Thomas Kuhn habló de las Revoluciones Científicas. Según este pensador, la ciencia no avanza de forma gradual sino mediante saltos. Tanto es así que un paradigma posterior puede tirar, por la borda, los postulados de otro anterior. Sucedió con el paradigma copernicano. Tras mil años creyendo que la Tierra era geocéntrica y geoestática, Nicolás demostró que Aristóteles estaba equivocado. Así las cosas, la Tierra – de momento, salvo que llegue otro paradigma – es geodimámica y heliocéntrica. Esta teoría de los saltos también tiene sus ecos en la evolución humana. Para los lamarckistas, darwinistas y mendelistas la hominización fue un proceso gradual y sostenido en el tiempo. No llegamos a hablar de la noche a la mañana, sino que se necesitó un periodo adaptativo. Ahora bien, para los "puntualistas" – con Niles Eldredge y Stephen Jay Gould a la cabeza – la evolución no es gradual sino a saltos. Tras un periodo sin cambios evolutivos, suceden otros con cambios. Dicho de otro modo, es posible que el cuello de las jirafas no se alargara de forma gradual sino en momentos, o puntos de tiempo, determinado.
Este debate entre gradualistas y no gradualistas también lo podemos extrapolar a nuestras vidas. Lo que somos no sería tanto un proceso sostenido sino el resultado de decisiones trascendentes. Decisiones tomadas en momentos cruciales de nuestra vida. Así las cosas, Manolo – por ejemplo – sería lo que es por cuatro o cinco decisiones o acontecimientos claves, que marcaron su sino. Esta reflexión – y así abriré una conferencia que preparo con esmero – reduce nuestras vidas a cuatro o cinco días. Esos días son cruciales para determinar nuestra identidad. Lejos de los postulados de la psicología evolutiva – de las etapas biológicas de cualquier humano – el cambio o, lo que somos, sería el cúmulo de acontecimientos dispersos en el tiempo. Acontecimientos como la finalización de una carrera universitaria, el trabajo que elegimos, la pareja y otras decisiones que configuran nuestra definición. Durante el tiempo que disfrutamos de esas circunstancias no hay cambio en nuestro ser. Trabajamos en lo que trabajamos y vivimos con quien vivimos hasta que un cambio de pareja o trabajo provoca una reorientación de nuestro ser.
Somos, por tanto, un cúmulo de seres. Al final de nuestra vida, cada persona ha conocido uno, o varios, de los seres que han transitado dentro de su trayecto. Y en ese trasiego de seres debemos encontrar mecanismos internos para lidiar con todos ellos. De ahí que en ocasiones, nos moleste hablar del pasado. Y nos molesta porque ese pasado estuvo protagonizado por un "otro" que ya no es pero que formó parte de nosotros. El "yo" no sería otra cosa que una transposición de "otros". Y entre "otro" y "otro" es donde se producirían las revoluciones vitales que acontecen en nuestras vidas. La revolución que supuso de ser hijo a ser padre. La revolución de estudiante a trabajador. La revolución, y disculpen por la redundancia, de trabajador a jubilado. La de sano a enfermo y viceversa. La de joven a viejo. Y tantas que al final la vida es un cúmulo de saltos. Somos saltadores de roles. De roles que transforman nuestro ser. Y de roles que guardan relación con nuestro confort vital. Así las cosas, la vida no es una colección de años, que lo es, sino un catálogo de paradigmas como resultado de varias revoluciones vitales.
Rosa
/ 1 enero, 2025Como siempre, sublime tu artículo Abel. Gracias