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Resignados

Estamos, lo decía en X (el antiguo Twitter), ante una sociedad enferma. Y esta enfermedad no se llama "nihilismo", como la diagnosticó el doctor Nietzsche, sino la "resignación emocional". Hace años, cuando no existía Internet, el mundo social se configuraba como un archipiélago de islas sin apenas puentes que las uniera. Ello provocaba un sentimiento patriótico hacia el barrio, el pueblo o la ciudad. Los acentos eran muy acusados y, en lo material, no existía tanta diversidad. Existían las cuatro marcas de coches, motos y electrodomésticos. Solo, unos pocos, aquellos que viajaban – por cuestiones de trabajo y demás – destacaban por la tenencia de productos exóticos. Hoy, las tornas han cambiado. El archipiélago de islas se ha convertido en una nueva Venecia repleta de puentes. De puentes viga, en arco, colgantes y atirantados. Puentes que conectan las vidas y permiten la comparación constante de las mismas.

Esta comparación insufla sufrimiento. Un sufrimiento que se manifiesta en forma de frustraciones, en ruinas familiares y consumo de libros de autoayuda. El "postureo" es la toxina que atormenta y entristece a quienes no muestran dientes blancos, no viajan lo suficiente o no comen en restaurantes de varios tenedores. Si antes era el coche del vecino, el que tambaleaba nuestros cimientos vitales, ahora es el "vive el momento" o la vida "happy, happy" de Manolo, el vecino de Alejandra. El saldo comparativo suscita sociedades materialistas. Sociedades de lo efímero en detrimento del conocimiento. El credo americano llega a nuestra orilla. Casos como Francisco – el hijo del barrendero – que ahora es don Francisco, conduce coche de alta gama y vive en una suite; se convierten en ejemplos a seguir. El espíritu del "mérito y el esfuerzo" justifican, de algún modo, la desigualdad. Una desigualdad, dirían los liberales, fundamentada en la perseverancia de unos en detrimento de la vaguedad de otros. Así las cosas, la suerte pasa a un segundo plano como ascensor social y argumento de riqueza.

La postmodernidad nos ha vendido que "todo querer es poder". De ahí los eslóganes "si puedes soñarlo, puedes conseguirlo". Dentro de esta frase se mueven cientos de spots publicitarios. Anuncios que ilustran la admiración por los logros materiales del otro. Logros como el de Amancio Ortega, Bill Gates y otros ricos del momento; estimulan la locomotora del emprendimiento. Un emprendimiento que se apoya en casos excepcionales de éxito. La cruda realidad no es otra que la jaula de hierro que diría Weber. A pesar de vivir en una sociedad de clases, existen mecanismos que ubican a los ciudadanos en posiciones difíciles de cambiar. El ochenta por ciento de las ofertas de empleo se cubren por gente conocida. Los contactos, de toda la vida, suponen una barrera de entrada para que el mérito y el esfuerzo cumplan su función. En la mayoría de las ocasiones, a igualdad de méritos, se suele contratar al "hijo de", al "amigo de" o a cualquier persona situada en las redes de amistad. De ahí que muchos jóvenes opten por las oposiciones como ascensor social. Es el Estado, y no el mercado, quien garantiza – en la mayoría de las veces – que el talento ocupe su lugar.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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