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La derecha panda

El otro día, leí "La izquierda panda", un artículo escrito por Diego S. Garrocho para ABC. A través del texto, el autor atribuye a la izquierda los atributos asignados a los "profesores panda". Y a la derecha, los asignados a los "profesores rata". Estos calificativos docentes fueron acuñados, según Garrocho, por "un viejo y admirado catedrático". Para este señor, "el profesor panda toma su nombre de esa afable variante asiática de oso, cuya digestión es tan sofisticada que sólo puede comer bambú. El profesor panda, emulando al delicado plantígrado, se caracteriza por sólo ser capaz de impartir docencia de aquellos contenidos que son su estricta especialidad. Una especialidad que, la más de las veces, tiene la extensión de un sello de correos". El profesor rata, por su parte, "está dispuesto a enseñar aquello que haga falta. Al igual que el roedor, este profesor todoterreno se caracteriza por su condición voraz y omnívora. Estos docentes, solicitados y comprometidos, manejan un amplio espectro de conocimientos y, sobre todo, mantienen una firme voluntad de ayuda y compañerismo que les hace ser capaces de digerir, inteligir y transferir casi cualquier contenido. Suelen ser, dicho sea de paso, los mejores enseñantes y los mejores colegas".

Según Garrocho, "la izquierda, al igual que el oso panda, ha ido sofisticando su organismo hasta generar una colección infinita de intolerancias que operan una suerte de expulsión centrífuga. Y esa delicada dieta le acaba siendo letal, puesto que ninguna ideología pude sostenerse demasiado tiempo si no se somete a la fecundidad constructiva de la colisión de ideas. A la izquierda le molesta si vas a los toros, si te tomas un Aperol spritz, si vas a misa, si te gusta la selección, si decides vivir en una urbanización con piscina, si tu coche es diesel…".  Acto seguido, añade "en el ámbito intelectual donde se ejecutan las más autolesivas operaciones de purga en las filas de la izquierda. Cada vez son más los escritores, creadoras, escritores o pensadoras que reciben alguna suerte de reprimenda por no ser suficientemente de izquierdas". "La derecha – continúa el articulista – está sabiendo aprovechar esa torpeza estratégica del adversario. Una prueba de ello es que gran parte de las fuentes intelectuales de las que hoy se nutre la derecha son valiosísimos desechos de lo que la feroz depuración ideológica ha operado en los círculos de izquierda". Hasta aquí el sentir general del escrito. Un escrito que divide al colectivo docente en dos mitades – pandas y ratas -, que apela al carácter atrapalotodo del Partido Popular y que critica a la izquierda por su excesiva especialización.

La Ley Wert – aprobada de forma unilateral por el Pepé – desterró, prácticamente, a la Filosofía del sistema educativo. La Filosofía se consideraría – siguiendo el razonamiento de Garrocho – una asignatura rata. Rata porque es la madre de las ciencias. Y rata porque no hay más roedor – en el buen significado del término – que un filósofo. El Pepé arrinconó esta disciplina – generalista por antonomasia – en beneficio de las ciencias, las "asignaturas panda" de las escuelas. Garrocho alude a la especialización exacerbada de la izquierda. Una especialización que roza la intransigencia social – "a la izquierda le molesta si vas a los toros…si vas a misa" – e intelectual – "escritores, creadoras, editores o pensadoras que reciben alguna suerte de reprimenda por no ser lo suficientemente de izquierdas" -. Llegará un día que al oso panda "solo le quedará bambú". Al parecer existe – según deduzco de las ideas transmitidas en el texto – una izquierdización de la derecha que tarde, o temprano, pasará factura al PSOE y Unidas Podemos.

