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Réquiem por la comunidad

Mientras viajo a Madrid, recibo un correo electrónico de Alejandro, un periodista de un diario americano. Dedicado a escribir sobre Derechos Humanos, me pregunta si son respetados en Europa. Los DDHH – le respondo – se han convertido en un catálogo de buenas intenciones. A pesar de que su constitucionalización es un hecho, lo cierto y verdad es que existen muchos ejemplos de atentado contra los mismos. En pleno siglo XXI, hay discriminación por razón de sexo, explotación infantil, homofobia, xenofobia y aporofobia. Estas actitudes, que vulneran la dignidad humana, ponen en evidencia el fracaso del contrato social. El capitalismo salvaje se convierte en la última fase del derrumbe de la comunidad. La lucha por la supervivencia de las empresas, en la selva del mercado, ha suscitado la creación de miles de bienes y servicios distintos. En las baldas de los supermercados, por ejemplo, hallamos una gran variedad de productos dentro de una misma gama. Esta atención a lo individual, desde lo diverso, rompe la estructura de la comunidad. Rota la comunidad, el individuo se convierte en un ave rapaz en el cementerio de la postmodernidad.

La ciudad se ha transformado en un mosaico de millones de versos sueltos que cabalgan, de forma apresurada, de aquí para allá. El otro día, en Italia, un vendedor nigeriano era asesinado en plena calle sin que nadie interviniera. Más allá de la grabación de la agresión, nadie se paró a auxiliar a la víctima. Vivimos en un entorno egoísta del "sálvese quien pueda". Un entorno de peces grandes y chicos donde la fortaleza se mide en función del "tanto tienes, tanto vales". El interés privado prevalece sobre el general. Esta prevalencia destruye la esencia de los partidos políticos. Hace décadas, existía una clara identidad con la comunidad que servía al sociólogo para predecir los resultados electorales. Tanto es así que existía algo de verdad en que no hay nada más inverosímil como "un obrero de derechas" o "un empresario de izquierdas". Hoy, la situación es bien distinta. El individualismo extremo impide a los politólogos elaborar un "pack electoral" acorde con un público objetivo. Es muy complicado que el pack individual coincide con el ofertado. De tal modo que el voto racional siempre se ejercita pagando el precio que supone el coste de oportunidad.

Las Redes Sociales contribuyen a resaltar lo individual. Los perfiles y cuentas son, en su mayoría, de personas concretas con nombres y apellidos. En sus descripciones aparecen, normalmente, sus estudios o profesiones. Casi nadie hace mención a sus preferencias políticas, ni siquiera al pueblo donde reside. Hay pocos signos de identificación patriótica o partidista. La gente critica desde su trinchera particular. Estamos ante un escenario marcado por el imperio de los sables. Sables ruidosos que impiden la reflexión y el pensamiento colectivo. No hay sinergias de grupo sino división, crispación y confrontación. España y su estructura territorial se refleja en las RRSS. El Estado de las Autonomías nació con una desigualdad entre comunidades. Esa desigualdad suscita actitudes etnocéntricas dentro del país. Y esas actitudes, a su vez, son fuente de prejuicios y estereotipos entre "hermanos autonómicos". Sin líderes, capaces de reconstruir la comunidad de antaño, resulta imposible dibujar un interés general que destruya los muros de la individualidad. Estamos ante una batalla campal difícil de parar.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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