Decía Kant que la razón sería el instrumento que nos conduciría hasta la paz. Immanuel hablaba de la "paz perpetua" o de un estadio histórico sin conflictividad. Hoy, doscientos años después, nos damos cuenta que estaba equivocado. El Estado de Derecho ha sido condición necesaria pero insuficiente para acariciar los pronósticos de Kant. A pesar del contrato social de Rousseau, siembre habrán gallinas negras en el corral. Esa conflictividad residual, que existe en cualquier sociedad, ha encontrado su institucionalidad en las redes sociales. En "X", por ejemplo, existe – según explican algunos todólogos – mucha toxicidad. Tanta que, la semana pasada, hubo un éxodo de cuentas consolidadas. Cuentas como La Vanguardia o The Guardian, entre otras, han decidido no seguir en la plataforma de Elon Musk. Según sus explicaciones, "X" es diferente. Existe, como les digo, mucho odio. Tanto que la tensión supera, en muchas ocasiones, a la calma.
Tras esta huida, he recibido varios correos electrónicos de lectores y lectoras. Todos, os habéis interesado sobre mi intención. Y a todos y todas os he contestado que, de momento, sigo en "X". Y sigo a pesar de la poca relevancia que tiene mi cuenta. Poca relevancia porque hablo con respeto, neutralidad y tolerancia acerca de la ideología y creencias del otro. Así las cosas, el algoritmo se muestra escéptico conmigo. Mis tuits casi no tienen repercusión porque el "mecanicismo de X" no mueve sus turbinas a su paso por mi cuenta. Esta situación, nos muestra una situación que necesita, a gritos, un contrato digital. Hace fata que, dentro de "X", exista una regulación. Esta regulación tiene, como todo en la vida, sus detractores. Entre sus argumentos esgrimen el "recorte de libertades" que supondría una censura o filtro en cada tuit. Aún así, sería necesario – repito – una organización como si de un Estado digital se tratase. Se debería ejercer una "democracia digital". Una democracia, como les digo, donde los usuarios – de forma libre y secreta – votasen por las propuestas de sus posibles representantes.
Una vez elegidos, los representantes de "X" elaborarían un código de buenas prácticas. Ese código basado en una ética constructiva pondría en valor la calificación del objeto por encima de la descalificación del sujeto. Prohibiría a aquellas cuentas que tuvieran – en el último mes – un número mínimo palabras malsonantes. La censura podría consistir – entre otras medias – en suspensión de cuentas durante un tiempo determinado. El "gobierno de X" investigaría- durante la duración de su mandato – la presencia de trolls, suplantaciones de identidad y otras prácticas similares. El mismo equipo de Gobierno, de ese "Estado digital" llamado "X", devolvería los criterios de verificación de Twitter. Volveríamos ante una verificación azul basada en la relevancia de la cuenta. Con estas medidas, y otras, dignificaríamos la calidad de la red social del "pajarito". Pasaríamos de una red social "tóxica" a otra sana. Una red sana basada en aquel diálogo, que defendía Habermas. Un diálogo donde la máxima moral saldría de un consenso ético entre todos los integrantes. Las redes sociales juegan un papel importante en la sociedad de nuestro tiempo. Lo mismo que jugó aquel "buen salvaje" de Rousseau que firmó el contrato social para evitar la maldad.
Juan Antonio Luque
/ 1 diciembre, 2024En esta época de la mentira y el todo vale, los que utilizan esta aplicación con el fin de trepar hasta los sillones del poder no les interesa que se respete a los demás. No les interesa que se hable con respeto y menos que se sepa la verdad. Es lo que tiene haber aborregado al pueblo robándoles la capacidad de pensar con criterio y minarles la capacidad de crítica.