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Demiurgo, Nous y la era tecnocéntrica

"¿Cómo puede ser – se preguntaba Descartes – que yo, que soy imperfecto y finito, tenga dentro de mí la idea de perfecto e infinito? Una idea que no es adventicia ni facticia, sólo puede ser innata. Luego Dios es el único ser que la ha podido introducir en mi mente". Así, concluiría el francés, "Dios existe". Este razonamiento, sobre lo perfecto e imperfecto, también tuvo cabida, en la Antigüedad Clásica, con Platón a la cabeza. Decía el maestro de Aristóteles que este mundo – el sensible, aquel que percibimos por los sentidos – es una copia imperfecta del mundo de las ideas. Las ideas guardan la esencia de las cosas de este mundo y, al mismo tiempo, son perfectas y la auténtica realidad. Según Platón, fue Demiurgo – una especie de inteligencia divina – quien construyó este mundo, tomando como referencia la realidad inteligible. Estamos ante un alfarero que hace este mundo a imagen y semejanza del otro. Un hacedor similar al Nous de Anaxágoras aunque salvando sus matices.

La tecnología como creación humana nunca será perfecta. Y no lo será – dicen los tecnoescépticos – porque lo programado no puede superar al programador. Así las cosas, todo lo creado por nuestra especie nace con defectos porque nosotros, los Sapiens, somos seres creados, y por tanto, imperfectos. Dios – en palabras mecanicistas del siglo XVII – es el relojero del mundo que le da cuerda al reloj y desaparece de la escena. O, en términos escolásticos, Dios es ese motor inmóvil que lo mueve todo sin ser movido por nada. El progreso técnico resultaría inofensivo porque la máquina nunca sabrá más que nosotros. Tanto el robot como el gusano de seda es prácticamente imposible que se salgan de su programa. Imposible porque si lo hicieran adquirían las características de lo humano. Es el hombre quien puede violentar las leyes de la naturaleza. Aún así, por mucho que Manolo se ponga en huelga de hambre, no podrá vencer a la necesidad de comer y morirá tarde o temprano.

La máquina – me comentaba Inés – gana, en ocasiones, la partida de ajedrez. La Inteligencia Artificial se puede convertir, por tanto, en una pólvora difícil de controlar. La combinación y recombinación de algoritmos puede ocasionar sinergias que superen a la inteligencia humana. Sinergias que pueden derivar en ingenierías de datos muy complejas e imprevisibles. Ingenierías que superarían los alcances, hasta ahora, de la estadística inferencial. Tales ingenierías se podrían utilizar para el diseño de planes. De planes que nos convertiría a los humanos en conejitos de indias. Conejitos alienados ante un Big Data más sabio que nosotros. Un Big Data que condicionaría nuestros hábitos de vida. El control exacerbado será, sin ninguna duda, la antesala de ese neoprogreso que afectaría a la humanidad. Un neoprogreso que alteraría el motor de la historia; pondría en jaque las relaciones de producción y tiraría por la borda al hombre como fundamento último del conocimiento. Pasaríamos de una era antropocéntrica a otra tecnocéntrica. Estaríamos ante un tecnocentrismo que legitimaría a una ciencia inhumana. ¡Paren las máquinas!

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1 COMENTARIO

  1. Juan Antonio Luque

     /  29 enero, 2023

    No se si la IA sobrepasará la inteligencia humana, pero si eso pasase, espero que al no tener las maquinas sentimientos ni pasiones, no utilicen esa inteligencia en detrimento de los humanos. Aunque, desgraciadamente, de eso ya se encargarían los seres humanos propietarios de estas maquinas.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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