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La deriva socialista

Hace dos años en las páginas de este blog critiqué la elección de Rubalcaba como sucesor de Zapatero. A ese artículo lo titulé: "el último error de ZP". Recuerdo que no estaba de acuerdo con la sucesión de Alfredo porque su figura llevaba la impronta de los tiempos felipistas y zapateristas. El liderazgo de Rubalcaba, a pesar de estar curtido por la experiencia de un "zorro viejo" de la política, implicaba "más de lo mismo” para un electorado cansado y "desencantado" con los recortes de su "talismán", Zapatero. Si miramos a través del retrovisor de los tiempos nos daremos cuenta de que aquellas reflexiones, realizadas en el Rincón, no estaban tan mal encaminadas. Lejos de todo pronóstico, la campaña del PSOE no sirvió para enderezar el "giro a la derecha" auspiciado por José Luis. El elector económico, o dicho de otro modo, el ciudadano que orienta su voto teniendo en cuenta los costes y beneficios de su elección anterior, ponderó los pros y contras de su nueva decisión y, ante la indignación por la "derechización" de su partido, decidió "no votar" o castigar a sus siglas con el voto útil a IU, UPyD o al PP.

"Cuando no tienes trabajo y has agotado los últimos cartuchos de tus ahorros – en palabras de José, un "exsocialista" indignado – lo único que te queda para seguir adelante es la fe. En aquellos tiempos confié en las palabras de Rajoy. Nos decía que íbamos a salir de esta crisis, y le creí. Nos decía que la culpa de todo la tenía Zapatero y, el ingenuo de mí, le creí. Veía como el presidente que elegí había dicho sí a las políticas de Merkel y, por ello, decidí votar al PP. Hoy, después de lo que han visto mis ojos, tras dos años de derecha tacheriana, no volvería a cambiar mi chaqueta, ni por Rajoy ni por todos los aznares juntos. El "rodillo azul" ha dejado un panorama desolador para las clases medias de este país. Primero fue el "donde dije digo, digo Diego"; segundo "el desmantelamiento del Estado del Bienestar" y tercero "la vergüenza de la corrupción", con Bárcenas en Soto del Real y Rajoy callado como una tumba en espera de que el temporal amaine. Aún así, con todo lo mal que lo ha hecho el PP, sigo sin creer en el proyecto socialista. Por mucha Conferencia Política que haga el PSOE para conectar con los tres millones de votantes cabreados, miles de exmilitantes seguimos sin ver, en la figura de Rubalcaba, una alternativa creíble al gobierno que nos humilla".

"En los últimos años – en palabras de Alejandro, un hombre sencillo de Aranjuez – los conflictos internos en la casa de Ferraz han impedido oír el ruido de sables en los salones de Génova. Mientras Pedro J. Ramírez tambaleaba los pilares de Rajoy con su histórica portada, en la casa socialista salpicaban las gotas de los EREs andaluces, la dimisión de Griñán y el abandono de Chacón. La oposición de Rubalcaba, digan lo que digan los incondicionales del PSOE, no ha estado a la altura de las circunstancias. Ha hecho falta "determinación", o dicho más claro, un buen "dóberman político", de perfil alto, que le cantara las cuarenta a Rajoy cada vez que su ministra – Sáenz de Santamaría – sacaba la tijera y descosía los pespuntes del traje del Bienestar. En estos años, no me cansaré de repetirlo, ha hecho falta un "puño y una rosa" con pedigrí. Un partido político de corriente socialdemócrata que defendiera hasta la médula el intervencionismo estatal en los mercados, como herramienta necesaria para despertar de su agonía a las clases medias del ayer."

