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Las camisas

Tras ver las imágenes, del Dalái Lama y las burlas a la Virgen por parte de un programa de la televisión pública catalana, bajé al Capri. Pedí una caña bien fría e intenté disolver mis penas en la espuma de la cerveza. Allí, solo y sin ningún perro que me ladrara, pasé toda la tarde ensimismado ante la pantalla del móvil. La música de los ochenta envolvía de sosiego al tigre enloquecido. Por mi mente, pasaban recuerdos de aquellos años olvidados. Años donde lo único importante era la camisa que me iba a poner los sábados por la noche. De entre todas las camisas, la preferida era una de cuadros que combinaba con un pantalón de pitillo. Las gafas se convirtieron en el peor enemigo de mi cara. El espejo no reflejaba el sótano que cada uno llevamos dentro. Torpe en las relaciones, nunca entendía las señales de la atracción. No comprendía lo que ahora algunos psicólogos llaman "el lenguaje del cuerpo". Aún así, hablaba de temas incorrectos en lugares equivocados. El humo del Fortuna impregnaba de olor a nicotina el cuello de la camisa. De una camisa manchada de carmín.

En aquellas noches ochenteras, conocí a gente de la más variopinta. Gente que mezclaba el vodka con el gin. Y gente que hacia eses con la moto a las puertas del garito. En aquellos años, las camisas se llevaban por fuera del pantalón. Por dentro, la llevaban los cincuentones y algunos niños pijos que querían ser los nuevos “Mario Conde”. A las cuatro de la madrugada, casi nadie llevaba abrochado los botones superiores de la camisa. De ahí, asomaban pechos peludos. Pechos de hombres rudos cuya belleza no era otra que la grandeza de sus pectorales. Acomplejado por ser tan delgado, casi nunca me desabrochaba la camisa. Seguía los consejos de mi abuelo: "la elegancia de un hombre empieza con unos zapatos bien limpios y una camisa bien planchada y abrochada". Peter, casi nunca llevaba camisa. Solía vestir con camisetas negras y rockeras. Camisetas con imágenes de los Iron y cinturones de clavos. En aquellos años, la clase trabajadora solía vestir con camisas de cuadros. Las camisas lisas eran cosa de banqueros, de trajes de boda y presentadores de telediarios.

De siempre, me gustó planchar las camisas. Recuerdo que, los sábados por la noche, dejaba la ropa preparada encima de la cama. Y ahí, arrugada tras cientos de vueltas en la lavadora, estaba la camisa. Primero planchaba las mangas y por último el cuello. Desabrochaba los botones y deslizaba suavemente la plancha hasta que, por arte de magia, desaparecían las arrugas. Era una situación placentera. Me encantaba, la sensación que sentía tras vestir una camisa limpia y recién planchada. Un día, un señor que conocí en El Capri, me dijo que en la España de Franco, la Falange vestía con "camisas azules". También se les llamó "camisa vieja" a quienes militaron en ese partido antes de las elecciones de 1936. Hoy, las tornas han cambiado. La camisa ha perdido el significado de antaño. Antes, los diputados llevaban siempre camisa. Hoy, algunos diputados suben a la tribuna puestos de camiseta. Otros van por la calle con la camisa remangada. Y otros, hoy una mayoría, llevan la camisa sin corbata. Unos por comodidad. Y otros, según dijo un ministro, para ahorrar energía.

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1 COMENTARIO

  1. Pau

     /  23 abril, 2023

    A mi también me gusta planchar…me relaja y además me invento historias🚶🏽‍♀️🕊️

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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