Decía Esopo, fabulista de la Antigua Grecia, que "la rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido". Ayer, sin ir más lejos, me vino a la mente esta frase. Y me vino, queridísimos lectores, por el ruido mediático de nuestros días. Un ruido que nos recuerda las grietas de la democracia. Y, un ruido que pone en jaque a nuestra Carta Magna. Últimamente, leo noticias inundadas de adjetivos. Adjetivos peyorativos que ensucian la realidad y crispan el ambiente. Tanto es así que he dejado, otra vez, de escribir en los periódicos. A pesar de que me apasiona la prensa impresa, mi carácter – crítico e independiente – me ubica en el peldaño de bloguero. Decía Kant, un filósofo de Königsberg – que el noúmeno – o cosa en sí – nunca podremos conocerla. La realidad necesita los elementos "a priori" que proporciona la mente. Necesita, como les digo, una estructuración mental que otorgue significado a los "inputs" del mundo.
Si aplicamos la epistemología kantiana a los mimbres de la prensa, nos damos cuenta que estamos ante una subjetivación de los hechos noticiables. Una subjetividad que impide conocer la verdad. Esta subjetivación de la realidad pone en valor las teorías de Ortega y Gasset. Decía nuestro filósofo que la verdad es la suma de perspectivas. La verdad sería el resultado de miles de narrativas sobre un hecho determinado. Aún así, aún sumando todas las opiniones, tampoco estaríamos ante una verdad oficial, o absoluta. Y no lo estaríamos, estimados amigos, porque las miradas personales también evolucionan en función de las circunstancias vitales. Así las cosas, la verdad – como dirían los escépticos – no existe. Ni siquiera existiría el "cogito, ergo sum" de Descartes. Y no existiría porque hay contraejemplos donde el ser humano puede existir sin pensamiento. Este vacío existencial, que provoca la ausencia de verdad, nos conduce a un reclamo de la dignidad. Dignidad entendida como autenticidad. Una autenticidad que nos hace únicos e irrepetibles.
Estamos, otra vez, ante la duda que marcó el siglo XVII. Estamos ante una sociedad que cuestiona el argumento de autoridad. Estamos, y disculpen por la redundancia, ante una sociedad vertebrada. Ante una sociedad descosida por la crisis de la verdad. Esta crisis supone un riesgo para la convivencia civil durante las décadas venideras. La ausencia de verdad objetiva implica la necesidad de convivir, en un mismo espacio, con miles de narrativas antagónicas. Los retos de la filosofía pasan por saber gestionar esa diversidad de verdades. Es necesario, hoy más que nunca, que las humanidades recobren su función. Es necesario, como les digo, que la Historia y la Filosofía lideren el cambio de mentalidad. Es necesario que se conviertan en vehículos capaces de conducir el relativismo por los caminos del respeto y la tolerancia. El ruido mediático radica, de alguna manera, en la falta de madurez social para gestionar la pluralidad. Una pluralidad – política, ideológica y religiosa – garantizada por la Constitución y vulnerada por lo social.