Sinceramente, y lo decía esta mañana en "X", las imágenes impactantes de la DANA hieren sensibilidades y ensalzan un modelo de periodismo, que se aleja de su principal objetivo. La supremacía de la información, en detrimento de la emoción, debería ser lo correcto. Lo correcto para que las vísceras no nos arrastren hacia la locura y mantengamos la cordura. Una cordura necesaria para evitar el odio. Odio, y demasiado, es el que asistimos en las redes sociales. La turbia gestión de la crisis saca los colores al Estado de las Autonomías. Una vez, y ya van dos desde la Covid-19, los representantes se pasan "la patata caliente" bajo el escudo de nuestra complejidad territorial. Unos por otros – tanto monta, monta tanto – la eficiencia ha brillado por su ausencia. Estamos, en estos momentos, inmersos en una niebla de sospecha. Una niebla, que no tendría graves consecuencias, sino fuera por más de un centenar de fallecidos y casi dos millares de desaparecidos. De ahí que los pueblos afectados expulsen su frustración con violencia contra los supuestos responsables.
Las imágenes de los reyes, Sánchez y Mazón insultados, por las calles de Paiporta, ponen en evidencia la mala salud, que gozan nuestras instituciones. Lo más sensato, por parte de sendos dirigentes – me refiero a Carlos y Pedro – hubiese sido la apelación a la corresponsabilidad. "Señores, señoras, lo hemos hecho mal. Asumimos nuestra parte de culpabilidad y, si es necesario, dimitimos". Esta comunicación política – enmarcada en la asertividad – hubiese apaciguado el dolor de miles de familias rotas. Familias deshechas de dolor, y en estado de shock emocional, por lo ocurrido. Este dolor, e impotencia, busca explicaciones. Y en esa búsqueda es donde entran en juego los costes y oportunidades políticos. Es donde aparecen los que acusan al cambio climático y los negacioncitas. Los que arrojan su dinamita contra el mercado y los que culpan al Estado. Los que apelan a la responsabilidad individual y los que aluden a la colectiva. La cuestión es que 400 l/m2 son devastadores. No sé – porque no soy meteorólogo – si son predecibles con previsión. Pero lo que está claro es que la magnitud de esta catástrofe, casi no cuenta con precedentes.
Ahora, el daño está causado. Ya sea por un fallo en la coordinación entre Gobierno central y periférico. Ya sea por un supuesto fallo de los expertos. O ya sea por la fatalidad de una nube de causas. En este instante, lo que se debe abordar – con urgencia – es que todo vuelva a la "normalidad". A una normalidad que nunca será como la de ayer. Y no lo será porque el dolor necesita su duelo. Y porque hay cicatrices que tardan décadas en cerrarse. Y otras que nunca terminan de curarse. Por ello, toca resarcir los daños materiales. Y para ello se necesita la supremacía del interés general en detrimento del particular. Se debe activar la coordinación inter territorial y tomar conciencia de país. El Estado de las Autonomías necesita un Reglamento, que permita su excepción en casos de catástrofes. En casos de terremotos, maremotos, pandemias y precipitaciones es cuando se debe poner en práctica el unionismo territorial. Ahora, en medio de la tragedia, no es el momento de fotos ni séquitos políticos paseando por las calles. Por calles repletas de barros y huellas de dolor. Calles inundadas de indignación, que lo único que claman no es otra cosa que fuerza, ayuda y reconstrucción.
Eleuteri Jesús Macía
/ 5 noviembre, 2024Ojalá fuera así ese tipo d protocolo d catástrofes, pero hay nacionalismo y ególatras, xq si ves la ciudadanía d todos los territorios están con las víctimas y lo q no funciona es la coordinación segura y eficaz porque la ayuda d voluntarios está bien, pero se necesita maquinaria y estrategia para actuar, a mí me ha afectado mucho