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La deriva democrática

Tras varios meses sin leer la prensa impresa, el domingo compré El País. En el suplemento, leí "Por qué voto a Vox"; un reportaje acerca del retrato robot de la derecha radical. Entre los motivos, la mayoría de los entrevistados aludían a cinco ejes principales: inmigración, liberalismo, desigualdad, patriotismo y desafección. El rasgo común de los perfiles no era otro que el hartazgo, o rechazo, social contra la inseguridad ciudadana, la Ley sobre la Violencia de Género, el catalanismo, el multipartidismo y la gestión del Estado del Bienestar. Hay, entre los interlineados de los entrevistados, una actitud de protección contra los diferentes enemigos que atacan nuestro sistema. Enemigos en forma de "otros" que amenazan la zona de confort social y el establishment institucional. Son precisamente, los otros – los atacantes de los logros pasados – quienes claman, desde la desesperación de sus percepciones, una España más contundente contra la injusticia social.

Detrás de tales enemigos existe un denominador común, el miedo a la deriva democrática. Un miedo que, de alguna manera, no ha sabido aliviar la partidocracia tradicional y que sirve de relato perfecto al partido de Abascal. Dicho miedo se manifiesta en forma de xenofobia, homofobia y aporofobia, entre otras fobias. Hay, por lo que pude leer en El País Semanal, un malestar latente por el incremento de la inmigración. Una inmigración "enemiga", "incontrolada" y "mal gestionada" que se traduce en consumo de "servicios públicos" y "crispación social". Aparte de este enemigo, no hay un patriotismo o sentimiento de país que haga cara a la fractura social y laboral. Una España dividida entre catalanistas y unionistas, por un lado, y provincias densas y vaciadas, por otro lado; se convierte en un agravante para afrontar, con éxito, la deriva democrática. Una deriva que se muestra impotente ante un sistema mediático, también dividido e ideologizado. Así las cosas, el votante de Vox no es otro que un ciudadano movido por la nostalgia y melancolía por un pasado idealizado.

Si vencemos a los enemigos, como diría el votante de Vox, la partida está ganada. Ahora bien, el trofeo de la victoria no sería otro que el desmantelamiento de las autonomías, la vuelta al mercantilismo, el etnocentrismo y el entretenimiento. Ingredientes que, de alguna manera, configuraron la losa del franquismo. Por ello, queridísimos amigos, ciertas narrativas son tóxicas y peligrosas para la democracia. El miedo a la deriva democrática puede traer consigo un escenario similar a los Estados Unidos de Trump. Un escenario que surgió por el miedo de la América despoblada a la integración de la inmigración y su posible empoderamiento. La ObamaCare fue percibida como una dinamita social contra el honor de "los de arriba". Un sistema económico basado en el low cost, como es el nuestro, supone también un argumento perfecto para que la gente compre el pack de la ultraderecha. Y lo supone, queridísimos lectores, porque cada día la mano de obra barata se convierte en una necesidad del mercado. Una necesidad que amenaza la supervivencia de la clase media. Una amenaza que probablemente rentabilizará Vox.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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