La derecha  ha sido la más panda de todas las ideologías. Y lo ha sido, queridísimos amigos, por sus posiciones rígidas sobre el aborto, las parejas homosexuales, la eutanasia, la cuestión religiosa, el modelo educativo, la cuestión territorial, la reforma laboral, la Memoria Histórica, los recortes en servicios públicos, el endurecimiento de los requisitos para las becas y el "pin parental", entre otras.Tanto la intelectualidad conservadora como la progresista han mantenido, desde la Transición, un discurso predecible. Ambas han escrito en rotativos con líneas editoriales afines a sus ideologías. Y ambas han plasmado sus ideas en ensayos antagónicos. Estamos, por tanto, ante una partidocracia de ratas con alma de osos panda. De ratas porque tanto unos como otros buscan comida por cualquier alcantarilla. De pandas porque, más allá de las alcantarillas, protegen su bambú. Un bambú que representa a los fieles de pedigrí; a quienes votan, si hiciera falta, a Perico el de los palotes o a Rita la Cantaora. Y a quienes no se dejan seducir por los dientes de las ratas.

Crítica a la inmediatez

En la sociedad del postureo, las fotografías adquieren un valor efímero. La gente se hace selfies para la obtención de un reconocimiento súbito y vacío. Nos hemos vuelto esclavos de lo inmediato y ello apaga las luces de la constancia. Las redes sociales han cambiado nuestra forma de relacionarnos. Los niños casi no juegan con pelotas de goma, ni improvisan porterías en las calles del mañana. Ni siquiera consumen programas como Barrio Sésamo y otros aciertos del pasado. Ahora todo ocurre entre pantallas. Pantallas de móviles caros y baratos, de tabletas y ordenadores. Pantallas que ocultan conversaciones, compras a deshora y amores clandestinos. En la sociedad del postureo todo el mundo quiere ser visible. Todos luchan por hacer de su muro un número de circo. Lo único que importa es el espectáculo: los videos en directo, las noticias amarillas y los saltos arriesgados. ¿Dónde están los payasos? Aquellos payasos con los ojos pintados, el pelo a lo afro y el humor como bandera. Aquellos ladrones de lágrimas, de preocupaciones y depresiones.

La inmediatez desemboca en la sociedad del envase. La preocupación por el físico y los complejos estéticos han eclipsado el interior. Ese interior que tanto fascinó a los padres de la Iglesia. A una Iglesia que hoy, quinientos años después, ha perdido buena parte del negocio de la fe. Sin fe, el ateísmo vence la partida. Y la vida se convierte en un cúmulo de momentos. De días llenos de vida. Y de vidas llenas de días. La vida, tras la pandemia, se hace corta. Corta porque vivimos ante riesgos inminentes. Riesgos que obstaculizan los planes, apagan la llama de la voluntad y ponen en valor el presente como el bien más preciado. Un presente que se reduce al instante. A un instante que muere cada centésima de segundo. Y dentro de ese retorno de instantes es donde la gente encuentra el sentido de sus vidas. De vidas apagadas por el paro juvenil, la precariedad laboral, el hándicap de la emancipación y la frustración que supone posponer la maternidad. Gana Schopenhauer frente a Nietzsche. Estamos ante un pesimismo que nos hace recurrir, una y otra vez, a los libros de autoayuda.

Esta sociedad del envase alcanza todas las esferas. Podemos hablar de política del envase, economía del envase y cultura del envase, entre otras. Estamos ante una reinvención de lo sagrado. Ya no se rinde culto a las imágenes eclesiásticas sino a cuerpos tatuados con figuras mitológicas. Estamos ante una exhibición de la privacidad constante. Ante una desnudez de los secretos que oculta el cuerpo. El cuerpo se convierte en el vehículo de la interioridad. Y ese vehículo necesita el reconocimiento de los otros como combustible. Se necesita el "like", el emojis con el beso, el aplauso y cualquier símbolo digital que refuerce la autoestima. Estamos ante el crepúsculo de los psicólogos. Ante un cambio en las formas de reforzar el ego. Un ego que se mantiene con cimientos de paja que se desmoronan ante los desplantes digitales. Desplantes en forma de dejar a la gente en "visto", eliminar como amigo o bloquear a quienes – por hache o por be – no piensan como el resto.

