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De sueños y vagones

Hace un mes, asistí al Senado como finalista de los Premios de Internet 2024. Durante el viaje – en un tren de alta velocidad – terminé de leer Mortal y rosa de Francisco Umbral. Libro dedicado a su hijo Pincho, que murió de leucemia con tan solo 6 años. La carga testimonial de la obra se entremezcla con el uso desgarrado de versos llenos de dinamita. Por la ventana del vagón, asomaban las tierras de Castilla-La Mancha. Tierras por donde don Quijote cabalgaba a lomos de Rocinante. Los molinos, me traían a la mente, los viajes de mi infancia. Todos los años, por el mes de septiembre, mis padres viajaban a la feria del deporte, que se celebraba en la Casa de Campo de Madrid. Durante el viaje, escuchábamos canciones de los años sesenta. Años donde mis padres eran jóvenes. Los Brincos, los Pekenikes, los Bravos y los Relámpagos, entre otros, sonaban en el Sony, que llevaba de serie el Seat Málaga. Era el modelo GLD, gris oscuro y asientos de marfil. Un coche como los que regalaban en el 1, 2,3.

Tras llegar a Chamartín, cogimos – mi mujer y yo – un taxi, que nos llevara al acto. Durante el trayecto, hablé largo y tendido con el conductor. De Perú, y con pocos meses en España, hablamos de alquileres, de clima y del contraste de vida entre allí y aquí. Le dije que tenía un blog, que se llamaba El Rincón de la Crítica. Y le conté el motivo del viaje a Madrid. Mientras hablaba, las grandes avenidas, me traían a la mente la tranquilidad de mi pueblo. La vida en la capital – le dije al taxista – es muy estresante. Estresante por el sonido de las sirenas, la velocidad de los coches y el caminar rápido de cientos de desconocidos por las tripas de la Gran Vía. Hay tanto ruido en el paisaje, que no se oye el sonido de los pájaros. Ni siquiera, las ramas de los árboles tras las ráfagas de viento, ni el canto de los gallos a las seis de la mañana. Hay tanto ruido, que nada es claro y distinto sino turbio y ambiguo. Por la mente, me pasaba el estribillo de la Oda a la vida retirada de Fray Luis de León. Apreciaba, la vida alejada del mundanal ruido. Del ruido de las envidias, de los celos y el critiqueo en el seno de esos edificios repletos de oficinas.

Me despedí del taxista con un fuerte apretón de manos. Antes de que comenzara el evento, mi mujer y yo paseamos por las afueras de la Almudena. A las doce, entramos al Senado. Entramos a un edificio emblemático por la importancia de su significado. Y allí, como si de senadores se tratara, esperamos con entusiasmo el momento de la nominación. En la espera, recordé los primeros meses cuando comencé con el blog. Meses donde nadie leía mis escritos. Meses donde escribir se convertía en una voz en medio del desierto. Nadie daba un duro por un bloguero de provincias que soñaba con la luna. Tras trece años, ahora miro por el retrovisor de los tiempos. Miro y veo como aquellas semillas no eran tan salvajes como parecía. Ahora los frutos se los debo a los lectores. Sin ellos, este proyecto sería un barco a la deriva. Aunque no conseguí el premio, siento el orgullo de haber llegado hasta el Senado. Orgullo de que este humilde blog apareciese en la pantalla grande entre los tres finalistas.

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2 COMENTARIOS

  1. Ramón

     /  25 junio, 2024

    Reconocimiento más que merecido.

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  2. El Decano

     /  25 junio, 2024

    Son ya muchos los años que te sigo con el mismo interés que tuve en tu primer artículo. Respetuoso, afinado en la crítica y sugerente. Me has estimulado a releer Platón, Spinoza y otros muchos. Así que muchas gracias por todo y siempre a la espera de nuevas publicaciones.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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