Son, precisamente, estos testimonios expuestos en los párrafos de arriba, los que invitan a la crítica intelectual a reflexionar sobre la parrilla política de este país. Si nos damos cuenta, tanto el testimonio de Alejandro como la versión de José simbolizan el sentir general reflejado mes a mes por los barómetros del CIS. Existe un hastío colectivo contra el poder. El ciudadano de a pie, o sea ustedes y yo, ha perdido la fe en sus élites elegidas. Ya no se trata de medir a "Rubalcaba con Chacón" ni a "Patxi con Susana". Ya no se trata de invitar a Garzón a los eventos del partido para recuperar los buenos tiempos de Felipe o Zapatero. Se trata de recuperar la fe en los mimbres de la democracia. Recuperar la fe en la política implica ganarse, otra vez, a la sociedad civil. Y para ello, queridos lectores y lectoras del Rincón, hace falta tiempo. Tiempo, para que cicatricen las heridas del "giro a la derecha" de ZP y tiempo, para que emerjan las heridas incipientes de Rajoy. Para que ello ocurra, es decir, para que la perspectiva temporal devuelva los alineamientos clásicos del voto y el Congreso sea un fiel reflejo de la realidad sociológica del pueblo, hace falta que los políticos reconozcan ante su espejo – la calle – su incompetencia para gobernar en tiempos de tempestades. Mientras los líderes sigan fantaseando y engañando a los ciudadanos con mensajes incumplidos, la sociedad civil continuará haciendo política desde otros canales distintos a las urnas.

La máscara educativa

Desde que nació la sociología, hace aproximadamente doscientos años, los sociólogos han observado los fenómenos sociales con el prisma de la lejanía. Alejarse del objeto de estudio, fue uno de los principales argumentos defendidos por Weber cuando hablaba de sociología. Una ciencia social desprovista de valores, decía el padre de la burocracia, era necesaria para construir tipos ideales (moldes abstractos para analizar las realidades). En el espacio de los conceptos existen paralelismos o correlaciones – dicho en términos modernos – entre fenómenos, "a priori", distintos y lejanos. En "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Max Weber, estableció conexiones entre las montañas de la razón y los mares de la fe. No afirmó de forma rotunda el carácter determinista de lo uno – el calvinismo – sobre lo otro – la industrialización -, pero sí observó que en la Inglaterra de finales del XVIII surgieron de forma dialéctica sendos fenómenos. 

Más en Diario Siglo XXI

Las heridas de ETA

En las encuestas de opinión existen – como en todas las disciplinas científicas – sesgos metodológicos que determinan, de alguna manera, la validez y eficacia de las mismas. Una de tantas imperfecciones académicas son las "preguntas tendenciosas". Se entiende por "pretenciosas", al conjunto de cuestiones cuyas respuestas están condicionadas por lo "políticamente correcto". Un ejemplo de las mismas sería el siguiente: ¿está usted a favor o en contra de la erradicación del hambre en el mundo? Lógicamente, serán muy pocos los que contestarían "en contra". El "sentido común" y la "norma moral de referencia" sirven, a la pretensión científica, como mecanismos idiosincrásicos de respuesta esperada. Algo parecido sucede con el "efecto llamada" de la pasada manifestación a favor de la Doctrina Parot. ¿Quién no se solidariza con el dolor ajeno -el dolor de las víctimas – en un país azotado durante largas décadas por la lacra de los gatillos? Lógicamente, una vez más, aplicando el sesgo de "lo políticamente correcto", el éxito "a priori" de la manifestación está asegurado. ¿Acudiría usted a una manifestación a favor de la guerra? Existen altas probabilidades de que se quedaría en casa antes de portar una pancarta en contra de la "norma moral de referencia".

Si planteamos la manifestación del pasado domingo en términos de: "vencedores y vencidos", el éxito de la misma está de sobra justificado por el sesgo metodológico que decíamos atrás. Ahora bien, si analizamos el fenómeno en términos de "protesta contra la sentencia de un organismo judicial internacional", quizás algo falla en nuestra adulta democracia. Es precisamente este último sentido de la manifestación civil, el que pone sobre la mesa la hipocresía del PP en la gestión de la polémica. Los mismos políticos que aplaudieron al Tribunal de Estrasburgo por la ratificación de la ilegalización de Batasuna, son los mismos que cuestionan a las togas europeas y tambalean, con su actitud, los avances conseguidos en los Derechos Humanos. El afán por sacar tajada electoral en Euskadi, a costa de las heridas de ETA, invita a Rajoy y los suyos a portar las pancartas contra Parot, aprovechando, sin duda alguna, el sesgo sociológico del "efecto llamada". Resulta indignante, en palabras de Gregorio, que en un país Democrático, Social y de Derecho, sean sus mismos representantes, los que arrojan piedras contra su mismo tejado.

