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Mendigos de likes

Durante una temporada, frecuenté El Capri los jueves por la tarde. Eran tiempos universitarios donde lo único que circulaba por mi mente era ser alguien de provecho el día de mañana. Corría el año 1996, un año donde la derecha conseguía el poder tras más de una década de periplo socialista. Recuerdo que Aznar fue investido presidente del Gobierno gracias al apoyo de los catalanes, vascos y canarios. En esa España, Internet estaba en pañales. Los primeros móviles pesaban más que los ladrillos y, por supuesto, no había wasap. Las comunicaciones eran cara a cara. No existían las redes sociales y el postureo, faltaría más, era una cuestión de la farándula y el famoseo. Recuerdo que Peter nos hablaba de las películas de destape. Películas que se exponían, en estanterías alejadas, dentro de los videoclubs. Películas, como las de Pajares y Antonio Ozores, retrababan un país menos cohibido, y más despeinado, tras cuarenta años de Nodos, rombos y corridas de toros. 

En aquellos años conocí a Gabriela, una psicóloga que frecuentaba el garito dos días por semana. Era una mujer elegante, con olor a perfume caro y bolsos de boutique. Entonces la psicología no estaba tan avanzada como ahora. Al psicólogo sólo acudían quienes – y disculpen por la expresión – "estaban a punto de arrojarse por la ventana". La violencia de género, si existía – que seguro que existía -, no se hablaba casi nada de ella. Los medios no se hacían eco de las tragedias domésticas. Y la invisibilidad del problema hacía que no generase la preocupación ciudadana del ahora. Ella, en petit comité, me contaba – siempre guardando el secreto profesional – anécdotas del oficio. Me decía que la mayoría de clientes asistían a la consulta en busca de reconocimiento. La gente "necesita una abuela en su vida". Necesita alguien que les regale los oídos y les suba la autoestima. Esa abuela no es otra que el psicólogo. Los psicólogos – me decía – cambian el punto de mira para que las percepciones sean menos dañinas. Para que ese vaso que vemos medio vacío, mañana lo veamos medio lleno.

Hoy, mientras paseo por las redes sociales, recuerdo aquellos diálogos a deshora. Me doy cuenta que esa señora llevaba razón. Y la llevaba porque nos hemos convertido en mendigos de likes. Buscamos un reconocimiento crónico. Si las redes sociales no dispusieran de ese corazón, o "me gusta" otro gallo cantaría. Maslow habló de las necesidades de pertenencia al grupo y de reconocimiento social. En los últimos años, han proliferado los grupos telemáticos. La gente, más allá de la familia, necesita estar presente en grupos de amigos, de asociaciones culturales, deportivas y demás. De esa manera, se verifica aquello que decía Aristóteles sobre nosotros. Somos "politikones" – animales sociales – que frecuentamos el ágora y debatimos en la asamblea. Ahora el ágora es Internet y la asambleas son "los directos" de las redes sociales. Directos, como les digo, donde el orador habla desde el poder de su tribuna. Una tribuna que lo aparta de su rol cotidiano y lo convierte en alguien "importante", como lo era Sócrates en los tiempos de Trasíbulo.

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2 COMENTARIOS

  1. Rosa

     /  10 enero, 2023

    Muy bueno su post Abel, con una diferencia, los contenidos de la tribuna de Socrates ayudan a la reflexión y al aprendizaje, los de las tribunas en la actualidad, embrutecen y poco o nada aportan conocimientos. Salvo determinados blogs temáticos.
    Gracias por compartir sus reflexiones

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  2. Juan Antonio Luque

     /  10 enero, 2023

    Yo no sería tan “tremendista” y rompería una lanzada, por los que cuando escribimos algo en las redes es para intentar hacer pensar. Pensar eso que la sociedad actual está desmontando de la mente humana. Y los likes nos indican que por lo menos algunos piensan, no todos ya que estos le dan al like porque te conocen.

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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