De todos los libros que he leído, El Capital – de Karl Marx – ha sido, sin duda alguna, la obra que más admiro. Lejos del discurso comunista, el marxismo establece una mirada crítica al devenir del capitalismo. Aunque la precariedad laboral – del ahora – sea distinta a la que existía a finales del siglo XVIII, lo cierto y verdad es que hay paralelismos estructurales entre las mismas. La sociedad de clases – y la cultura del mérito y el esfuerzo – no activa tan fácil el ascensor social. La clase social, de nacimiento, determina – en buena manera – el futuro de las generaciones venideras. En España, los contactos y conocidos son la regla general de la inserción laboral. El refrán "quien no tiene padrino, no se bautiza" se cumple en el mundo laboral. Y se cumple porque la mayoría de las ofertas de empleo se resuelven mediante redes de amistad. Esta verdad pone en evidencia la utopía del sueño americano. Es cierto que existen casos de superación personal y ascenso social pero, por desgracia, son excepciones. Existe un factor suerte que explica por qué Jacinto ha llegado a ser alguien en la vida y Manolo, su vecino, con más esfuerzo y mérito se ha quedado en el camino.
Esta situación, produce una frustración sistémica. Millones de personas, de orígenes humildes, por no pertenecer a las élites son condenadas a la mediocridad. Esta herida psicológica provoca altas dosis de infelicidad y un deterioro de la salud mental. Deterioro que cursa en forma de depresiones y ansiedades. El ser humano siente que no está en el lugar merecido. Un sentimiento que determina actitudes negativas ante la vida. Para combatir esta situación, la mayoría de los libros de autoayuda cargan la responsabilidad del éxito en uno mismo. De ahí los eslóganes "si puedes soñarlo, puedes conseguirlo", "el que la sigue, la consigue", "querer es poder", entre otros. Tales proclamas olvidan las circunstancias del individuo. Ya lo decía Gasset, "yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvaré yo". Esta frase, lejos de tirar por la borda la meritocracia, pone en valor el escenario vital de cada uno. Lo primero es conocer el sistema y lo segundo saber cómo nos situamos en el tablero. El mercado de trabajo marca la oferta y la demanda. De ahí que ciertas carreras tengan más salidas que otras. Por encima del expediente académico, existe una coyuntura abstracta y real muy difícil de ignorar.
Algo similar pasa en la vida de un escritor. El esfuerzo, el coste de oportunidad y dedicación a la obra no determina el éxito de la misma. Grandes libros han sido un fracaso editorial. Y libros, que a priori nadie ha dado un duro por ellos, han sido Best Sellers. Por ello, hay que ser conscientes que los de arriba tienen más oportunidades de triunfar. No es que sean más talentosos que nosotros – los de abajo – sino que disponen de contactos y medios económicos para convertir el bronce en plata. Esto, que algunos no lo tienen claro, es importante que lo asumamos. Este blog – por ejemplo – casi no tiene visitas. Sus lectores no crecen porque no hay una inversión económica detrás; ni padrinos que le otorgue la visibilidad necesaria para destacar. De ahí que algunos lo cataloguen como un medio mediocre y de segunda. Tanto es así que los blogueros no gozamos del prestigio que ostentan otros articulistas. Si tirara la toalla, ganarían los de arriba. Es hora de que la sociedad abra los ojos. Hora de que seamos conscientes que las circunstancias determinan nuestro sino. Aún así, la lucha – en contadas situaciones – merece la pena. Curemos las heridas.