Desde la crítica intelectual debemos reflexionar sobre el debate abierto en la opinión pública entre: apoyar a las víctimas – los vencidos – y sumarnos al dolor de las mismas o, apoyar al Estado de Derecho y darle -de forma implícita – la razón a ETA. Tanto lo uno – ponernos de parte de los ángeles – u lo otro -simpatizar con el diablo – son los mimbres que disponemos para argumentar la contienda. Apoyar a las víctimas significa aceptar la Doctrina Parot y saltarse a la torera los artículos 9.3 y 25.3 de la Constitución. En sendos artículos se pone de manifiesto el principio de "irretroactividad de las disposiciones no favorables o restrictivas de derechos individuales" y la garantía de los "derechos fundamentales" para todos los ciudadanos. Por su parte, apoyar al Estado Derecho – la "cruz" del debate – implica ser respetuosos con las decisiones judiciales y acatar la constitucionalidad de nuestras leyes por encima de las sensibilidades sociales. Es precisamente, esta última parte de la frase ("por encima de las sensibilidades sociales"), la que impide a millones de españoles defender con convicción a su Estado de Derecho. 

La Doctrina Parot, como ustedes habrán leído hasta la saciedad, no respetaba el máximo de pena establecido en el antiguo Código Penal. Otro debate será si las penas en España son largas, cortas o medianas o si se debe abrir el melón de la pena capital. Pero, lo cierto y verdad, es que en ese código de 1973 nadie podía estar entre rejas más de treinta años. Los beneficios del reo, por tanto, se debían aplicar por debajo del máximo legal y nunca por debajo del máximo de pena. Así las cosas, nos guste más o nos guste menos, debemos ser conscientes que la Ley, como dijo el Rey, "es igual para todos", tanto para el hijo del barrendero; el yerno de Juan Carlos o el terrorista más indeseado. Es el Principio de Igualdad el que debe primar en un Estado de Derecho para salvar los privilegios existentes en las minorías del pasado. Salir a la calle por el "efecto llamada" implica: criticar los pilares del Estado de Derecho. El mismo Estado que tanto hemos anhelado y ahora cuestionamos.

Partidos atrapa-todo

En los últimos tiempos – en palabras del politólogo – se han producido cambios significativos en los factores explicativos del comportamiento electoral. En días como hoy, los cleavages (fracturas o líneas divisorias) sociales, han ido perdiendo fuelle como variable independiente de los resultados electorales. En la España postfranquista – decía el viejo camarada – había una alta alineación entre: estructuras sociales e identidades políticas. Dicho de otro modo, los sociólogos podíamos prever con gran grado de acierto los resultados de una campaña electoral, con tan solo disponer de la información acerca de las fracturas sociales, de tipo: territorial, religioso, cultural e industrial. El efecto mínimo de los medios; el analfabetismo político de la época y, un sistema con altas dosis de militancia partidista, eran las variables que explicaban la fidelidad de un electorado entregado las siglas de su partido. En la Hispania presente, si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta que: "el cómo vota la gente", ha experimentado cambios importantes como consecuencia de los desafíos de los últimos veinte años. Desafíos en forma de: cambios sociales; aumento de los recursos cognitivos de los votantes y nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC).

Los cambios sociales se han caracterizado por: la secularización, la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo, la inmigración internacional, el envejecimiento global y los nuevos modelos de estructura familiar. El segundo desafío, citado en el párrafo de arriba, hace alusión a los recursos cognitivos de los votantes. En días como hoy, se ha producido un aumento de votantes racionales en detrimento del votante sentimental. Hoy, el cliente (el votante) del mercado electoral ejerce su voto racional o, dicho en la jerga politológica, su “voto económico". "Voto económico" como sinónimo del "voto retrospectivo" o "voto por resultados". Explicado en palabras llanas, el votante de a pie vota, cada vez más, analizando el balance entre lo prometido y lo cumplido por los líderes elegidos. En función de cómo salga el saldo del análisis, el votante actual votará al mismo signo de antes; se abstendrá – o sea se quedará en el sofá de su casa – o castigará con un voto en contrario a los que votó y se equivocó. Finalmente, el auge de las TIC ha cambiado la forma comunicativa de entender la política. Las redes sociales han acortado las distancias y el misticismo que separaban las orillas entre electores y elegidos.

