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España, Milei y el antídoto de la cultura

Esta mañana, he recibido un correo electrónico de Julián, un periodista de las tripas argentinas. Me pedía disculpas por los comentarios de Javier Milei. Decía que estos comentarios manchan la imagen de los argentinos y son caldo de cultivo para la xenofobia. Me pedía, como politólogo, que escribiera un artículo al respecto. Desde hace un tiempo, observo que el insulto se ha instaurado en los diálogos políticos. Insultos que, por su frecuencia, parecen normales cuando no lo son. No es normal, y lo decía en "X", que un presidente de un Gobierno se meta con la mujer de otro mandatario. Aunque la mujer de un presidente no se deba a los ciudadanos. Aunque no represente, como les digo, un cargo electo, su dignidad debe ser respetada. Y lo debe ser porque dicha dignidad está protegida por los Derechos Fundamentales, reconocidos en la Carta Magna. Derechos que son, a su vez, extraídos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Dicho esto, cualquier acto de esta índole debería ser sancionado. Algo que no ha hecho Feijóo. Y no lo ha hecho pese a la insistencia del partido que ostenta responsabilidades de Gobierno. Este silencio, por parte del jefe de la oposición, pone en evidencia que España es una partidocracia. No hay una identidad de país que reme al unísono ante la presencia de amenazas de cualquier procedencia. Esta crisis de identidad tiene sus causas en dos crisis de calado. La polarización del espectro político y el auge de los brotes nacionalistas. La polarización política impide que exista un mínimo de encuentro entre signos ideológicos distintos. Se nos olvida que entre liberalismo y socialdemocracia existe convergencia. Ambas ideologías son democráticas, defieren el Estado Social y de Derecho. La única diferencia estriba en la dosis de intervencionismo estatal. A más derecha, menos Estado, más centralización y mercado. A más izquierda, más Estado, menos centralización y mercado. Los brotes nacionalistas en un Estado de las Autonomías distorsiona el concepto de España. Un concepto que, en ocasiones, cuesta definir.

Para recuperar la identidad se necesita cultura. La cultura responde a un sumatorio de elementos que configuran la idea de país. Dentro del sistema cultura tenemos varios subsistemas: el político, económico, religioso, parenteral, artístico e histórico, entre otros. Es necesario que los subsistemas sean heterodoxos, o dicho de otro, que cada uno contribuya al todo. De esa forma se consiguen sinergias, que cohesionan y ofrecen sentimientos de unión que impiden las grietas intestinas. Esta cohesión cultural neutraliza cualquier amenaza. Un país, unido y fuerte, es el antídoto perfecto para permanecer inmune ante los temblores del espacio. En España, por desgracia, casi nunca hemos llegado a ese punto de fraternidad que tanto necesitamos. Nuestra historia ha sido un cúmulo de desavenencias entre reinos y coronas. Desavenencias entre rojos y azules. Y desavenencias entre territorios. Esa disonancia interna traspasa nuestras fronteras y nos otorga una imagen de familia frágil y dividida. Por ello, debemos sacar fuerzas de flaqueza. Debemos respetar y defender, con uñas y dientes, nuestras reglas de juego. Un barco – unido y con conciencia de equipo – es el mejor valor para navegar en aguas turbulentas como las presentes.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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