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La cuestión cultural

Tal día como hoy, pero hace diez años, asistía a una charla sobre multiculturalidad. El ponente, antropólogo de profesión, defendía que algún día llegaría la alianza de civilizaciones. Fiel seguidor de Fukuyama, estaba convencido de que la ideología neoliberal supondría el final de las ideologías. Mientras escuchaba su discurso, me vino a la mente Husserl y su ideal de cultural. Decía el maestro de la fenomenología que ese ideal no era ni más ni menos que la extrapolación del ideal humano a la cultura. La consecución del ese ideal o, dicho en otros términos, la consecución de una cultura universal chocaba con los cientos de culturas étnicas distribuidas por el mundo. Destruir la relatividad del bien no era tarea fácil. Y no lo era porque ello supondría romper los muros del contexto social donde ese bien se hace comprensible. Unamuno, por su parte, criticó a las corrientes europeístas, de la época, que defendían como ideal de cultural al ideal Europeo. Tanto es así que quisieron implantar ese ideal en la cultura española. Ortega y Gasset, a través de su obra Meditaciones del Quijote, apuesta – en clara oposición con Miguel –  por aquello de europeizar a España aunque, años más tarde, defendiese lo contrario.

Hoy, el problema de la cultura sigue vigente en España. Un problema que mantiene enfrentados a unamuianos y orteguianos. La construcción de un ideal de cultura, válido para todo el territorio, colisiona con las peculiaridades de las Autonomías. Para que ese ideal fuera realidad, debería primar lo esencial – aquello que compartimos todos – sobre lo particular. Esta idea de "universalidad la cultura" como si de una ley científica se tratara necesita de una "comunidad de voluntades". Una comunidad, como les digo, que renunciase a sus particularidades en pro de la voluntad general. Esta apuesta implicaría un replanteo del Estado de las Autonomías. Un Estado que, sin reformar la Constitución, basara su modelo autonómico en una pura, y solamente, descentralización administrativa. Una descentralización burocrática, como les digo, que prescindiese de las diferentes culturas particulares y pusiera el ojo en la "españolización". Este discurso pondría en valor el "ideal de cultura" de los sueños ilustrados. El ideal de la ilustración – la "Paz Perpetua" que diría Kant – fracasó estrepitosamente con la Revolución Francesa, la Gran Guerra y los autoritarismos del siglo XX.

Los partidos nacionalistas representan las distintas culturas particulares. Culturas que llevan implícito sus hechos diferenciales. Hechos como la lengua, el folclore, el simbolismo y las maneras de afrontar la realidad, entre otras, impiden la creación de una cultura auténtica. Y esa autenticidad cultural no es otra que la búsqueda de esencias. Una búsqueda necesaria si queremos vehicular una sociedad de paz y amor. Lo otro, la exaltación de las diferencias, solo nos conduce a un etnocentrismo y sus agravios comparativos. La cultura auténtica no es sinónimo de patriotismo sino de entendimiento. La diversidad cultural necesita un ideal que lime las fricciones. Y ese ideal solo se podría conseguir mediante la razón. La razón es el instrumento, que nos identifica como especie y nos une a través del contrato social. Ese contrato necesita una parte fija y otra flexible. Y en esa flexible es donde residen las cláusulas de lo particular. Dicho contrato queda materializado en nuestra Constitución. Sin embargo, existen brotes negacionistas que quieren invertir el orden del documento. Ahora es cuando la razón debe, mediante la conciliación y el consenso, paralizar el empuje. Si no lo hacemos, el "ideal ilustrado" seguirá afincado en el fracaso.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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