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El salto de las ranas

Últimamente observo, en los jóvenes, un resurgir del espíritu crítico. Existe un paralelismo entre "el paso del mito al logos", allá por el siglo VI a.C. y las Nuevas Tecnologías de la Información y  Comunicación (NTIC). A mis alumnos les suelo preguntar, en los primeros días de curso, por qué la Filosofía surgió en Grecia y no en otro sitio. Surgió allí, les explico, por circunstancias geográficas, económicas y culturales. La ubicación geopolítica de las islas permitió que los griegos exploraran nuevos lugares. Ello hizo que desarrollaran un espíritu crítico hacia sus pueblos. Que desarrollaran la duda como motor del pensamiento. Y esa duda – más cartesiana que escéptica – consiguió que cuestionaran las explicaciones mitológicas acerca de los fenómenos naturales. De ahí que los primeros filósofos buscarán el arché con los mimbres de la razón.

Hoy, los jóvenes viajan como los griegos de antaño. Y viajan a través de sus móviles y tabletas por miles de lugares, que suscitan nuevas miradas y sensaciones. En sus viajes telemáticos conocen gente. Son desconocidos dentro de su mundo digital. Desconocidos que pernoctan en distintas redes sociales. Y desconocidos que, en ocasiones, se convierten en confidentes, amantes o ladrones de guante blanco. La vida de los adolescentes transcurre entre dos mundos; el real y  el digital. En el primero, muestran sus defectos y virtudes, olfatean y sienten el calor de los abrazos. En el segundo, muestran – en forma de selfies – la mejor versión de sí mismos. Ahí interactúan con lo idílico. Es un mundo de reconocimientos simultáneos, emojis y adicciones. Adicción por los "likes", por las audiencias en "los directos" y por la pertenencia a grupos. En lo digital, los jóvenes encuentran la dosis diaria para mantener, a raya, sus niveles de autoestima.

Los adolescentes viven en la comparación constante entre su "yo digital" y su "yo real". Una comparación que genera, en ocasiones, tecnodependencia, dolor y frustración. En el mundo de las pantallas, los jóvenes se convierten en Narcisos que vuelven, una y otra vez, al lago que les muestra el mejor reflejo de sí mismos. Un reflejo que se borra por el salto de las ranas. El lago se convierte en la frontera que separa el mundo real del digital. Cuanto más lejos están del lago, más cerca están de su realidad, y viceversa. En la distancia sufren el vacío que supone los efectos del reflejo. Ahí, solos ante la almohada viven la angustia por la tiranía del postureo. Sin postureo, el joven se convierte en un anómimo. En un vagabundo que transita invisible ante los ojos del oráculo digital. Un oráculo que vela porque las vidas sean de cristal. Vidas prostituidas por la exhibición del momento, la perfección de los ángulos y los misterios de las sombras.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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