Llegados a este punto vemos claramente como la identidad – las estructuras sociales – ha perdido peso en el comportamiento electoral y lo ha ganado la elección – la oferta política – . Hemos pasado de una explicación sociológica de la política a otra politológica de la misma. Dicho cambio en las ponderaciones de las decisiones electorales, tienen como consecuencia una mayor frecuencia de desalineamientos y realineamientos políticos en las citas sucesivas con las urnas. los votantes racionales – en términos de la calle, los indecisos – son los que, valga la paradoja, deciden los resultados electorales. Por ello, por la afluencia de este nuevo votante – resultado de un aumento de los niveles educativos y sofisticación política – los partidos se han convertido, en palabras de Kirchheimer, en "partidos atrapa-todo", organizaciones políticas con mensajes centristas y ambiguos para evitar el cleavage de clase y, como consecuencia, el distanciamiento del "votante económico". A esta desideologización intencionada, por parte de los partidos, se suma la cartelización de la política, o dicho en términos coloquiales, la utilización maquiavélica de la política para mantenerse en el sillón el máximo tiempo posible. Esta visión interesada de la política desemboca en altas de dosis de malestar social y desafección de los "indecisos" con la "partidocracia" que les gobierna.

Así las cosas, en la España presente existe, como en todas las democracias, un híbrido entre identidad y opción, que determina el comportamiento electoral de los españoles. Tanto en el PSOE como en el PP, partidos mayoritarios, existen bases sociales, es decir, "incondicionales" de partido que por sentimiento y cleavages sociales siempre votarán a su partido. Tales votantes, los fieles, son los que menos preocupan a Rajoy o Rubalcaba. Los que preocupan tanto al líder de la izquierda como al de la derecha son el conjunto de votantes racionales, los del "voto económico", que votan en función de la satisfacción o credenciales futuras del producto electoral. Tales ciudadanos, son los que votan, se abstienen o castigan y, por tanto, provocan los desalineamientos y realineamientos comentados en los párrafos de arriba. En días como hoy, la gestión nefasta de Rajoy hará que el "voto retrospectivo" y el "voto por resultados" jueguen su papel en las próximas generales. Probablemente tales "indecisos" no volverán a votar a Mariano y, por tanto, se abstendrán o le castigarán. Si se abstienen será perjudicial para la izquierda porque solamente con las bases no será suficiente para arrancar a Mariano el cetro de la Moncloa. Si votan en contrario, probablemente no votarán al PSOE porque las heridas de ZP no han sido curadas por Alfredo. Por tanto, se refugiarán en "partidos atrapa-todo".

Sueños repetidos

Durante varios años, Alberto – un arquitecto emigrado de los barrios alicantinos -, tuvo de forma intermitente un sueño repetido. De vez en cuando, le contaba a su mujer que soñaba con una ciudad desprovista de ladrillos. A lo largo de tres años fue escribiendo en folios amarillos, los fragmentos que hallaba en sus vitrinas inconscientes. A cada relato de sus sueños repetidos le solía poner, con el Pilot de la mesita, la fecha y el número de página para conseguir, de algún modo, encontrar el porqué de aquella prosa surrealista. Aquella mañana del quince de septiembre se citó – como todos los jueves – con Catherine, su psicóloga. Por el cristal de la ventana se veía un reloj que colgaba desde los voladizos de Zara. Enfrente del diván, los guppys y los platys corrían como perdices cuando se acercaban los tetras y los barbos. El piano de Cortot envolvía de sosiego las paredes lisas de aquel terapéutico lugar de la Berger de París. "Cuando pulse al Rec – le dijo Catherine a su paciente – comience, por favor, a leer: el relato número diez, de sus sueños repetidos".

