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La neofelicidad

La niebla eclipsaba el rótulo de El Capri. Era una niebla espesa. Espesa como la que aparece en la novela de Stephen King. Y espesa como las cataratas del Niágara. Esa noche, salí de casa. Era un sábado a deshora. La escarcha envolvía las ventanas de los coches. De coches con cenicero, radiocasete y ventanillas manuales. En aquellos años, yo era alguien muy distinto al que soy ahora. Fracasado en los estudios y sin ningún gato que me maullara, leía a escondidas libros de filosofía. Me llamaba la atención el tiempo y el sentido de la vida. Percibía la vida como una gran montaña. Una montaña de caminos pedregosos, serpientes y escorpiones. Tenía miedo a los avatares de la aventura. Y ese miedo encontraba sosiego en pensadores como Sartre. En El Capri, sentado en el taburete, pasaban – como ovejas – las horas de mi vida. De una vida desordenada como las piezas de un puzzle, cuando se saca de la caja.

Aquella noche, conocí a Rodrigo, un señor culto y sabio de la vida. Entre gintonic y gintonic, hablamos de la felicidad. Me dijo que hiciéramos un diálogo socrático. Me explicó en qué consistía. Y así comenzamos, reconociendo nuestra ignorancia, hasta llegar a una definición universal de la felicidad. ¿Serías feliz – me preguntó – si te tocara la lotería? No, los ricos también lloran. Hay ricos que conducen coches caros y, sin embargo, son pobres en conocimiento. Y ricos que son pobres porque les cuesta distinguir entre intereses particulares y amistades verdaderas. Y, si fueras una persona con dos carreras universitarias y sin trabajo, ¿serías feliz? No, le contesté. No, porque no podría cubrir bien mis necesidades. No podría comprar una casa y, ni siquiera, un coche que me desplazara de un sitio a otro. Lo pasaría mal y, por tanto, tampoco sería feliz. ¿Y si miraras atrás y vieses que tus sueños se han cumplido? Ahí sería feliz. Tendría confort espiritual ante lo conseguido. Estaría orgulloso por haber construido mi destino.

Parece que la felicidad tiene que ver con sueños y realidades. Parece que cumplir con lo propuesto reconforta el espíritu y otorga un placer superior al dinero. Gregorio, como si de Sócrates se tratara, prosiguió con el diálogo. Y si reinterpretaras tu pasado: ¿serías feliz? Por unos minutos, quedé en blanco. Ahora mi cuerpo es distinto al que tenía hace treinta años. Ahora veo a ese niño desde el prisma del adulto. Y ahora vislumbro llanuras donde antes había montañas. Luego, la percepción de la realidad entra en juego en la felicidad. Sería correcto, reinterpretar mi pasado. Y si lo hago desde vertientes más positivas y relativas, la tragedia mutaría hacia aspectos de comedia. La realidad es dulce o amarga en función del ojo con que se mira. De ahí que la actitud ante la vida es crucial para la felicidad. El relato ante los hechos determina nuestro bienestar interior. Aquella noche, el diálogo sirvió para llegar a descubrir los mimbres de la felicidad. La felicidad es un estado de confort, que encontramos cuando conseguimos nuestros retos y reescribimos la crónica de nuestro pasado. Con el pasado reescrito y la tenacidad ante los retos, sólo queda clamar por la salud. Sin salud, el cuerpo se convierte en ese coche averiado, que aguarda en el taller para ser reparado.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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