Las olimpiadas – decía el otro día en una red social – representan los valores del capitalismo. Valores como la autoexigencia, la competitividad y el éxito forman parte de las reglas del juego. Aunque la comparación sea atrevida. Aunque las olimpiadas de la antigua Grecia se celebraran en contextos históricos distintos a los actuales, lo cierto y verdad, es que ambos fenómenos – olimpiadas y capitalismo – guardan paralelismos. En otro orden, la puesta del cuerpo al límite, la soledad del atleta y la responsabilidad por llegar el primero a meta; no están pagados con medallas. Y no lo están, como les digo, porque detrás de ese éxito efímero se encuentra un vacío existencial. Un vacío marcado por las renuncias. Renuncias a los amigos, a la familia, al ocio y renuncias a todo aquello que ponga en riesgo la concentración del momento. Esas renuncias, tarde o temprano, pasan factura a los atletas. Facturas en forma de ansiedad, de intolerancia al fracaso, soledad y frustración. Soledad en los confinamientos. Y frustración cuando el esfuerzo no se corresponde con la recompensa deseada.
En los últimos días, los medios de contaminación – de "comunicación" – han hablado, y mucho, sobre el estado de salud de los olímpicos. Un estado lastimado, como decíamos atrás, por la presión social a la que están sometidos. El mismo estado que, al parecer, sufren ciertos futbolistas cuando, por hache o por be, no meten los goles estimados. Futbolistas, y otros deportistas, que cobran cifras millonarias. Tanto que, gracias a las mismas, viven en casoplones, conducen coches de lujo, comen gambas rojas y mantienen negocios paralelos. Viven, como diría Jacinto, como marqueses. Como marqueses alejados de la plebe o, como diríamos aquí, de la clase mileurista. De una clase que más que vivir, malvive para llegar a final de meses. Dentro de esta clase hay padres de familia que destinan más del treinta por ciento de su salario a pagar la hipoteca. Padres que hacen malabarismos para estar al corriente en la factura de la luz, el agua, los libros de los niños, el carro de la compra y decenas de imprevistos que surgen a diario. Tales padres, y no padres, también son dignos de un medalla al mérito y el esfuerzo.
Los mileuristas, que también sufren de ansiedad, son invisibles para la parrilla mediática de este país. Y lo son, queridísimos lectores, porque el éxito es la mercancía más valorada en el sistema capitalista. Un éxito que se manifiesta en el número de goles, saltos con pértiga, canastas y todo lo que suponga ganar al adversario. Aquellos que no son agraciados. Aquellos que no meten goles ni encanastan balones no son noticia en los sumarios de la mañana. Y no lo son a pesar de sufrir en silencio el riesgo del despido, el corte de la luz o el desahucio por no pagar la hipoteca. Simone Biles y cientos de futbolistas guardan similitudes con la clase mileurista. Ambos sufren de ansiedad por la autoexigencia que supone la rutina de sus vidas. Ambos pelean para evitar el fracaso en su tarea. Y a ambos se les presiona, y se les exprime, para que sean más productivos. Sin embargo, cada uno vive su ansiedad desde contextos distintos. Unos lo hacen desde sus mansiones y coches caros. Otros, desde sus pisos de alquiler y coches descatalogados.
Juan Antonio
/ 10 agosto, 2021¿Que es el éxito? Ganar millones de euros de manera rapida y efímera para arruinarse despues por no tener una mínima cultura, necesaria, para afrontar el mundo, después de una época de vacas gordas.
O quizás sean gente creada artificialmente a base de ganancias millonarias para intermediarios y multinacionales.