El otro día, un periodista, afincado en Washington, me pidió colaboración para una pieza sobre Trump. Quería saber cómo vemos, en Europa, la llegada de Trump a La Casablanca. Trump, le escribí, es un político indefinible. Detrás de su personaje se esconde el paradigma de los gobernantes republicanos. Su política proteccionista no es otra que un mecanismo de defensa ante el auge chino y europeo en los intramuros americanos. Así, ante esa percepción de fragilidad en comercio internacional, Donald Trump opta por un regreso al proteccionismo. Un proteccionismo que choca con la globalización. En un mundo súper conectado, la protección de lo interno tiene un doble efecto. Por un lado, existe un perjuicio para el tejido consumista, que observa como se restringe, o encarece, la oferta de productos. Y por otro, beneficia al "made in América" frente al "made in China". Esta medida, claro está, provoca una respuesta internacional. De tal modo que se activa, de alguna manera, la tercer ley de Newton. Aquella de "acción – reacción".
Este neoproteccionismo, en el seno de un liberalismo avanzado, implica que otros países hagan lo mismo contra la producción de Estados Unidos. De tal manera que existirán "aranceles de despecho", que supondrán un encarecimiento de cientos de artículos provenientes del otro lado del charco. Este clima de toxicidad económica – perpetrado por Trump – aumenta su veneno en lo militar. El supuesto "acuerdo de paz en Ucrania", o dicho de otro modo, el reparto de las tierras de Zelenski entre Putin y Trump supone una humillación para Europa. Tras tres años aguantando los caballos, Trump promete la paz en un "plis plas". Estamos ante una presunta colonización a cambio de seguridad. Una estrategia que se desarrolla en Ucrania pero cuya finalidad es debilitar al gigante chino. Tanto el proteccionismo como la intervención en Ucrania invitan al mismo objetivo. Una unión entre Estados Unidos y Rusia recrea, de alguna manera, las dos súper potencias de antaño. Dos grandes que se juntan para combatir, en lo económico, a un colosal cuya arma arrojadiza no es otra que el "low cost". Así las cosas, Europa queda reemplazada al Segundo Mundo.
Ante esta maniobra. Ante esta posible y doble alianza entre EEUU y Rusia, Europa debe – hoy más que nunca – fortalecer el objetivo que la vio nacer. Debe potenciar un mercado común, que prescinda de las economías rusa y americana. Y para ello se debe convertir en la "amiga de China". China, hoy más que nunca, necesita a Europa. Y la necesita sin los aranceles americanos y sin guiños a Putín. Sólo aquí, en Europa, China puede sobrevivir ante las dos súper potencias que se avecinan. Pero esta necesidad europea debería ser compensada. Si Europa no recibe nada a cambio, China terminará por hundir nuestras economías. Su producción low cost no tiene rival. Y no la tiene porque existe una desigualdad en el tablero de juego. Existen jugadores que juegan con ventaja. Unos se rigen por unas reglas y otros, por otras. De ahí que, Europa tiene la llave del gigante. Sin Europa, China está entre la espada y la pared. De ahí que el "sentido común" pasa por estrechar los márgenes de precios entre sus productos y los nuestros. Si no lo hace, si sigue ahogando a Europa, desde su ventaja competitiva, el tablero internacional cambiará. Y cuando cambie, estaremos a las puertas de la III Guerra Mundial.