Historia y postverdad

Leo, en las páginas del vertedero, que "El PP recibe críticas por el acto de Casado con el exministro Camuñas". Críticas por el silencio del líder popular ante las declaraciones del exministro de UCD y padrino de VOX. Según este señor no fue un golpe de Estado lo que provocó la Guerra Civil sino el gobierno de la República. Estas declaraciones, contrarias al hecho histórico, nos sitúan ante una reflexión sobre la Filosofía del Lenguaje. Decía Wittgenstein que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". La realidad es una construcción social. Somos nosotros, a través de las palabras, quienes creamos las narrativas históricas. Narrativas edificadas con términos inteligibles para una comunidad concreta. Así las cosas, los conceptos de tales relatos son claves para que la Historia resista la evolución de los mismos. El término "Monarquía", por ejemplo, aunque sufra ajustes y reajustes, a lo largo del tiempo, debe permanecer inmóvil en cuanto a su esencia. Aunque la Monarquía Absoluta, de los tiempos medievales, sea distinta a la parlamentaria; tanto en una como en otra existe, como variable fija, la transmisión genética del poder. Si esta constante cambiara, cambiaría el sino y fiabilidad de la Historia.

En las últimas semanas, asistimos a una alteración de la esencia que sustenta los términos históricos. Lo hemos visto con Cuba, por ejemplo. Mientras unos mandatarios, en medio de las revueltas, calificaban el régimen castrista de dictadura, otros – sin embargo – lo calificaban de democracia. Y otros, como el Presidente del Gobierno, ni siquiera utilizaban un término concreto para nombrarlo. Este ejemplo pone la voz de alarma ante la gravedad que esto supone para las narrativas históricas. Si los conceptos básicos de la Ciencia Política – dictadura, democracia y monarquía, entre otros – son cuestionados, el andamiaje de los pueblos corre un grave peligro. Y lo corre, queridísimos lectores, porque la Historia perdería el rigor que la define. Un rigor definido, no por la objetividad de sus fuentes, sino por el uso de los términos en la construcción e interpretación de los relatos. La pérdida de las esencias conceptuales, nos ubica ante un terreno de postverdades históricas muy difícil de salvar.

Las palabras de Ignacio Camuñas atentan contra las esencias, que decíamos atrás, y ponen patas arriba todo el amueblado de nuestra historia reciente. Su declaración cuestiona el golpe de Estado como concepto político. La admisión de su nueva interpretación, por parte de la comunidad histórica, supondría la reinterpretación de todos los "supuestos" golpes de Estado a lo largo de la historia. Esto nos ubicaría ante un tribunal de juristas conceptuales cuyo fin, no sería otro, que limitar las barreras que separan los conceptos políticos. En este caso, por ejemplo, el tribunal delimitaría los requisitos esenciales que debe tener un golpe de Estado para que sea considerado como tal. Con estos mimbres, las declaraciones de Camuñas caerían en saco roto. Un saco roto que evitaría malos rollos históricos, tergiversaciones políticas y, lo más grave de todo, la conversión de la Historia en un relato de términos relativos, ideologizados y tóxicos para la sociedad del conocimiento. Estamos ante un problema complejo que, si no se soluciona pronto, destruirá el objetivo de la Ley de Memoria Democrática.

El salto de las ranas

Últimamente observo, en los jóvenes, un resurgir del espíritu crítico. Existe un paralelismo entre "el paso del mito al logos", allá por el siglo VI a.C. y las Nuevas Tecnologías de la Información y  Comunicación (NTIC). A mis alumnos les suelo preguntar, en los primeros días de curso, por qué la Filosofía surgió en Grecia y no en otro sitio. Surgió allí, les explico, por circunstancias geográficas, económicas y culturales. La ubicación geopolítica de las islas permitió que los griegos exploraran nuevos lugares. Ello hizo que desarrollaran un espíritu crítico hacia sus pueblos. Que desarrollaran la duda como motor del pensamiento. Y esa duda – más cartesiana que escéptica – consiguió que cuestionaran las explicaciones mitológicas acerca de los fenómenos naturales. De ahí que los primeros filósofos buscarán el arché con los mimbres de la razón.

