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Querer y no poder

Después de la Ilustración, llegó el siglo de los corazones. La voluntad de vivir y poder, que dirían Schopenhauer y Nietzsche, sustituyeron a la razón como vehículo de progreso moral. Cada momento histórico se relaciona con un problema filosófico. Así, por ejemplo, la Edad Media tuvo como telón de fondo la disyuntiva entre razón y fe. La Modernidad estuvo marcada por el problema del conocimiento. Hoy, el dilema filosófico no es otro que la contradicción o la diversidad. Digo contradicción porque existen valores antagónicos que, de alguna manera, ponen en crisis al ser humano. Por un lado, el sistema educativo inculca la cooperación y la fraternidad. La solidaridad entre semejantes, la educación por proyectos y la inclusión – entre otros – se convierten en el buque insignia del modelo de enseñanza actual. Ahora bien, esta conciencia cívica colisiona con las proclamas del sistema capitalista. Frente al aprendizaje colaborativo, tenemos un modelo de sociedad darwinista. Un modelo basado en el mérito y el esfuerzo individual como motor de ascenso social. Un ascenso que busca el "ser más". Y en ese "ser más" muere la cultura de lo cívico.

Hemos pasado, maldita sea, de la conciencia de clase, que decía Marx, a la "conciencia empresarial". Estamos ante una sociedad donde cada ser humano se convierte en una empresa para sí mismo. La forma de vida actual reproduce la cultura empresarial. Estamos, por tanto, ante un mercado occidental que visibiliza el éxito y minusvalora el fracaso. Y ese éxito se mide en términos de "likes", visualizaciones de "reels", marca de coche y ubicación de la casa o chalet. Este modelo de metafísica capitalista deja poco margen a la ataraxia o imperturbabilidad de espíritu. La vida calmada, retirada del mundanal ruido y desconectada de las redes sociales no cumple con el canon de felicidad actual. Así las cosas, Manolo – por ejemplo – lee “libros de autoayuda”, hace pesas en el gimnasio, dedica tiempo a su avatar y riega, a diario, su marca personal. Manolo es una de las millones de empresas que cada día caminan por la selva de lo urbano. Y como empresa busca, a través de la razón instrumental, obtener ganancias y cuota de mercado en un juego de suma cero. Para ello, lucha por diferenciar su producto. Y lucha por ser alguien relevante y bien posicionado en el ranking social.

Esta "vida empresarial" exige "autoexigencia". Y en esa "autoexigencia" es cuando se pone en riesgo la salud mental. La inquietud y la esclavitud por el "yo más" contribuyen al insomnio, el aumento de los niveles de cortisol y la inflamación. Ahí es donde reside la enfermedad occidental. Una enfermedad cuyo síntoma no es otro que el "querer y no poder". Las Redes Sociales muestran, en un sólo espacio, una diversidad de biografías. Una diversidad de vidas exitosas, rostros simétricos y dientes blancos. Esa identidad, que invade los tentáculos de la mediocridad, ejerce un poder estético en todos los ámbitos de lo cotidiano. Este poder se manifiesta en las redes y en los medios de comunicación. La angustia ante la fealdad impide que el ser humano – Manolo a Gabriela – recuperen el sentido por su vida. La auténtica verdad no es otra que pobres y ricos cabalgan hacia la lo feo. Por mucho retoque estético, la materia es la auténtica demostración del tiempo. Una materia que, sujeta a las leyes de la naturaleza, envejece y muere. Así las cosas, la cultura de la competición desemboca en vacío. La lucha por el tener esconde, bajo la alfombra de la vida, las cenizas de millones de colillas. De colillas manchadas de carmín.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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