Esta semana, he leído en varios rotatorios que la economía española, según Pedro Sánchez, "va como un tiro". Parece que tenemos un escenario similar a los años aznarianos. "La tasa de paro – según reza un titular de la Ser – cae un 11,2% en el segundo semestre del año, la más baja desde 2008". "Estamos – en palabras de Gregorio, el panadero de mi pueblo – ante los nuevos años veinte". Años que dejan atrás las penurias vividas durante la Gran Recesión y la Covid-19. Y esta alegría se nota en la ocupación hotelera, en las cervezas de las terrazas, en nuevos coches por carretera y en el repunte de la venta de viviendas, tras doce meses de caída. Aún así, no todo es oro lo que reluce. La deuda pública, por ejemplo, creció más del doble que antes de la pandemia. "El precio del alquiler de viviendas – en información de eleconomista.es – supera los máximos de la burbuja inmobiliaria en 15 CCAA". A estos datos – y esta es la cara de la moneda – hay que añadir las promesas de Sánchez sobre la construcción de 43.000 viviendas de alquiler asequible y una Oferta Pública con más de 40.000 empleos.
Pese a estas evidencias, muchas voces díscolas con el Gobierno, tratan de relativizar los datos y sacar, de ellos, su leyenda negativa. Hay descenso del paro, sí pero sin olvidar el sesgo de la precariedad. "El número de funcionarios – según reza el titular de El Correo – se dispara en más de medio millón desde que Sánchez llegó a La Moncla", "sí pero con el precio de una deuda pública altísima". Disminuye la inflación, "sí pero no lo suficiente". Baja la factura de la luz, "sí pero por causas ajenas a decisiones internas". Y así, suma y sigue. La Economía es una ciencia social con sus márgenes de error y por tanto de interpretación. Lo cierto y verdad, y es complicado negar la mayor, es que el auge de la ocupación y el consumo pesado (de viviendas y automóviles) son dos indicadores claves para el optimismo. El bolsillo de los ciudadanos decide buena parte del voto racional. Cuando Manolo, Juan o Jacinta disponen de trabajo, pagan sus facturas y reciben ayudas del Estado; por mucho que otro les diga "España va mal", su realidad microeconómica manifiesta lo contrario. Así las cosas, el discurso catastrofista no cala en la Hispania del ahora. De tal manera que se recurren a otras teclas para que el humo empañe el paisaje.
Existe un cierto paralelismo entre los tiempos de Zapatero y los de Sánchez. La derecha, de los tiempos zapateristas, aprovechó la Gran Recesión para arrojar todo su arsenal de dinamita contra el ejecutivo de Rodríguez Zapatero. Con el eslogan "la culpa es de ZP", se redujo el comportamiento de las macromagnitudes económicas a la figura del presidente. Un mensaje que caló en el ideario de la gente y que supuso la llegada del marianismo. Un marianismo marcado por recortes y más recortes. Tantos que vimos el adelgazamiento de la clase media y el crecimiento imparable de la desigualdad. Se recortaron las partidas en educación y sanidad. Se redujo la Oferta Pública de Empleo y se siguió la línea marcada por Merkel. Una línea donde los de abajo pagaron los desaguisados de los de arriba. Hoy las cosas han cambiado. Aunque tengamos de fondo "el caso Begoña", "el pacto fiscal en Cataluña", los viajes de ZP a Venezuela y otros conatos de incendio; la verdad es que España recupera fuelle desde la pandemia. Y si va bien la economía, va bien – claro que sí – las vidas de millones de personas. Otra cosa es que las cortinas impidan ver los prados.