Hoy, los jóvenes viajan como los griegos de antaño. Y viajan a través de sus móviles y tabletas por miles de lugares, que suscitan nuevas miradas y sensaciones. En sus viajes telemáticos conocen gente. Son desconocidos dentro de su mundo digital. Desconocidos que pernoctan en distintas redes sociales. Y desconocidos que, en ocasiones, se convierten en confidentes, amantes o ladrones de guante blanco. La vida de los adolescentes transcurre entre dos mundos; el real y  el digital. En el primero, muestran sus defectos y virtudes, olfatean y sienten el calor de los abrazos. En el segundo, muestran – en forma de selfies – la mejor versión de sí mismos. Ahí interactúan con lo idílico. Es un mundo de reconocimientos simultáneos, emojis y adicciones. Adicción por los "likes", por las audiencias en "los directos" y por la pertenencia a grupos. En lo digital, los jóvenes encuentran la dosis diaria para mantener, a raya, sus niveles de autoestima.

Los adolescentes viven en la comparación constante entre su "yo digital" y su "yo real". Una comparación que genera, en ocasiones, tecnodependencia, dolor y frustración. En el mundo de las pantallas, los jóvenes se convierten en Narcisos que vuelven, una y otra vez, al lago que les muestra el mejor reflejo de sí mismos. Un reflejo que se borra por el salto de las ranas. El lago se convierte en la frontera que separa el mundo real del digital. Cuanto más lejos están del lago, más cerca están de su realidad, y viceversa. En la distancia sufren el vacío que supone los efectos del reflejo. Ahí, solos ante la almohada viven la angustia por la tiranía del postureo. Sin postureo, el joven se convierte en un anómimo. En un vagabundo que transita invisible ante los ojos del oráculo digital. Un oráculo que vela porque las vidas sean de cristal. Vidas prostituidas por la exhibición del momento, la perfección de los ángulos y los misterios de las sombras.

Resanchismo (II)

Si no pasa nada extraordinario, las próximas elecciones generales serán en el 2023. Dentro de dos años, los ciudadanos acudirán a las urnas. La soberanía popular pondrá en valor, o no, la legislatura de Sánchez. Una legislatura marcada por la gestión de la Covid-19, la recesión económica, los indultos del procés y el avance en derechos sociales. A lo largo de estos dos años, el sanchismo ha sido criticado por la oposición. Críticas por la descentralización en el control de la pandemia. Críticas por los efectos económicos de los estados de alarma. Y críticas por el indulto a los políticos presos del procés. El triunfo reciente de Isabel Díaz Ayuso y Más Madrid ha sido interpretado, por muchos analistas, en clave nacional. Gana la libertad frente la severidad en la lucha contra el virus. Y gana el discurso feminista y ecologista de Mónica García. Existe, por tanto, un voto de castigo a aquellas políticas que atentan contra el mercado en beneficio del Estado.

Más allá de la lectura madrileña, el espectro político actual viene marcado por la crisis interna de Podemos tras la dimisión de Pablo Iglesias, el descalabro de Ciudadanos y las grietas de la derecha. Estamos, por tanto, ante una coyuntura política que podríamos llamar "transitoria". Una transición del multipartidismo hacia el bipartidismo. O dicho de otra manera, estamos ante un movimiento pendular de vuelta a los hemiciclos tripartitos de antaño. Hemiciclos donde la tarta se repartía entre socialistas, peperos y nacionalistas. En esta travesía, de peces gordos y chicos, los grandes buques de la democracia ganan la partida a los veleros de la mañana. El sanchismo ha reestructurado sus efectivos. Ha cambiado rostros viejos por otros más jóvenes. Ha introducido alcaldesas con experiencia en la Administración Local. Y ha apostado por un gobierno de mayoría femenina. Un gobierno, como les digo, con más ministras que ministros.

Así las cosas, el nuevo Ejecutivo queda listo para afrontar la segunda parte del navío. Una segunda parte sin tripulantes incómodos. Sin Ábalos, Calvo y Celaá, los tres representantes del sanchismo pandémico. Y sin Iceta, exministro de política territorial, como artífice de los indultos. Estamos ante un Gobierno sin manchas en la solapa, con nuevas semillas en el huerto y frutos futuros. El próximo Congreso del PSOE insertará en su definición como partido, el feminismo y el ecologismo. Esta nueva definición persigue la pesca del voto feminista y ecologista en los caladeros de Más Madrid. Una pesca necesaria para reclamar la igualdad como proclama socialista. El fortalecimiento de los derechos sociales – Ley Trans, la mejora de la prestación por paternidad, la ley de eutanasia, la subida del SMI, la oferta masiva de empleo público y la consecución de los fondos europeos, entre otras – recupera la senda iniciada por Zapatero.

