Aristóteles criticó a su profesor. Decía que no era necesario "ir al más allá" para explicar "el más acá". La realidad reside en el mundo que percibimos por los sentidos. Una realidad – la sustancia – que lleva implícita la esencia. Así, el discípulo de Platón, solucionó el problema del cambio. Parménides no supo explicar el paso del "ser" al "no ser" y viceversa. Sin embargo, Aristóteles explicó que el "ser" lleva – dentro de sí – el "será". La semilla será – o estará en potencia – de ser un árbol. Hoy, el mundo digital invita a los filósofos a que reflexionemos sobre el "nuevo ser". Un "nuevo ser" cuya definición necesita una doble dimensión. Por un lado, habitamos en lo presencial y por otro, en lo digital. Por un lado, somos de carne y hueso y por otro, somos un avatar. Ahora bien, esta "doble cara" está unida por una mente que las une. Tanto el "yo presencial" como el "yo digital" forman parte de un nexo espiritual, que algunos llaman pensamiento.
Ahí, en esa "torre de marfil" es donde reside la lógica del "nuevo ser". Ambos son dos caras de una misma moneda. En el mundo digital – en las diferentes plataformas – Manolo manifiesta una, de las tantas aristas, de su polígono. Ahí es donde muestra su rostro sonriente, sus dientes blancos y el último viaje a París. En su mundo cotidiano, Manolo es ese otro que se levanta a las siete de la mañana, desayuna café y trabaja hasta las tres. En el dualismo digital, el "nuevo ser" sufre una crisis de identidad. La doble realidad se convierte en una lucha de egos. Una lucha entre el "ego real" y el "ideal". El primero se mueve en lo presencial y el segundo en los bucles digitales. El primero obedece a la costumbre del lugar. El segundo al determinado algorítmico. Entre ambos, existe coherencia y contradicción. Manolo puede ser antipático, en lo cotidiano, y simpático en lo virtual. Y esa contradicción explica la esencia de su ser. Una esencia que reside en la mente. Ella es la que determina, en última instancia, si se manifiesta de una forma u otra.
Ante el nuevo ser, cabe que nos preguntemos por "¿quiénes somos?". Ahora la identidad se forma en la doble dimensión. Una identidad que admite ambigüedad y, por tanto, desconocimiento de la verdad por parte de los demás. En esa doble vía – presencia y virtual – muere la autenticidad. Y muere porque la esencia de algo es aquello que lo define como tal. Aquello – como digo – que se necesita para que el ser sea entendido como tal. El "nuevo ser" ha asesinado a su esencia. Ya no sabemos quién es Manolo. No sabemos si la simpatía del avatar es lo que lo define como tal. O, si por el contrario, su esencia es la antipatía que muestra en su mundo presencial. Esta inseguridad, abre la senda hacia el desconocimiento. Y en ese "desconocimiento" aplaudimos, o hacemos clic en el "like". Y lo hacemos sin saber – a ciencia cierta – si en esa manifestación – en forma de texto, foto o reel – reside la verdad. Manolo ya no sabe, a ciencia cierta, quién es. No sabe dónde empieza el relato que recubre su avatar y dónde acaba el que nutre su "yo presencial". Y en esa crisis de identidad – fruto del dualismo digital – fallece la confianza que los otros depositan en los demás. Comienza la tempestad.
radfemfruit
/ 7 febrero, 2025Muy muy bueno, dice mi yo virtual, un Prometeo encadenado a los filtros de todo a 100 gigas.