• LIBROS

Entrada anterior
Entrada siguiente

De Sócrates y Puigdemont

El gobierno de Trasíbulo acusó a Sócrates de pervertir las mentes de los jóvenes. Lo acusó, como les digo, de adoctrinar y despertar el espíritu crítico a los discípulos de la polis. El maestro de Platón fue obligado a beber cicuta en la plaza pública de Atenas. Allí, delante de cientos de demócratas, murió por incumplir las leyes de su tiempo. Cuenta Aristocles que su maestro pudo escapar de la ciudad pero no quiso. Y no quiso por su compromiso con sus principios. Decía que las leyes se podían criticar pero no se debían incumplir. Así, fuera o no justa la sentencia, este hombre sabio, de la Antigüedad Clásica,  prefirió morir que huir al exilio. La llegada de Puigdemont a España, recuerda – salvando las distancias – al relato de Sócrates. Y recuerda, como les digo, porque tanto él como el clásico ateniense fueron sentenciados por la justicia. Por una justicia enmarcada, en sendos casos, dentro de la democracia. Ambos son criticados por tambalear el establishment de sus pueblos.

Carles consiguió liderar un movimiento de emancipación catalana. Un movimiento – a través de brazos políticos – que culminó con la declaración ilegal de la República Independiente de Cataluña. Una declaración que supuso el encarcelamiento de sus ejecutores y la huida de su líder a Waterloo. Aún así, y tras siete años en el exilio, el líder catalán volvió a España, dio un mitin y desapareció. Recuerdo que dos días antes de su anuncio, en X – la antigua Twitter – escribí un post que apelaba a Sócrates. Decía que Puigdemont volvía a su tierra a sabiendas de su detención. Volvía en pro de sus principios políticos. Renunciaba a su libertad de fugitivo a cambio de su detención y encarcelamiento. Estamos – decía en la red social – ante una “rara avis”. Estamos ante alguien que pone sus convicciones por encima del confort vital. Hoy, como saben, las cosas no han sido así. El líder de Junts, vino a Barcelona, dio un discurso y se fue. Y se fue, queridísimos amigos, de rositas. Se fue “para Barranquilla" como diría aquella vieja canción de José María  Peñaranda.

Puigdemont, a diferencia de Sócrates, huyó al exilio y burló a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Huyó el líder del partido que mantiene acuerdos de gobierno con Sánchez. Y huyó quien, desde la lejanía, representa el cargo de diputado europeo. Desde la crítica, nos debemos preguntar sobre los efectos de este desaguisado. A día de hoy, no se han producido dimisiones por la huida del fugitivo. Ni siquiera se ha abierto una comisión de investigación sobre lo sucedido. ¿Por qué no se detuvo cuando estaba en la tribuna como si de un sofista se tratara? Esta situación, surrealista donde las haya, pone en la diana mediática a nuestra marca España. Y la pone porque nos sitúa ante un sistema legal pero que huele a chamusquina. Aún así, salvo que se demuestre encubrimiento u otras sinrazones, siempre existen cúmulos de factores que dificultan la tarea. Complicaciones, en términos médicos, que hacen que la operación no obtenga el resultado deseado. Lo cierto y verdad es que la presencia de Puidemont no impidió la investidura de Illa. Como dicen en mi pueblo "mucho ruido y pocas nueces".

Deja un comentario

2 COMENTARIOS

  1. tramunttramunt

     /  10 agosto, 2024

    Estupenda reflexión.

    Responder
  2. Juan Antonio Luque

     /  17 agosto, 2024

    Efectivamente, querido Abel. Muchos ruidos pocas nueces y grandes dosis de hipocresía. Él volvió a su exilio dorado de Waterloo a vivir a costa de todos.

    Responder

Deja un comentario

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

  • Categorías

  • Bitakoras
  • Comentarios recientes

  • Archivos