En vísperas de Navidad, solía ir al Capri. Allí, en la barra, emborrachaba mis penas con sorbos de tequila. Solo en el garito, leía los horóscopos mientras oía la última de Loquillo. Con dieciocho años recién cumplidos, me quedaba mucha vida en los bolsillos. Desde el taburete soñaba con el día de mañana. Fracasado en los estudios, y con la autoestima por los suelos, el vacío formaba parte del ahora. Tras el sorteo, y sin una peseta de alegría, rompí las papeletas. Rompí como se rompen las relaciones tras el periplo del desgaste. Rompí los sueños que se apoderaron de mí durante el último trimestre. Adiós al viaje al Caribe, al Mercedes último modelo. Y adiós a esa casita con césped y piscina. En ese momento, de desolación, aprendí que más vale pájaro en mano que cientos volando. Desde la barra, veía a lo lejos el camión de la basura. Oxidado, y polvoriento, circulaba paralelo al BMW de Jacinto.
En la soledad de la barra, reflexioné sobre el dinero. Lo hice con lo poco que aprendí sobre un señor llamado Rousseau. Decía este hombre que la propiedad privada trajo consigo la desigualdad en el mundo. El día que Manolo dijo "este solar es mío", se puso de manifiesto la fragilidad de nuestra especie. Ahí, en esa maldita frase, comenzó la nueva esclavitud. Surgió la comparación entre iguales. Iguales en cuanto animales pero diferentes en lo material. Iguales, claro que sí, porque tanto Manolo como Eugenio sienten miedo, sorpresa, tristeza, asco y alegría. Diferentes porque él es rico y el otro no. Aún así, él también tiene problemas y quizá también llore, como lloran los pobres cuando quieren y no pueden comer. De tal modo que ninguno de los dos sea feliz. ¿Qué es la felicidad?, me pregunto mientras junto letras en este humilde blog. La felicidad, decían los clásicos, reside en la tranquilidad. Una tranquilidad basada en la calma interior. Calma como las aguas de un lago que rompen su quietud con los saltos de las ranas.
A lo largo de aquellos años, conocí mucha gente a deshora. Los ojos de Gabriela han perdido el brillo, que lucía cuando era adolescente. Era la más popular del instituto. Tanto que en muchos cuadernos lucía su nombre en medio de corazones. Hoy estás arriba y mañana abajo. Hoy abajo y mañana arriba. El concepto de noria sirve para la vida. Enferma de cáncer, y rica hasta las trancas, daría lo que fuera por estar sana. Y es que, queridísimos amigos, la riqueza es un término subjetivo. Usted puede comprar muchas cosas con dinero pero la salud y el conocimiento no se venden en la tienda de la esquina. De ahí que todo está bien pero en su justa medida. De ahí el término medio que decía Aristóteles. Ni un extremo ni el otro sino la moderación. En la moderación sanamos la angustia que produce el exceso y el defecto. Una moderación que requiere la renuncia a la avaricia y la lucha por no caer en la pobreza. En la pantalla tonta, cientos personas brindan con cava porque les ha tocado la lotería.