Rec: "Son las diez de la mañana. Transito con un traje gris por una calle céntrica de Madrid. Miro al entorno y veo cientos de cubos al estilo del “13, Rue del Percebe". Son edificios desnudos de ladrillos. Edificios que muestran con todo lujo de detalles lo que acontece al otro lado de sus cristales. En la planta tercera de uno de ellos, un señor en pijama de rayas hace aspavientos con las manos ante la mirada cabizbaja de su señora. Más allá, a unos diez o quince metros, en el entresuelo del nº 23; veo como una chica, de unos treinta y pocos, limpia los retretes de un conocido bufete de abogados, los limpia, mientras – al otro lado del cristal- el señor del Lacoste mira con atención la pantalla de un móvil de alta generación. Desde la acera veo todo lo que acontece detrás de los muros de un viejo instituto de Lavapiés. Mientras en unas aulas los alumnos atienden como esfinges a su "don" de la mañana, en otras, sin embargo, – en las aulas hacinadas de la planta primera -, los adolescentes molestan con sus carcajadas a los señores de la jaula, sus profes. En ese momento, son las cinco de la mañana, mi mujer me despierta; Sofía, nuestra niña, acaba de pedir el "bibi". Esta noche soy yo el que está de guardia. Se lo hago y regreso a la cama. Cojo el Pilot de la mesita y escribo este relato, uno más, de mis sueños repetidos".

Recuerdo -le decía Alberto a Catherine – que mi madre siempre hablaba de mi abuelo. En la panadería de la calle San Francisco se reunían todos los miércoles: el tío Paco – mi abuelo -; el marido de María y “el barrigas”, el cuñado del banquero. Hablaban hasta altas horas de madrugada sobre la manera de recuperar los aires republicanos. La palabra Iglesia siempre estuvo prohibida a la hora de la comida. El tío Paco odiaba a los curas y todo lo que oliese a dulces monacales. No soportaba la censura impuesta por el caudillo y, no tenía pelos en la lengua para lanzar todo tipo de palabras malsonantes contra el Nacionalcatolicismo. Un día -cuántas veces me lo contó mi abuela- cuando estaban reunidos los rojos en el horno, los tricornios del régimen tocaron a la puerta: "Buenas noches – dijo un Guardia Civil -. Por favor, puede usted – en referencia a mi abuelo – acompañarnos un momento". A la mañana siguiente, en la cuneta de la carretera antigua de Alicante, a unos tres kilómetros de lo que hoy se conoce como la Explanada, hallaron el cuerpo sin vida de un señor con un orificio de bala en la nuca, era mi abuelo.

Después de la sesión, Catherine solía entregarle a su paciente unos fragmentos filosóficos para leer y comentar en la próxima cita. Decía esta alumna aventajada de La Sorbona que: "los sueños repetidos son el resultado de múltiples corrientes de desafección colectiva que se encuentran atrapadas en el interior del insconsciente. Corrientes atrapadas, en búsqueda constante de una puerta que las libere de la prisión que las reprime. Mientras el despierto no halla la llave -o sea, la razón – que las condena, las metáforas escondidas emergen cada noche en el interior de los barrotes. En la Francia de Hollande y en la España de Rajoy; se viven momentos de indignación y tensión. Momentos propicios para que el ideario colectivo tenga por las noches tales sueños repetidos". La lectura de esta semana versará, estimado Alberto, sobre "corrupción y política". 
Por secreto profesional, Catherine callaba como una tumba cuando escuchaba en solitario los relatos provenientes de decenas de pacientes. En todos ellos había una constante que se repetía a lo largo y ancho de sus renglones. Era la ciudad desnuda, la misma que con tanta precisión describió Alberto, la que impregnaba los folios amarillos de estas mentes desconocidas. Mentes, por cierto,  surgidas de la urbanidad y víctimas del diván.

Sobre calidad y democracia

Decía Martin Lipset, profesor de la Universidad George Mason, que existía una alta correlación entre crecimiento económico y democracia. Después de analizar varios países llegó a la conclusión que factores como: la riqueza media, el grado de industrialización, el nivel de urbanización y la instrucción de una nación son más altos en los países democráticos. Dicho de otra manera, a menos modernización menor es "el porcentaje" de democratización. Su explicación era la siguiente: el capitalismo, decía a sus alumnos, crea las condiciones para la aparición de la democracia. Gracias al crecimiento económico aparecen, tarde o temprano, grupos sociales – la burguesía y la clase obrera – que compiten con la clase propietaria tradicional – o sea los terratenientes – por el acceso al poder político. Este rifirrafe por el cetro ocasiona un doble proceso en los marcos sociales. Por un lado, como hemos visto, se produce una competición entre élites y, por otro, una amplitud de los derechos políticos hasta la universalización de los mismos. Dicho proceso democratizador varía en cada época y país concreto. Por ello, cuando hablamos de democracia debemos hablar en términos relativos: democracia española, americana, etc.

