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Trincheras éticas

El otro día, en clase de valores éticos, pedí a mis alumnos que dibujaran la "dignidad". Antes, introduje el tema y les expliqué que las personas tenemos valor por el simplemente hecho de ser "seres humanos". Ese valor nos lo otorga nuestra singularidad. Somos únicos e irrepetibles, dos características que nos convierte en animales dignos de respeto. Mientras las manzanas abundan en las baldas de las fruterías, los diamantes escasean en las vitrinas de las joyerías. Nosotros, somos diamantes. Pero no un diamante cualquiera sino diamantes originales sin ninguna copia en el mundo. De todos los dibujos, hubo uno que me llamó mucho la atención. Un alumno dibujó un corazón enladrillado que representaba la dignidad. La dignidad, me decía el autor del dibujo, se debe proteger. Somos responsables de la misma. Debemos proteger nuestro castillo, y defender sus aposentos, desde lo alto de sus torres. Para ello se necesita asertividad, coraje y determinación. Y si con ello, no tenemos suficiente artillería, debemos acudir a los tribunales.  No olvidemos que el fin último de los Derechos Humanos no es otro que la protección de la dignidad.

Hace unas semanas, los medios de comunicación se hicieron eco de los insultos que un grupo de chicos, de una residencia de estudiantes, les propinaron a las chicas que residían en la residencia de enfrente. Al parecer, según leí en algunas cabeceras, los "insultos" se debían enmarcar dentro de "los juegos benévolos del lenguaje". Dentro, como diría Wittgenstein, de un marco situacional de broma y consentimiento que no atentaría – en este caso – contra la dignidad. La crítica debe abrir el debate sobre las líneas rojas del insulto. ¿Se debe tolerar el insulto en ciertas ocasiones? Si David Hume levantara la cabeza, probablemente diría que sí. Las éticas empiristas defienden que el bien y el mal son cuestiones del corazón. Si los insultos no ofrecen resistencia. Si el otro no se siente mal por los mismos, entonces y solo entonces estaríamos obrando bien. Aplicando esta ética al caso que nos ocupa, los insultos de la residencia estarían dentro del bien porque, al parecer, estaban enmarcados dentro de la tradición y la praxis festeja estudiantil.

Si utilizáramos, para el análisis de la cuestión, una ética racional. Estaríamos, sin ninguna duda, ante una situación denunciable. No, no es bueno, para la paz social que alguien insulte a otro. Insultar, dirían los platónicos, es malo. Y lo es aquí, en Pekín; en el siglo XXI y en el siglo IV a.C. Estaríamos ante un código ético universal que atentaría contra el relativismo moral que defendían, entre otros, los sofistas. Robar, por ejemplo, sería bueno si nos lo pidiera nuestra intuición. Sería bueno si nuestro hijo estuviera pasando hambre y no tuviéramos dinero para comprar una barra de pan. Existe, por tanto, un conflicto de valores éticos que se libra en la sociedad. La postmodernidad ha traído consigo una diversidad de actitudes para afrontar la cuestión: ¿qué debo hacer? Esa amalgama de herramientas éticas, para dirigir nuestra conducta y vivir en sociedad, provoca conflictividad. Una conflictividad que enfrenta a las éticas racionales con las emocionales. Dos trincheras que dificultan, a su vez, la compatibilidad entre la libertad pública y la privada. Y dos trincheras que se deben gestionar dentro del Estado social, democrático y de derecho.

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1 COMENTARIO

  1. Max

     /  16 octubre, 2022

    Bueno, creo que es importante seguir las normas de convivencia del IES. Son muy claras respecto a los insultos y las agresiones. Figuran en el reglamento de régimen interno y estan aprobadas democraticamente en el claustro y consejo escolar. Figuran en el Proyecto Educativo de Centro y en la PGA. El alumnado también cuenta con una normativa clara en cuanto a los derechos y obligaciones. Debe imponerse la racionalidad siempre que queramos combatir la barbarie. Cuesta mucho hacer entender a según qué tipo de alumnado que los insultos tienen unas consecuencias y sanciones y las agresiones otras. Un juez lo tiene muy claro. Posmodernidad se puede leer en clave de decadencia o resistencia…

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  • SOBRE EL AUTOR

  • Abel Ros (Callosa de Segura, Alicante. 1974). Profesor de Filosofía. Sociólogo y politólogo. Dos libros publicados: «Desde la Crítica» y «El Pensamiento Atrapado». [email protected]

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