Sobre ética y estado de alarma

Quién nos iba a decir, allá por enero del 2020, que las imágenes de Wuhan – confinamientos, gente con mascarilla y miles de fallecidos -, las tendríamos en nuestros pueblos. Ni siquiera Fernando Simón, experto en pandemias, era consciente de la magnitud del problema. Un problema – el Covid-19 – que invadió nuestras fronteras y nos robó los abrazos, los besos y las aglomeraciones. Nos robó a nuestros mayores. Y nos colocó desnudos ante el campo de batalla. Sin el escudo de la certidumbre y sin una vacuna que venciera, de una vez por todas, al enemigo. Ante este clima, de ansiedad y frustración, el Gobierno decretó el estado de alarma. Un estado más ágil de tramitar que el estado de excepción. Y un Estado que permitía la posibilidad de prórrogas más allá de la única permitida por el de excepción. En aquel momento, imperó el sentido común. Prevaleció lo sanitario sobre lo económico. Y lo simple sobre las complejidades legales.

El primer estado de alarma contó con la aprobación de las derechas. Unas derechas que remaron con el Gobierno ante un mar embravecido. Que aplaudieron a las médicos desde miles de balcones. Y que demostraron tener talante de Estado. Talante de consenso en momentos difíciles. Y talante y luces largas para avistar el horizonte. Unas luces que se apagaron en mitad del camino. El buenismo del hemiciclo se transformó en caceroladas, manifestaciones callejeras y reproches al Gobierno. Reproches por las prórrogas del estado de alarma. Reproches por la supuesta "opacidad" de los datos. Y reproches por no considerar los efectos colaterales de los toques de queda, confinamientos y demás medidas al unísono. Fue en ese escenario, de luces apagadas, donde Vox interpuso el recurso contra el estado de alarma. Un recurso que hoy, el guardián constitucional, falla a favor de Abascal. Al parecer, el Gobierno de Sánchez debió utilizar la figura del estado de excepción en lugar del estado de alarma. Una figura, según el TC, más acorde con la situación y menos lesiva con los Derechos Fundamentales.

Hoy, a toro pasado, la sentencia del Constitucional otorga la razón a Vox. Una razón, respetada por la sociedad, pero criticada desde foros intelectuales y parte de la opinión pública. Criticada porque, de alguna manera, mancha la imagen del Gobierno en las cabeceras internacionales. Y criticada porque no toma en consideración las miles de vidas que se salvaron como consecuencia de la misma. Más allá de lo inconstitucional de la medida, la actuación del Gobierno fue tomada dentro de un escenario de incertidumbre y urgencia. Una urgencia que prevaleció sobre los obstáculos que suponía la aprobación previa, de un estado de excepción, por el Congreso. Por un Congreso multipartidista, enfrentado y dividido por cuestiones prepandémicas, tales como la cuestión territorial y la Ley Celaá, entre otras. En esa coyuntura de crispación política, catástrofe hospitalaria y miles de fallecidos, el Gobierno optó por el estado de alarma. Un estado que no requería tanta burocracia parlamentaria y permitía su prórroga por razones sanitarias. Será el juicio histórico quien decida el valor ético de la sentencia.

Cuatro apuntes sobre Cuba

1 – Barack Obama intentó levantar el embargo a la isla caribeña. Puso los primeros paños calientes a un embargo económico similar al "Bloqueo Continental" que ejerció Napoleón sobre Gran Bretaña. El intento de Barack fue frenado por Donald Trump. Una parálisis que ha frustrado el sueño de la nueva generación de jóvenes cubanos. Jóvenes que viven, en su mayoría, el castigo yanqui con odio e indignación.

2 – El cambio generacional clama libertad. Muchos de los hijos y nietos de la Revolución Castrista han tomado conciencia de clase. Han racionalizado el coste de oportunidad que supone la vida en la isla comunista y urgen soluciones. Un coste en forma de inferioridad digital, oferta económica y expresión cultural. Esta toma de conciencia – influida por la globalización de la información – ha calado en las nuevas mentes cubanas. Mentes que sueñan con la economía de mercado.

