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Tiovivo, fango y posverdad

Esta mañana escribía, en X (el antiguo Twitter), que "me preocupa que se tergiversen las reglas de juego. Si antes se criticaba a los jugadores del ajedrez, ahora se cuestiona el reglamento. Esto es muy peligroso para la salud de la partida. (PD: la partida es nuestra democracia)". Estamos ante una crisis de los conceptos políticos. Términos como legitimidad, soberanía y pactos, entre otros, sufren – por decirlo de alguna manera – una tragedia de significado. El otro día, sin ir más lejos, voces críticas con el Gobierno cuestionaban la legitimidad del Presidente. No olvidemos que, en un país democrático, el poder emerge de la soberanía popular. Es el pueblo quien, de forma libre y secreta, elige a sus diputados y senadores. S.M. encarga a un candidato – de entre los diputados elegidos – la formación de un Gobierno. Y ese encargo, mediante un debate de investidura, es validado – o no – por el Congreso. De ahí que, Sánchez – como todos los presidentes de nuestra democracia – sea un presidente legítimo. 

Esta crisis de la terminología política se expande en el vocerío de la calle. Un vocerío que, basado en premisas ambiguas, construye diálogos sesgados de semántica. Este contaminante atenta contra la salud democrática, perjudica la convivencia y polariza a la sociedad civil. Mensajes como "España se rompe", "un Gobierno comunista" o "golpista" dividen al electorado y avivan el voto emocional. La prensa – como agente socializador – debería tomar cartas en el asunto. Echo en falta columnas que denuncien este uso torticero del lenguaje político. Sin embargo, leo artículos con tales expresiones. Expresiones que suscitan corrientes de desafección hacia la democracia indirecta. Esta relajación del lenguaje político también se aprecia entre líderes y diputados. Acusaciones, mofas y críticas destructivas suscitan reacciones. Reacciones que son amplificadas mediante las redes sociales. Así las cosas, estamos ante una política de trincheras. No hay una visión de Estado sino una partidocracia. Asistimos ante una lucha descarnada por el cetro. Una lucha que utiliza armas dialécticas y que sirve a los juegos del lenguaje. Expresiones como "me gusta la fruta" o la "máquina del fango", por ejemplo, calan en el cabreo social. Del tal modo que la política es percibida como una partida de suma cero.

Una vez edificado el relato, o dicho de otro modo, las grandes narrativas es muy difícil frenar las turbinas. Asistimos ante una crisis de la credibilidad. Los políticos han perdido el valor de la palabra. La palabra carece del carácter solemne de hace varias décadas. Ahora, verdades y mentiras se cruzan como si fueran caballos rodando en lo alto de un tiovivo. En ese cruce se cocina la posverdad. La posverdad no es otra cosa que una adulteración del mensaje con fines egoístas. En ese cóctel de medias tintas, el ciudadano de a pie – Juanito, Perico o Andrés – sirven de agencia publicitaria. Una agencia cuya estrategia no es otra que el "boca – oído". Un "boca – oído" que circula por las barras de los bares, los corrillos de la calle y los bancos de los parques. Ese nuevo relato – surgido del efecto bola de nieve que supone el rumor – sirve, a su vez, de estímulo a los motores de la prensa. Tales relatos se convierte en mercancía. Una mercancía carroñera que, mientras no se desmienta, sirve a intereses del mercado. Y en ese círculo vicioso se mueve una procesión de gente anónima. De gente que cada día, enciende el móvil y consume las noticias. 

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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