Por ello, el sistema reproduce los intereses de los ricos. Ellos, por mucho que digan, no dependen de las políticas sociales para sobrevivir. Ellos, por su régimen de abundancia, pueden prescindir del Estado del Bienestar. Ni siquiera necesitan hacer cola para que un médico les recete un analgésico. Los de abajo, la clase trabajadora no tiene – y disculpen por la palabra – ese privilegio. Por ello, Marx – indignado ante la situación – dijo que la filosofía debía servir para cambiar el mundo. Debía salir de las abstracciones medievales y de la reflexión humanística. Se debía convertir en un conocimiento útil al servicio de la sociedad y del bienestar de la gente. Karl no avistó la socialdemocracia. No vio en el horizonte la solución a la situación sin necesidad de pasar por una revolución. No avistó, como les digo, el Estado de Bienestar que se implantó, en Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, el comunismo tiene mala prensa. Parece como si una sociedad basada en el "tanto eres, tanto vales" fuera una maldición. La propiedad privada, orgullo de la proclama neoliberal, solo ha servido para que Antonio sea más que Juan. Los rangos sociales se establecen, en su mayoría, por las posesiones. Y esas posesiones generan, a su vez, brechas. Más allá de la sociedad de clases, la auténtica realidad es que seguimos en una sociedad de corte estamental. Estamental porque son muy pocos nobles, los que se casan con plebeyas. Y estamental porque en los patios de los colegios privados casi no hay hijos de operarios de fábrica. Luego existe, como dijo Weber, una jaula de hierro que nos encarcela en la pseudolibertad. La libertad y la igualdad son como el agua y el aceite. A más libertad, menos igualdad y viceversa. Si la libertad ganara la batalla. Si se cumpliesen los presagios de Fukuyama, perdería la igualdad. La socialdemocracia es la única que garantiza el término medio entre libertad e igualdad. Una socialdemocracia que deja fuera al Partido Comunista y a las fuerzas que defienden el pensamiento de Adam Smith.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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