De ruta por Valladolid, camino – junto con la familia – por el paseo de Zorrilla en dirección a la plaza Mayor. El calor seco contrasta con la humedad que desprenden las tripas de Alicante. A mi derecha, el parque Campo Grande, un espacio verde que insufla una bocanada de aire fresco a la selva de lo urbano. La gente camina despacio en comparación con los pasos de gigante que deambulan por Madrid. Los comercios y la hostelería abundan en Valladolid. Nos sorprende la presencia de quioscos de prensa. Quioscos que han desaparecido en las calles de Alicante. Y quioscos que nos recuerdan al que existía en el casco antiguo de nuestro pueblo. En los quioscos, cuelga un toldo rojo con "El Norte de Castilla", un periódico centenario que resiste a la crisis del papel. Leo en sus páginas que unos famosos han comprado el Castillo de Pedraza. Los castillos son mi pasión. Tanta pasión siento por ellos que, desde hace años, visito los castillos más emblemáticos de España.
Desde Valladolid, visitamos el castillo de la Mota en Medina del Campo. Construido con ladrillo rojizo, la fortaleza se convirtió en prisión. El duque Fernando de Calabria, César Borgia o el conde Aranda, entre otros, estuvieron presos allí. De ruta por los monumentos de Castilla, hacemos parada en el Real Monasterio de Santa Clara. Un palacio – del siglo XIV – construido por Alfonso XI y después reconvertido a monasterio por Pedro I. El olor a piedra y los motivos mudéjares, nos trasladan a los tiempos olvidados. Desde su interior abandera el silencio que caracteriza a la vida de clausura. En las paredes cuelgan pinturas anónimas. Pinturas de temática religiosa, que decoran las distintas dependencias. Los baños sorprenden al visitante. Se conserva, en el subsuelo, la obra de ingeniería que permitía la disposición del agua caliente. La paz y el sosiego permite distinguir el canto de los pájaros. El sol, nos permite ver el color primitivo que aguardan las piedras de sus muros. Un color insólito que acompañó a Juana "la Loca" durante sus años de cautiverio. Mientras paseamos por sus intramuros, intentamos comprender la vida hace quinientos años. Intentamos vislumbrar cómo vivían en aquellos tiempos. Tiempos de casamientos y relaciones internacionales basadas en nudos de sangre.
De viaje por Castilla y León, paseamos por la plaza Mayor de Salamanca. La magia del recinto, nos recuerda a la plaza Mayor de San Marcos. Echamos en falta palomas volando por su interior y violines sonando a la luz de la luna. Con el GPS en la mano, caminamos hacia la catedral. Una catedral que asoma desde lo lejos cuando llegas a la ciudad. Fascinados por su belleza, buscamos la Casa Museo de Miguel de Unamuno. Gran admirador de su obra, camino por la sombra que desprenden los muros de la Casa de las Conchas. Entre mesas de terraza, encuentro la estatua del que fuera rector de la Universidad de Salamanca. Siento, la verdad sea dicha, indignación por el lugar elegido. La terraza impide una contemplación íntima. Mientras observo su figura, por mi mente suenan con eco las palabras del maestro. Palabras valientes de alguien que vivió con contradicción y determinación. Desde lo lejos, vemos el perfil de un quiosco de prensa. Un quiosco con señores mayores, que hablan con su ejemplar bajo el brazo. En el hotel, vemos las fotos del viaje. Observamos la imagen en la plaza Mayor, el selfie en la puerta de la Catedral y mi rostro junto al busto de Miguel. Sublime.