Según este sociólogo y político americano, el proceso democrático transcurre en una gradación que va de menos a más inclusión social. Dicho de otro modo, los derechos políticos – tanto activos como pasivos – han ido ampliando su ámbito de aplicación hasta la generalización. A día de hoy, si miramos con atención a las democracias de nuestro alrededor nos daremos cuenta que el derecho al voto no está sometido a los condicionantes de propiedad y sexo de antaño. La universalización del derecho al voto ha sido unos de los principales retos conseguidos por los movimientos sufragistas. Reto que ha servido a los sociólogos del XX para afirmar la falacia: "calidad democrática igual a sufragio universal". Es precisamente esta correlación errónea entre democracia e inclusión social la que invita a la crítica a cuestionar los planteamientos de Lipset con los contraejemplos de la evidencia empírica. En días como hoy, o dicho en otros términos, en tiempos caracterizados por brotes frustrados de democracias fallidas -me refiero a la "Primavera Árabe", claro está – debemos de preguntarnos si realmente el derecho al voto y el crecimiento económico determinan, de alguna manera, el éxito democrático. Para no ir más lejos en esta reflexión debemos poner sobre la mesa del debate el contraejemplo de los "tigres asiáticos" y las pseudo democracias latinoamericanas.

En el primer ejemplo, tenemos la evidencia contrastada de países como China – de régimen comunista – que han experimentado grandes crecimientos en los últimos años y, sin embargo, para disgusto de Lipset no han desarrollado los mimbres de una democracia. Al otro lado del charco tenemos claros ejemplos de países – tales como Brasil, Venezuela y Chile – que han tenido grandes avances económicos a costa de pseudo democracias. Pseudo democracias, digo bien, porque a pesar de sus altas dosis de sufragio universal siguen teniendo un tejido institucional muy alejado del ideal. Mucha inseguridad ciudadana, populismo, censura mediática y corruptelas políticas son, entre otros, los rasgos distintivos de tales democracias. Democracias de calidad, como diría Lipset, si las medimos con los raseros de la inclusión y participación política. En el Norte, en EEUU, se dispone de un sistema democrático "avanzado" y, sin embargo, su índice de participación activa y pasiva por parte de los ciudadanos en la política, sigue siendo de las más bajas del mundo.

En la Hispania de Rajoy, siguiendo el razonamiento de Martin, estaríamos sufriendo un proceso de involución democrática. Un proceso de involución, he dicho bien, si tomamos como referencia la correlación: "crecimiento económico igual a democracia". Con esta Teoría de la Modernización sobre los ojos de la crítica podríamos afirmar que, invirtiendo el razonamiento, tendríamos el resultado: "a menos crecimiento, menos democracia". Si por "calidad democrática" entendemos lo mismo que entendió Lipset: participación electoral, tendríamos que esperar dentro de dos años para poder decir si tenemos más o menos calidad democrática en función del porcentaje de participación electoral arrojado en la próximas Generales. Probablemente, como pronostican las encuestas, la participación bajará considerablemente. Por tanto, es probable, queridos amigos, que hayamos perdido pedigrí electoral.
Si por calidad democrática entendemos: bajos índices de corrupción política, funcionamiento transparente de las instituciones y satisfacción ciudadana con sus elegidos, podríamos decir con mayúsculas que hemos perdido calidad democrática. La hemos perdido porque en los tiempos de Rajoy: hay corrupción, existe un funcionamiento oscuro de las instituciones (duplicidades administrativas, justicia lenta y colapsada, aulas masificadas…) y, sobre todo, un descontento generalizado con los elegidos. Descontento en forma de indignación ciudadana por el hachazo liberal al Estado del Bienestar. Llegados a este punto podemos concluir que cada día estamos más cerca de las pseudo democracias sudamericanas y, al mismo tiempo, más cerca de Estados Unidos en cuanto a la probable baja participación electoral. Si a estas variables le sumamos nuestra incapacidad para mover la máquina del dinero y comenzar la senda del crecimiento económico, es más que probable que dentro de unas décadas seamos la nueva África de Europa. Un país empobrecido y con graves problemas para recuperar su higiene democrática. Atentos.

