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Reinventar la docencia

Escucho voces que muestran su preocupación por la decadencia de la docencia. Hoy en día, el profesorado ya no es ese señor o señora que los alumnos trataban de "don" o "doña". Ahora existe un cierto escepticismo hacia el discurso del docente. Un escepticismo, como les digo, que cursa a modo de críticas y, en ocasiones, faltas de respeto. Existe una crisis de su función en una sociedad inundada de información. Esta crisis también tiene sus réplicas en la profesión del médico y de cualquiera que ostente el título de "experto". Estamos, por tanto, ante el crepúsculo de lo reglado. Cualquiera tiene acceso a cientos de fuentes informales, que divulgan parcelas del conocimiento. Manolo, por ejemplo, se autodiagnóstica su afección. Y lo hace porque ha consultado la primera página que le muestra Internet. Andrés, sin ir más lejos, ha decidido seguir la dieta de un famoso influencer. Y así, suma y sigue, hasta llegar a un establishment de lo autodidacta. Muere el aprendiz y resurge el rebaño de "los maestros".

La debacle del docente es el efecto de los efectos, y valga la redundancia, de Internet, la Inteligencia Artificial y la presencia – cada vez más – de todólogos. La búsqueda de información, a golpe de click, tira por la borda el mensaje de Aurelio, el profesor de Geografía. Y la tira porque sus alumnos tienen un plan B, que los sitúa en una zona de confort. La falta de atención en clase se suple mediante el consumo, a posteri, de tutoriales y consultas a la IA. Esta válvula de escape genera efectos colaterales. El alumno, sin darse cuenta, desarrolla un espíritu crítico paralelo. Independientemente de la calidad de sus fuentes, Jacinto observa puntos divergentes con el discurso oficial de su profesor. Hasta tal punto que su percepción abre la senda de cierto escepticismo hacia las fuentes oficiales. A ello, debemos añadir la proliferación de "todólogos", personas que opinan de todo, de forma "técnica", de un día para otro. Igual hablan de fútbol que de precipitaciones o volcanes. Y lo hacen con buena dicción y verborrea. Tanta que, en ocasiones, parecen doctores en la materia. La apariencia ha eclipsado la esencia. En muchas ocasiones, consumimos información sin rascar en las palabras.

Llegados a este punto, ¿qué deben – debemos – hacer los profesores? El docente debería adaptar su función a los nuevos tiempos. Y los nuevos tiempos vienen marcados por la IA, las grandes plataformas y las redes sociales. Los adolescentes son los propios directores de su programación. Y ellos deciden qué ver y a qué hora lo realizan. El "corsé" de los noventa ha cambiado. Ahora, los jóvenes reclaman libertad y son dueños, y señores, de su propia agenda. Los profesores desde las aulas no consiguen, en su mayoría, conectar con un auditorio que los desacredita cada día. Ante esta situación, deben cambiar las tornas y convertirse en líderes para sus alumnos. De ahí que su conocimiento, que está avalado por sus títulos, sea transmitido – de forma complementaria – por los nuevos "inventos tecnológicos". De esa manera se conseguiría que los expertos ganasen la batalla a los "pseudoexpertos". Se conseguiría que el alumnado vislumbrara en su maestro un ejemplo a seguir. Un ejemplo como los jóvenes avistaron en la figura de Sócrates.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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