3 – La pandemia ha derivado en una grave crisis sanitaria y económica. Una crisis que azota al país y lo sitúa en una escasez asfixiante. Escasez de alimentos básicos y medicamentos. La caída del turismo y la llegada de la variante Delta atisban un problema de difícil solución. Un problema que, a su vez, se magnifica por las revueltas. El aumento de los contagios, hospitalizados y fallecidos se convierte en una amenaza inminente para el pueblo cubano.

4 – El déficit de intermediarios internacionales, la ambigüedad de las causas y el oscurantismo informativo complican el diagnóstico y los pronósticos. En estos momentos, Cuba necesita mediadores que velen por la dignidad y la protección de los derechos fundamentales. Es importante que la isla caribeña no caiga presa de la indiferencia internacional. Es urgente que Biden retome los logros alcanzados por Obama. Y para ello es urgente la figura de un relator internacional, alguien que lime las asperezas y evite la castástrofe.

Revueltas

"La presencia de ministros comunistas en el Gobierno de Pedro Sánchez – reza el editorial de ABC (13/07/2021) – hace un tanto ingenua la esperanza de apoyo del Ejecutivo español a los demócratas cubanos. El precedente de Venezuela es significativo. Rodríguez Zapatero ha sido y es un cómplice del régimen chavista y no ha sido desautorizado por el Ejecutivo de Sánchez. La afinidad de la izquierda política y cultural con el chavismo es una patología del 'progresismo' español, que ahora está desarmado de su argumento favorito para disculpar al Gobierno cubano desde la derrota de Donald Trump y la llegada a la Casablanca de Joe Biden". Este fragmento, extraído del editorial:"Cuba pierde el miedo", no podía pasar desapercibido para los ojos de la crítica. Y no podía, queridísimos lectores, porque dentro de sus interlineados habitan contradicciones y mensajes ocultos que deben ser analizados.

En primer lugar, nos hayamos ante una falacia argumentativa. El articulista cuestiona el apoyo del gobierno a los demócratas cubanos porque nuestro Ejecutivo – legítimo, faltaría más – contiene "ministros comunistas". Un Gobierno con "ministros comunistas" se corresponde – por las palabras del texto – con un Ejecutivo autocrático y, por tanto, contrario a la democracia. Luego, dentro del gobierno español, hay ministros demócratas y autocráticos en función de su credo ideológico. ¡Vaya por Dios! Hay ministros elegidos por la soberanía popular y otros – al parecer – fruto de prácticas antidemocráticas. Según las palabras del editorialista "El precedente de Venezuela es significativo, Rodríguez Zapatero ha sido y es un cómplice del régimen chavista y no ha sido desautorizado por el Ejecutivo de Sánchez". Una vez más, el autor del texto confunde la figura del relator internacional con un "cómplice del régimen chavista". En resumen, estamos ante una izquierda – en consecuencia con lo leído – que se pone de perfil ante las revueltas cubanas.

Las revueltas sociales ocurren tanto en regímenes democráticos como autocráticos. Si miramos por el retrovisor de los tiempos, observamos que ha habido movilizaciones en ambos extremos del espectro. Así las cosas, son testimonios históricos, entre otros, la Primavera Árabe, el 15-M y los chalecos amarillos. Las revueltas son la punta del iceberg de una olla a presión que se llama: "descontento social". Y ese descontento civil suele ser siempre de abajo hacia arriba. Por encima de las revueltas, el Estado cuenta con el "uso legítimo de la violencia", tal y como afirmó Weber y otros contractualistas. Y ese uso, no es otro, que el reestablecimiento de la paz social. En el 15-M, por ejemplo, partidos democráticos clamaron para el desalojo de la Plaza Sol. Un desalojo, como les digo, que iba contra el sentir general de los manifestantes. Manifestantes pacíficos – jóvenes y no tan jóvenes – que hacían uso de derechos fundamentales contemplados en la Constitución. Y manifestantes que fueron acusados de "camorristas y pendencieros", "perroflautas" y otras calificaciones que atentan contra la tolerancia y el respeto como valores democráticos.

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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