Cuerpos desnudos

Si los vestidos fuéramos los raros en la jungla de los desnudos, quizás los cuerpos de Femen no hubieran sido noticia en las cloacas mediáticas. Es precisamente este contraste entre tetas y corbatas, el que envuelve de retórica al debate del aborto. Si todos anduviéramos desnudos por las aceras mundanas – decía la romántica en las calles de Granada – la desigualdad pasaría desapercibida ante los ojos de la Crítica. Sin ropa, la urbanidad se convertiría en una playa crónica de seres vulnerables ante las inclemencias del clima. Es el vestido – decía el vagabundo – el que nos diferencia a los unos de los otros en las alfombras urbanas. A través del atuendo expresamos nuestra necesidad de ser etiquetados por los juicios sociales. Sin vestido, en palabras del desnudo, las sociedades perderían el papel que las envuelve en sus pergaminos civiles. Hoy, más que ayer, los cuellos blancos del capital se han convertido en las capas nobles del pasado. Las mismas capas que Esquilache suprimió, son las que hoy -varios siglos después- siguen perennes en las frustraciones del burgués.

La ciudad se ha convertido – cuánta razón tenía el incomprendido de Segovia – en el factor determinante de los colores elegidos. En función del rincón que adornemos con nuestros cuerpos vestidos, seremos señalados – verdad de las grandes – como burgueses encorbatados o plebeyos descamisados. Mientras en la cola del INEM se distinguen los vaqueros desgastados y las oportunidades del Primark, en la acera de enfrente, almuerzan, ante la Tercera de ABC, los señores bien vestidos del Banco Sabadell. A pocos metros del bar de José, las chilabas de la Mezquita se entremezclan con los Levis de María y el uniforme de Inés, a la salida de Mercadona. Los tacones lejanos a las afueras del Retiro, suenan como martillazos continuos en los oídos de Andrés, el mendigo de Lavapiés.

Mientras tanto, el verde oliva de los tricornios del ayer y, el azul marino de los tiempos adolfinos, ponen el broche de color a un mosaico civil, pintado con las brochas del entramado. ¿Dónde está el blanco en el lienzo de lo urbano?, en tu mente -respondió el camaleón- ante la amenaza del león.
La desnudez se ha convertido en la pancarta del presente para despertar de su letargo al cuerpo moribundo de las élites alienadas. Los cuerpos sin ropa, sirven al conservadurismo de Rajoy para mirar con las gafas de la censura: el atrevimiento de algunas por deshacerse de sus ropas ante los ojos de la Tribuna. El ejemplo de Femen debe servir a la crítica para extrapolar sus formas hacia otros recovecos de indignación popular ajenos al aborto. Solamente así, liberándonos de la ropa, conseguiremos que las palabras del descontento civil sean fortalecidas por la desnudez de los torsos. Romper de, una vez por todas, el veneno franquista acerca del cuerpo y el pecado, se convierte, en los tiempos presentes, en una necesidad para que el mensaje penetre en las conciencias atrofiadas. A pesar de la crítica vertida por algunas voces azules – "el acto de Femen es la viva imagen del oportunismo sexista de algunas para reivindicar desde las bocas feministas el ¡Aborto Sagrado!"-, sin torso desnudo en la balaustrada del Congreso, hoy – probablemente – sería otro gallo el que cantase en las cabeceras de siempre.

Un paisaje sin ropa, o dicho en otros términos, una urbanidad desnuda, serviría para destruir el mensaje fundamentalista de algunas religiones. Sin ropa, sin el cuerpo tapado, muchas mujeres saldrían liberadas de la prisión de sus telas. Es la ropa – querido Ambrosio – la que nos sitúa en la jungla como gatos o ratones. Sin atuendo, todos seríamos iguales ante los ríos de Manrique. No habría faldas ni pantalanes sino cuerpos y razones, envueltos de pieles blancas y oscuras, interactuando como iguales en las batallas campales. Con ropa, existirán – para desgracia de muchos – señores encorbatados de la Hispania fascistoide que califican de obsceno: el torso desnudo de las activistas de Femen.

