Mientras tomaba café en El Capri, leí – en El País – que "cuatro de cada diez españoles aseguran que no gozan de buena salud mental y un 15% ha pensado en el suicidio". "Cuatro de cada diez españoles" supone casi la mitad de la población. Y tanto es así que "España – según reza el titular de Público – es el país del mundo que más diazepam consume al dispararse un 110% su uso". Así las cosas, "Los psiquiatras – en términos de El Mundo – llegan a las aulas para frenar el aumento de suicidios". Decía Nietzsche, allá por el siglo XIX, que la sociedad estaba enferma y el síntoma, no era otro, que la decadencia de la razón. De una razón que inventó los "más allá" ante el miedo a la realidad. Ante el miedo del ser humano de enfrentarse al devenir. Hoy, en pleno siglo XIX, asistimos ante un sistema – el capitalismo salvaje – que destruye las autoestimas, insufla trastornos obsesivos y compulsivos y, por si fuera poco, inyecta ideas de autodestrucción.
Émile Durkheim, sociólogo francés, escribió – en 1897 – El Suicido. Analizó la tasa de suicidios de varios países europeos. Utilizó como unidad de análisis, en lugar de las condiciones intrínsecas o biológicas, las condiciones sociales. Estudió cómo el ambiente influye, y explica, las cifras del suicidio. Se dio cuenta que las tasas aumentaban en momentos de crisis económicas y las guerras. También se percató que a menos anomia, o dicho de otro modo, a mayor integración social; menos suicidios y viceversa. Durkheim también destacó que en los países católicos, la tasa de suicidio era mayor que en los protestantes. De alguna manera, y salvando la precariedad de la Estadística de su época, los resultados de este sociólogo podrían poner en valor el influjo de las variables sociales en la salud mental. Hoy, y a través de este artículo, es el momento de analizar las tesis de Durkheim en la sociedad del ahora. Unas tesis que, por la precariedad de su investigación, pasan desapercibidas.
Los suicidios han aumentado y lo han hecho en un momento de inestabilidad económica y política. Por un lado, asistimos a una inflación que ha mermado, de forma considerable, el poder adquisitivo de los españoles. Por otro, nos hallamos en el seno de un estrés internacional provocado por el conflicto entre Rusia y Ucrania. Más allá de ello, estamos ante una sociedad cada vez más americanizada. Una sociedad de corte liberal que fomenta los valores individualistas en detrimento de los comunitarios, defendidos por el catolicismo. Más allá de ello, existen corrientes de desencantamiento y desconfianza en el éxito de los proyectos futuros. España registra la mayor Tasa de Paro juvenil de la Unión Europea. El precio del alquiler impide a los jóvenes una independencia similar a la que tuvieron sus padres. Existe, por tanto, una percepción extendida y nostálgica sobre el bienestar de la generación anterior en comparación con la nuestra. Estas percepciones, nos sitúan – como país – ante la angustia. Angustia, como les digo, por una vida que se atisba dura y espinosa. Una vida trágica – como diría Schopenhauer – cuya única solución pasa por quitarle vida a la vida.
Esa angustia, que decíamos atrás, debe ser reorientada. El consumo de ansiolíticos y medicamentos para dormir, nos sitúa ante la fragilidad del sentido. La vida se presenta como cientos de pantallas de ordenador encendidas al unísono y bloqueadas por la incapacidad de su motor. Las Redes Sociales crean nuevos líderes que atesoran grandes fortunas por, entre otros motivos, su poder de persuasión. El desencanto ante las proclamas neoliberales del "mérito y el esfuerzo" busca nuevos senderos para el ascenso social. Es la búsqueda del éxito sin esfuerzo, lo que arroja sentimientos de frustración, de ansiedad y depresión. Es urgente que se recupere el valor por los pequeños detalles. Urgente, como les digo, que se destruya la sociedad del postureo. Un postureo que vive de lo idílico, de la fantasía y del retoque fotográfico. Vivimos condenados por el "qué dirán", por "el optimismo obligado" y por quedar bien en el "escaparate". Estamos, queridísimos amigos, ante una fachada de papel mojado. Hoy, más que ayer, se necesita una apuesta seria por la lucha. Es necesario que se recupere el espíritu de lucha. Y así conseguiremos la suerte. Una suerte que no es otra cosa que el cruce entre la oportunidad y el esfuerzo.
Juan Antonio Luque
/ 12 abril, 2023La lucha se antoja cada vez mas imposible porque el neoliberalismo ha llegado a inculcar en la mente de la gente que si no llegan a nada es por su propia culpa porque no se han esforzado, porque son unos ineptos. De hay que la única salida que les queda sobre todo a los mas jóvenes es desaparecer y acabar con esto. Y si tienes ya una edad mas avanzada las cosas se ven mas negras y la sensación de fracaso es mayor.
Mientras no se fomente de nuevo el pensamiento critico no hay salida airosa a esto.