Donald Inglehart (Wisconsin, 1934) acuñó el término "Revolución Silenciosa" para referirse al cambio de valores que se produjo durante el tránsito de la sociedad industrial a la postindustrial. Se pasó, en palabras de este profesor de Michigan, de valores "materialistas" a valores "postmaterialistas". Este cambio de valores fue posible – entre otras causas – gracias al alto grado de satisfacción de las necesidades básicas de la población en las sociedades industriales; a décadas continuadas de seguridad física, ante la ausencia de conflictos bélicos en Europa y Norteamérica, tras el final de la segunda Guerra Mundial y, al bienestar de la clase media que disfrutaba de una posición económica desahogada y altos niveles educativos. Esta nueva situación social de "nuevos ricos"; de paz mundial y evolución educativa trajo consigo un cambio cultural, o dicho en otros términos, una nueva gama de demandas sociales basada en valores postmaterialistas. Por tales valores, Inglehart entendía la génesis de nuevas necesidades insatisfechas de la pirámide de Maslow. Autoestima, autorrealización, autoexpresión corporal, reflexión sobre la calidad de vida, preocupación por el medio ambiente y la búsqueda de identidad grupal, son los nuevos valores que reinarán las sociedades avanzadas. Necesidades, todas ellas, "postadquisitivas" o "no satisfechas por el mercado". Este cambio cultural fue paralelo a la relativa pérdida de centralidad histórica del conflicto de clases, tan defendido por Marx y los suyos desde las tribunas comunistas.
Es, precisamente, la reflexión realizada en el párrafo de arriba, la que invita a la Crítica a cuestionar los postulados de Ronald desde las trincheras de lo empírico. Atendiendo a la hipótesis de Inglehart, la revolución silenciosa debería haber existido en la Hispania de la burbuja. Una España, les decía, con una clase media acomodada; con la generación mejor formada de la historia, y con un gasto exacerbado en bienes de lujo para el común de los mortales (coches todoterreno, apartamentos en la costa y sueldos generosos para el albañil del andamio). A pesar de tanto despilfarro, los valores "postmaterialistas" brillaron por su ausencia. Durante los "felices años aznarianos" aumentaron los accidentes laborales; se construyeron miles de viviendas sin respetar las debilidades del paisaje; se construyeron – y perdonen la redundancia – cientos de campos de golf en la costa levantina con recursos hídricos escasos; aumentó el conflicto sindical con la explosión de una huelga general; se frivolizó sobre discurso del cambio climático y, aumentó hasta cifras olvidadas la inseguridad ciudadana por el recorte de efectivos. En suma, en la "España va bien" de José María siguieron prevaleciendo los valores materialistas de toda la vida; el "tanto tienes, tanto vales" del”credo americano".
"Hoy – en palabras de Jacinto, el cuñado de mi vecina – hemos aprendido la lección". Hemos aprendido la lección, decía este humilde señor de las tripas españolas, porque la crisis que nos azota ha hecho que cambiemos la escala de nuestros valores. El aumento del ahorro por parte de las economías domésticas; el endurecimiento de las condiciones para acceder al crédito; el aumento del autoempleo y, la desafección por la política son, entre otros, indicadores que muestran el cambio de valores que subyace en el ideario colectivo. Así las cosas, el español otorga más valor al dinero que en los tiempos aznarianos y, por tanto, optimiza más sus recursos ante los miedos aprendidos tras el pinchazo de la burbuja. Hoy, los bancos no sueltan ni un "centavo" sin antes asegurarse de que sus clientes les devolverán hasta la última "peseta". No lo sueltan, les decía, ante el miedo a que el exceso de impagos derrumbe el chiringuito. Tras la crisis, muchos jóvenes, y no tan jóvenes, han decidido emprender su negocio, o mejor dicho, trabajar por su cuenta ante las escasas oportunidades de empleo y el miedo a que, una vez más, el trabajo por cuenta ajena los sitúe en la cola del paro. A día de hoy, la mayoría de los entrevistados por empresas demoscópicas muestran su desencanto por la política. Lo muestran, cierto, por el miedo a que los parlanchines de la casta se aprovechen de sus votos para enriquecer a los suyos.
Es, precisamente, el miedo incrustado en el ideario colectivo, el que mueve el cambio de valores de las sociedades avanzadas. Los miedos aprendidos, tras la crisis económica explican las nuevas pautas de consumo; las directrices de los bancos; la recomposición del mercado de trabajo y, las actitudes políticas. Los valores postmaterialistas – defendidos por Inglehart – no encuentran en lo empírico la corroboración de sus hipótesis. Así las cosas, la era postindustrial continúa inmersa en los valores industriales. Valores causados por las turbinas del neoliberalismo y perennes en nuestras estructuras desde los tiempos franceses. Solamente, los paréntesis socialdemócratas han sido los que se han preocupado por las necesidades "postadquisitivas", o como muy bien dijo Inglehart, necesidades no satisfechas por el mercado. Salvo tales paréntesis, la cultura del "tanto tienes, tanto vales" es la que invade las sociedades avanzadas. Sociedades, como la nuestra, que tras la crisis económica han cambiado buena parte de sus valores. Los han cambiado, les decía, por el miedo a que los excesos del neoliberalismo vuelvan a jugarles otra de las suyas.
Mark de Zabaleta
/ 24 agosto, 2014Ya lo dijo Friedman…»Los gobiernos nunca aprenden, sólo la gente aprende»….
Saludos