Palabras huecas

La credibilidad y la política, en palabras de Jacinta, dependen de la coherencia establecida entre hechos y palabras. Sin dicha correspondencia, el mensaje de las élites se convierte en retórica barata para el ideario colectivo. El buen orador, cuánta razón tenía el sociólogo de Chicago, es aquel que escribe los discursos con las fuentes en la mano. La ilustración del mensaje es la condición necesaria para otorgar veracidad a las palabras del elegido. Sin datos estadísticos, citas bibliográficas y referencias legales; las palabras de la tribuna pierden la razón para persuadir y modificar las conductas ciudadanas. En días como hoy, la "clase política" de este país ha convertido la oratoria del ayer en un instrumento de verborrea infantil al servicio del clientelismo mediático de algunos. Un instrumento orquestado por intereses partidistas con el objeto de ganar tiempo en los sillones de La Moncloa.

Las palabras de Montoro – "los salarios están creciendo moderadamente en el 2013" – ilustran, con creces, la crítica que denunciamos en el párrafo de arriba. Es precisamente, esta falta de rigor y profesionalidad por parte del ministro, la que sitúa su discurso a la altura del betún en los pupitres de Sócrates. Lo sitúa a la altura del betún, como diría el escudero del Quijote, porque con la EPA en una mano y, en la otra, la Contabilidad Nacional, las palabras de Cristóbal están desprovistas de empírica que las proteja. Según la última tabla del INE: la caída del coste salarial es del 0.6% en el último trimestre del año. Según Eurostat, los costes laborales han aumentando en toda Europa, excepto en España y, finalmente, como último contraejemplo a la torpeza de Montoro: la Contabilidad Nacional registra una caída de la remuneración salarial en un 5%. Así las cosas, no es extraño que el próximo barómetro del CIS destaque, para asombro de algunos, el malestar de la Sociedad Civil con “la falta de credibilidad" de la élite ministerial.

A punto de rozar el ecuador de la legislatura, el inquilino de la Moncloa comienza a mostrar los mismos espejismos que padeció Zapatero en los últimos meses de su mandato. La quijotización de Rajoy, aludida en más de una ocasión en los renglones de la Crítica, pone en evidencia la desesperación de la derecha por hallar brotes verdes en los suelos agrietados. Brotes verdes, decía, en forma de datos irrisorios como los famosos "31 desempleados menos registrados en agosto" en contraste con los 25.572 parados más, arrojados por el antiguo INEM, en la remesa de septiembre. Brotes verdes, decía, en forma de contradicción entre las "fantasías" de Mariano y la "prudencia" de Lagarde. Mientras el líder de la Derecha augura un crecimiento del 0.7% para el 2014, el FMI, por su parte, lo estima en un 0.2%. Mientras Rajoy pronostica una Tasa de Paro del 25.9% para el próximo año, el organismo de Chistine lo estipula en un 26.7%. Son precisamente estas desviaciones entre las voces internacionales y los ecos nacionales, los que sitúan a la Hispania de Rajoy en una posición de desconfianza e indignación ante las señales de las élites.

El mito de los partidos, en palabras del leopardo, se erosiona, día tras día, por el goteo constante de corruptelas y zancadillas sobre el techo de sus siglas. Tanto el PP como el PSOE – tanto monta, monta tanto – están sacudidos por la mancha de la corrupción y las pugnas por el cetro. Sendos elementos – corrupción y zancadillas –   han roto la cohesión necesaria para salvaguardar la cultura de partido. La falta de liderazgo en ambas orillas ideológicas y los problemas internos – Caso Bárcenas y  EREs andaluces – siembra de espinas la llamas de la participación en las próximas generales. A día de hoy, cuánta razón tenía Gregorio, se ha roto el respeto por los organigramas de partido. Si en el PP era y, es, Esperanza Aguirre la que metía y, mete, “sus narices" en la agenda de Rajoy, ahora es Susana Díaz – la Esperanza del PSOE – la que mete las suyas en la agenda de Rubalcaba. Las mete, decía, por su reciente encuentro con Rajoy para hablar, largo y tendido, sobre un "Plan Nacional de Choque contra la Corrupción". Encuentro producido, justo en el momento en que su jefe de partido – Alfredo – tiene cortadas, desde el verano, las comunicaciones con don Mariano. Las tiene, decía,  por la supuesta connivencia de éste con Alberto Bárcenas, el preso del PP.

  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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